“Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio” (Jn 19, 25-27)
El papa Francisco ha introducido en el calendario litúrgico como memoria obligatoria el lunes después de Pentecostés, la veneración de la Virgen María, Madre de la Iglesia.
Al volver al Tiempo Ordinario, la Iglesia, como si quisiera acompañarnos de manera especial en este momento, nos ofrece diversas conmemoraciones que son testimonio de las palabras de Jesús: “Yo estaré con vosotros hasta el final”.
La memoria de Jesucristo Sumo Sacerdote, la solemnidad del domingo de la Santísima Trinidad, el Corpus Christi, son celebraciones que revelan la pedagogía entrañable de la Iglesia, antes de que comience el tiempo estival.
Hoy, los fieles se fijan en los ojos misericordiosos de la Madre de Jesús, y con la mirada puesta en ella, bajo su amparo, se disponen a caminar por el desierto de la vida, sabiendo que, como el pueblo de Israel, cuentan con la nube que los cobija del sol ardiente, a la vez que los acompaña el lucero matutino, el sol que nace de lo alto, el Hijo de la Nazarena, que vence todas las tinieblas.
Madre de la Iglesia, Madre de Misericordia, Madre de todos los hombres, ruega por nosotros.