Una iglesia imaginativa, creativa y conectada
En la Iglesia existen muchas personas que, con demasía, ponen de relieve siempre los aspectos negativos en todos los ámbitos. Y se convierten en agoreros de calamidades y profetas del apocalipsis. Esta tendencia, sin duda, en algunos casos puede ser verdadera, pero en estos tiempos de resurrección y vida, y de espera del Espíritu Santo, renovemos nuestra confianza en el Dios de la Historia con mayúsculas.
La Iglesia nunca se ha caracterizado por dar pasos de gigante. Siempre ha avanzado lentamente, pero con un amplio nivel de seguridad. Evidentemente la precipitación nunca es buena, ya que conduce generalmente al fracaso. De ahí que se imponga una reflexión lúcida y valiente, en cada caso. Así fue en el caso del Concilio Vaticano II, y de otros concilios y sínodos. Todavía, hoy, estamos en la reforma que propició este acontecimiento eclesial.
Tampoco el inmovilismo debe instalarse en la Iglesia, ya que le conduce a perder el tren de la historia de los hombres y mujeres de su tiempo, y a refugiarse en el pasado. La resolución de este conflicto necesario entre los que piensan que va demasiado lenta y los que quisieran que volara, es una de las apuestas de nuestro tiempo. No les faltan razones ni a los unos, ni a los otros, pero al final únicamente desde el diálogo, y aceptando una tensión fecunda, se encontrarán juntos, y en comunión, los mejores y más oportunos caminos eclesiales. El Espíritu Santo, navega cómodamente en la inteligencia y la razón, y por supuesto disfruta en el corazón del hombre. en toda reforma hay que poner inteligencia y corazón.
En este maravilloso tiempo del Papa Francisco se siente profundamente esta problemática. por eso la impaciencia puede llevar a muchos perder la esperanza y a otros a la decepción. Francisco esta marcando un camino y un ritmo a la Iglesia, pero lo más importante está poniendo las bases para que la Iglesia, de manera irreversible, continúe ese movimiento de renovación profunda. Eso es lo más importante y decisivo. El Papa Francisco pasará, pero habrá dejado muchas puertas abiertas a la esperanza. Por eso lo que importa no es la velocidad, sino la ruta elegida. Y muchos nos sentimos, con el Papa Francisco, en el camino del Dios de la Historia. El “kairos” de Francisco nos empuja a remar mar adentro con alegría, ilusión y esperanza.
Todo esto me recuerda que en la Iglesia actual hay muchos obispos y sacerdotes, hombres y mujeres seglares, que han sido y son “franciscos”, antes del Papa Francisco. Pienso en muchos, que conozco, que llevan años a entregados a las periferias en todos los sentidos. En buenos sacerdotes, que con gran imaginación, están animando, desde hace años, auténticas comunidades vivas. En tantas y tantas experiencias, que el buen pueblo de Dios conoce y vive, y que no salen en los medios de comunicación social, pero que significan vivencias de resurrección y vida para mucha gente. Más de las que creemos, si todos nosotros nos paramos a pensar en esos rostros concretos, que encarnan esta iniciativas. Y no son famosos, pero si creíbles para su gente.
En la Iglesia, ante el desánimo y el pesimismo, necesitamos más optimismo militante y alegría franciscana. No podemos quedarnos en el estercolero. Por honestidad, no debemos ignorarlo, pero empezemos a respirar a pleno pulmón, en este decisivo momento eclesial. Que no nos agarrote el hedor del vertedero, ni nos anestesie el peso de los pecados propios o de la Institución. El Papa Francisco está conectando con este tiempo, apuntémonos, cada uno, desde nuestra realidad eclesial a este movimiento. Quedarse al margen nos condena a una eclesialidad con minúsculas.
Es esperanzador que muchos sacerdotes, no tan jóvenes, frecuentan las redes sociales para proponer al mundo mundial de internet sus iniciativas parroquiales. Esto es maravilloso. No seamos trogloditas, que demonizarnos internet. Una sana e inteligente utilización de estos medios se está convirtiendo en una estupenda manera de evangelizar. En un lugar de formación, información y comunicación. De crítica y debate, y evidentemente, también de vertedero de gentes amargadas y sin rumbo. Hay de todo en la viña del Señor…
Un buen chute de autoestima eclesial, es necesario, en este momento, que nos lleve a retomar con ganas el evangelio, como decía San Francisco “sine glosa”.
La Iglesia nunca se ha caracterizado por dar pasos de gigante. Siempre ha avanzado lentamente, pero con un amplio nivel de seguridad. Evidentemente la precipitación nunca es buena, ya que conduce generalmente al fracaso. De ahí que se imponga una reflexión lúcida y valiente, en cada caso. Así fue en el caso del Concilio Vaticano II, y de otros concilios y sínodos. Todavía, hoy, estamos en la reforma que propició este acontecimiento eclesial.
Tampoco el inmovilismo debe instalarse en la Iglesia, ya que le conduce a perder el tren de la historia de los hombres y mujeres de su tiempo, y a refugiarse en el pasado. La resolución de este conflicto necesario entre los que piensan que va demasiado lenta y los que quisieran que volara, es una de las apuestas de nuestro tiempo. No les faltan razones ni a los unos, ni a los otros, pero al final únicamente desde el diálogo, y aceptando una tensión fecunda, se encontrarán juntos, y en comunión, los mejores y más oportunos caminos eclesiales. El Espíritu Santo, navega cómodamente en la inteligencia y la razón, y por supuesto disfruta en el corazón del hombre. en toda reforma hay que poner inteligencia y corazón.
En este maravilloso tiempo del Papa Francisco se siente profundamente esta problemática. por eso la impaciencia puede llevar a muchos perder la esperanza y a otros a la decepción. Francisco esta marcando un camino y un ritmo a la Iglesia, pero lo más importante está poniendo las bases para que la Iglesia, de manera irreversible, continúe ese movimiento de renovación profunda. Eso es lo más importante y decisivo. El Papa Francisco pasará, pero habrá dejado muchas puertas abiertas a la esperanza. Por eso lo que importa no es la velocidad, sino la ruta elegida. Y muchos nos sentimos, con el Papa Francisco, en el camino del Dios de la Historia. El “kairos” de Francisco nos empuja a remar mar adentro con alegría, ilusión y esperanza.
Todo esto me recuerda que en la Iglesia actual hay muchos obispos y sacerdotes, hombres y mujeres seglares, que han sido y son “franciscos”, antes del Papa Francisco. Pienso en muchos, que conozco, que llevan años a entregados a las periferias en todos los sentidos. En buenos sacerdotes, que con gran imaginación, están animando, desde hace años, auténticas comunidades vivas. En tantas y tantas experiencias, que el buen pueblo de Dios conoce y vive, y que no salen en los medios de comunicación social, pero que significan vivencias de resurrección y vida para mucha gente. Más de las que creemos, si todos nosotros nos paramos a pensar en esos rostros concretos, que encarnan esta iniciativas. Y no son famosos, pero si creíbles para su gente.
En la Iglesia, ante el desánimo y el pesimismo, necesitamos más optimismo militante y alegría franciscana. No podemos quedarnos en el estercolero. Por honestidad, no debemos ignorarlo, pero empezemos a respirar a pleno pulmón, en este decisivo momento eclesial. Que no nos agarrote el hedor del vertedero, ni nos anestesie el peso de los pecados propios o de la Institución. El Papa Francisco está conectando con este tiempo, apuntémonos, cada uno, desde nuestra realidad eclesial a este movimiento. Quedarse al margen nos condena a una eclesialidad con minúsculas.
Es esperanzador que muchos sacerdotes, no tan jóvenes, frecuentan las redes sociales para proponer al mundo mundial de internet sus iniciativas parroquiales. Esto es maravilloso. No seamos trogloditas, que demonizarnos internet. Una sana e inteligente utilización de estos medios se está convirtiendo en una estupenda manera de evangelizar. En un lugar de formación, información y comunicación. De crítica y debate, y evidentemente, también de vertedero de gentes amargadas y sin rumbo. Hay de todo en la viña del Señor…
Un buen chute de autoestima eclesial, es necesario, en este momento, que nos lleve a retomar con ganas el evangelio, como decía San Francisco “sine glosa”.