“E hizo Dios dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, la lumbrera menor para regir la noche; y las estrellas” (Gen 1, 16).
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2, 2).
El firmamento es rastro de la inmensidad divina. Nebulosas, cúmulos, constelaciones, galaxias pueblan el espacio celeste. Quienes tienen el privilegio de vivir en lugares donde no hay contaminación lumínica disfrutan al contemplar la bóveda celeste.
Se ha querido ver en el cielo la figura del lucero de la mañana, la estrella matutina, como el anuncio del día, del Sol que nace de lo alto, imagen de María, la madre de Jesús. Los fieles la invocan: “Estrella y camino, prodigio de amor, de tu mano Madre hallamos a Dios. San Bernardo canta: “Mira la Estrella, invoca a María. Si te protege nada tendrás que temer, si te guía no te fatigarás”.
Los Magos, dice el Evangelio, “entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre”. Los iconos ortodoxos plasman la imagen de María “Odigitria”, que señala con su mano a Jesús, y el Niño a su Madre. Si se observa, la figura de la Madre de Dios lleva tres estrellas, en la frente y en cada hombro.
Son días de mirar a la Madre, que nos muestra el Niño Jesús.