NAVIDAD -MISA DEL DÍA- (25.12.2018)

Comentario:En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo” (Heb 1, 1-6)
La Carta a los Hebreos es una “palabra de consuelo” (13,22) puesta por escrito para que se lea en las diversas comunidades. Leemos hoy la introducción de este discurso. En él se sintetiza su Cristología.
Con tono solemne marca la diferencia entre la revelación antigua (“a los padres por los profetas") y la actual ("a nosotros por el Hijo"). De la primera se dice que “habló en muchas ocasiones y de muchas maneras”. De la actual (“en esta etapa final”) se dice que “nos ha hablado por el Hijo”. Y describe algunos aspectos de dicho Hi,jo:
a)“al que ha nombrado heredero de todo”;
b)“por medio del cual ha realizado los siglos”:
c)“Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser”;
d)“Él sostiene el universo con su palabra poderosa”;
e)“habiendo realizado la purificación de los pecados”,
f)“está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas”;
g)“tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el nombre que ha heredado”.

El nombre es “Hijo”
Con citas bíblicas precisa el significado de Hijo: “Pues ¿a quién dijo jamás: `Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy?´ (Salmo 2,7). Y en otro lugar: `yo seré para él un Padre y él será para mi un Hijo´ (2Sam 7,14; eís patera, eís uion; eís expresa movimiento hacia; quiere decir que el Hijo se dirige o trata al Padre, y el Padre al Hijo de modo activo, dialogal, vital). “Así mismo, cuando introduce en el mundo al Primogénito, dice: adórenlo todos los ángeles de Dios (Salmo 95,7)”.

San Juan de la Cruz escribió un sabroso comentario a estos versículos:
“...en estos días nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez..., dándonos al Todo, que es su Hijo... Pon los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas...; dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio”. Alusión al himno litúrgico “Verbum supernum prodiens”, atribuido a S. Tomás de Aquino -1225-1274-, cantado en los Laudes de la fiesta del Corpus Chisti. La cuarta estrofa: Se nascens dedit socium (al nacer se dio como compañero); convescens in edulium (al comer, como alimento); se moriens in pretium (al morir, como precio); se regnans dat in præmium (al reinar se da como premio). Antes, San Bernardo -1091-1153-, en su obra “De diligendo Deo”, había calificado la entrega de Jesús así: “se dio como mérito, se dio como premio, se puso como comida de las almas santas, se laceró para la redención de los cautivos”. San Juan de la Cruz califica la entrega también como “hermano” y “maestro”. Hoy la teología suprimiría “la muerte como precio”. Jesús no compra la gloria del Padre; la revela.
“Si quisieres que te responda yo alguna palabra de consuelo, mira a mi Hijo, sujeto a mí y sujetado por mi amor, y afligido y verás cuántas te responde... Pon sólo los ojos en El, y hallarás ocultísimos misterios, y sabiduría, y maravillas de Dios, que están encerradas en Él... en el cual Hijo de Dios están escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia de Dios... Mírale a Él también humanado, y hallarás en eso más que piensas, porque también dice el Apóstol: En Cristo mora corporalmente toda plenitud de divinidad -Col 2,9-” (Subida del Monte Carmelo, libro 2, capítulo 22, 4-7. Ver en San Juan de la Cruz: Obras Completas, 2ª ed. Edit. de Espiritualidad. Madrid 1980, pp. 337-339).


Oración:En esta etapa final nos ha hablado por el Hijo” (Heb 1, 1-6)

Jesús, palabra de Dios hecha carne nuestra:
veneramos hoy tu imagen acostada en un pesebre,
con los brazos abiertos y las piernas encogidas,
mirándonos con mucha alegría,
expresándonos el amor del Misterio de la vida;
Misterio que tú llamabas “Padre mío y vuestro”.

Hoy, Jesús de la Navidad, celebramos tu llegada a nuestro mundo:
tú, el Hijo de Dios, naces “abrazado con tu esposa, que en tus brazos la traías”;
es nuestra naturaleza humana con quien te desposas para siempre.

Nos unimos al poeta para celebrar el amor del Padre:
“el Padre con amor tierno de esta manera decía:
`ya ves, Hijo, que a tu esposa a tu imagen hecho había
y en lo que a ti se parece contigo bien convenía;
pero difiere en la carne que en tu simple ser no había.
En los amores perfectos esta ley se requería:
que se haga semejante el amante a quien quería;
que la mayor semejanza más deleite contenía;
el cual, sin duda, en tu esposa grandemente crecería
si te viere semejante en la carne que tenía´.

`Mi voluntad es la tuya -el Hijo le respondía-
y la gloria que yo tengo es tu voluntad ser mía;
y a mí me conviene, Padre, lo que tu alteza decía,
porque por esta manera tu bondad más se vería;
veráse tu gran potencia, justicia y sabiduría;
irélo a decir al mundo y noticia le daría
de tu belleza y dulzura y de tu soberanía.
Iré a buscar a mi esposa y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga yo por ella moriría,
y sacándola del lago a ti te la devolvería´.

Ya que era llegado el tiempo en que de nacer había,
así como desposado de su tálamo salía
abrazado con su esposa, que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre en un pesebre ponía
entre unos animales que a la sazón allí había.

Los hombres decían cantares, los ángeles melodía,
festejando el desposorio que entre tales dos había;
pero Dios en el pesebre allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa al desposorio traía;
y la Madre estaba en pasmo de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios y en el hombre la alegría,
lo cual de el uno y de el otro tan ajeno ser solía”.
(San Juan de la Cruz: Poesías sobre la Encarnación y el Nacimiento.
Obras Completas, 2ª ed. Edit. de Espiritualidad. Madrid 1980, pp. 76-79).

Jesús de la Navidad, hermano y esposo de nuestra vida:
al contemplar tu humanidad descubrimos “la bondad” del Padre-Madre Dios;
su amor, manifestado en ti, es su gran potencia, justicia y sabiduría;
su amor es la noticia de “su belleza y dulzura y de su soberanía”.

Gracias, Jesús de la Navidad, por habernos abrazado:
por compartir nuestras “fatigas y trabajos”;
por “sacarnos del lago” de nuestros egoísmos y deseos irrealizables;
por habernos abierto al amor y al sentido pleno de la vida;
por haber convertido nuestros lloros y gemidos en tu alegría,
la alegría que produce tu amor y nadie puede quitarla (Jn 15, 9-11; 16, 20-22).

Rufo González
Leganés, diciembre 2018
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