San Antón, un hospital de campaña
En pleno corazón de Madrid, entre callejuelas, muy cerca de los tribunales, aparece una Iglesia, en la que no se juzga a la gente ni por su apariencia, ni por su raza, ni por nada. Probablemente lo único que se le pregunta es: ¿qué necesitas de nosotros? Sin duda, no es la única que acoge a los pobres, pero hay que reconocer su singularidad. !Ah! Y, como no podía ser menos, un templo, presidido por San Antón con sus animalitos, tampoco se discrimina a las variadas mascotas, que portan los que entran por su puerta.
En las paredes de altar mayor dos grandes paneles muy significativos, alusivos a palabras y gestos del Papa Francisco: “Les pido perdón por todas las veces que los cristianos delante de una persona pobre, miramos hacia otro lado”, en un lado, y en el otro: “Los templos con las puertas abiertas en todas partes, para que el que busca a Dios no se encuentre con la frialdad de las puertas cerradas”. Allí se celebra la Eucaristía, y comen los pobres. Seguro, que Jesús no se escandaliza de esto. Estas son las claves para entender lo que pasa en esa Iglesia tan particular.
La Iglesia de San Antón, en estos días, se encuentra repleta de fotos de una exposición temporal sobre la figura del Cardenal Tarancón. Muy interesante, en blanco y negro, reflejando a este “grande” de la Iglesia, como lo ha calificado el Papa Francisco. Durante una semana han desfilado por la mesa de conferencias, situada delante del altar, grandes prelados y profesores de alto copete, glosando la obra de Tarancón. Mientras todo esto acontecía, la Iglesia ha seguido su ritmo habitual de acogida a los pobres y necesitados durante los actos. Sin inmutarse. Y lo mejor, es que el posible ajetreo no molestaba a nadie. El ligero murmullo, de vez en cuando, del fondo de la Iglesia no estorba, ya que sonaba a acogida. Esta Iglesia nos hace sentir a todos en casa. Es el hogar del evangelio químicamente puro. Los llamados grandes y pequeños de la tierra en san Antón, necesariamente se codean, porque allí no sobra nadie.
Además del Padre Angel, por allí andaba también un sacerdote joven con su alba y su estola, que sin duda atendía otras necesidades también muy importantes. No sólo de pan vive el hombre. Así pues, allí se da pan y el “otro” pan para la vida eterna.
En la llamada sacristía, unos locales contiguos, que sirven de almacén, enfermería, y tantas cosas más en función de lo que necesita la peña que frecuenta el lugar. Al fondo una sala de reuniones, contigua a una pequeño receptáculo, en el que se le daba una cura de urgencia a alguien que había acudido con una herida en el pie. Cada milímetro de ese lugar está en función de las necesidades de los demás…
El rostro de Cristo, en San Antón, se convierte en escucha, en bocadillo, en Betadine, y sin prejuicios, ni juicios. Y, junto a esta obra social, una propuesta cultural de primer orden. En estos días, ha sido la semana de Tarancón, pero hay mucha gente que aspira a presentar su libro o su iniciativa en este receptáculo cultural. Y, cuando comienza el acto, a nadie se le excluye. Las corbatas se entremezclan con las chaquetas del ropero de cualquier Cáritas parroquial, y las barbas y los pelos desaliñados de los que duermen en la calle, con los trajes talares de los eclesiásticos y los abrigos de cashmeere de algún visitante. Todos son bienvenidos a ese oasis de paz y fraternidad.
Esa es la obra del Padre Angel, extendida por los cinco continentes, y marcada por ese estilo propio, que en San Antón adquiere todas sus dimensiones. Una obra, puesta bajo la advocación de la Madre Teresa de Calcuta. Esto nos explica que una pequeña escultura de esta mujer santa ocupe, junto al altar mayor, un puesto de privilegio. Una visita a esta obra puede convertirse en saludable, evangélicamente hablando.
En las paredes de altar mayor dos grandes paneles muy significativos, alusivos a palabras y gestos del Papa Francisco: “Les pido perdón por todas las veces que los cristianos delante de una persona pobre, miramos hacia otro lado”, en un lado, y en el otro: “Los templos con las puertas abiertas en todas partes, para que el que busca a Dios no se encuentre con la frialdad de las puertas cerradas”. Allí se celebra la Eucaristía, y comen los pobres. Seguro, que Jesús no se escandaliza de esto. Estas son las claves para entender lo que pasa en esa Iglesia tan particular.
La Iglesia de San Antón, en estos días, se encuentra repleta de fotos de una exposición temporal sobre la figura del Cardenal Tarancón. Muy interesante, en blanco y negro, reflejando a este “grande” de la Iglesia, como lo ha calificado el Papa Francisco. Durante una semana han desfilado por la mesa de conferencias, situada delante del altar, grandes prelados y profesores de alto copete, glosando la obra de Tarancón. Mientras todo esto acontecía, la Iglesia ha seguido su ritmo habitual de acogida a los pobres y necesitados durante los actos. Sin inmutarse. Y lo mejor, es que el posible ajetreo no molestaba a nadie. El ligero murmullo, de vez en cuando, del fondo de la Iglesia no estorba, ya que sonaba a acogida. Esta Iglesia nos hace sentir a todos en casa. Es el hogar del evangelio químicamente puro. Los llamados grandes y pequeños de la tierra en san Antón, necesariamente se codean, porque allí no sobra nadie.
Además del Padre Angel, por allí andaba también un sacerdote joven con su alba y su estola, que sin duda atendía otras necesidades también muy importantes. No sólo de pan vive el hombre. Así pues, allí se da pan y el “otro” pan para la vida eterna.
En la llamada sacristía, unos locales contiguos, que sirven de almacén, enfermería, y tantas cosas más en función de lo que necesita la peña que frecuenta el lugar. Al fondo una sala de reuniones, contigua a una pequeño receptáculo, en el que se le daba una cura de urgencia a alguien que había acudido con una herida en el pie. Cada milímetro de ese lugar está en función de las necesidades de los demás…
El rostro de Cristo, en San Antón, se convierte en escucha, en bocadillo, en Betadine, y sin prejuicios, ni juicios. Y, junto a esta obra social, una propuesta cultural de primer orden. En estos días, ha sido la semana de Tarancón, pero hay mucha gente que aspira a presentar su libro o su iniciativa en este receptáculo cultural. Y, cuando comienza el acto, a nadie se le excluye. Las corbatas se entremezclan con las chaquetas del ropero de cualquier Cáritas parroquial, y las barbas y los pelos desaliñados de los que duermen en la calle, con los trajes talares de los eclesiásticos y los abrigos de cashmeere de algún visitante. Todos son bienvenidos a ese oasis de paz y fraternidad.
Esa es la obra del Padre Angel, extendida por los cinco continentes, y marcada por ese estilo propio, que en San Antón adquiere todas sus dimensiones. Una obra, puesta bajo la advocación de la Madre Teresa de Calcuta. Esto nos explica que una pequeña escultura de esta mujer santa ocupe, junto al altar mayor, un puesto de privilegio. Una visita a esta obra puede convertirse en saludable, evangélicamente hablando.