Lo más evidente en la Iglesia es que el “clero” no imita a Jesús en su modo de vestir El “clero” de Jesús son los pobres (Domingo 23º TO B 2ª lect. 08.09.2024)

No se imita la vida de Jesús ni su Evangelio en actitudes y usos eclesiales

Comentario:discriminaciones entre vosotros y criterios inicuos” (St 2,1-5)

Como en el texto leído, seguimos llamándonoshermanos míos”, de forma dulce y solemne. Y más adelante: “mis queridos hermanos” (v. 5). Esos términos eran ya, y ahora en mayor grado, fórmulas retóricas, vanas, de ritual, de fachada, aparentes. En las actitudes y usos eclesiales, no se respeta la vida de Jesús ni su Evangelio. La carta de Santiago recuerda este principio de conducta: “no mezcléis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas” (2,1). Lit.: “no tengáis la fe de nuestro señor Jesucristo glorioso en preferencias arbitrarias” (“prosopolempsía”: parcialidad, preferencia arbitraria, favoritismo, acepción de personas).

El Espíritu evangélico debe guiar la conducta eclesial. La preferencia a ricos y a dirigentes de la comunidad no cuadra con él. Esta carta previene: “Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con traje mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú siéntate aquí cómodamente», y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o «siéntate en el suelo, a mis pies», ¿no estáis haciendo discriminaciones entre vosotros y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos?” (v. 2-4),

La perversión de la Iglesia, marginando el Evangelio, recorre toda su historia. Ha sentado al rico en lugar preferente, le asigna capellán privado, calla sus injusticias, les vende títulos, lugares de honor, sepulturas catedralicias... Otra perversión hay en el autollamado “clero” y los designados “laicos” (del pueblo). Los “servidores” de la Iglesia se han constituido “amos”; se han autoproclamado prelados, monseñores, sus excelencias, eminencias, beatitud, santidad... Se visten de modo suntuoso, distintivo. Lo más evidente de la Iglesia es que el “clero” no imita a Jesús en su estilo de vestir ni de actuar. Pronto les sedujo la casta sacerdotal judía. Y mira que lo dejó claro el evangelio: “alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame rabbí. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbí, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor” (Mt 23,5-11).

La carta motiva el no actuar así, en forma de pregunta: “Escuchad, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios (lit.: “el Dios” de Jesús) a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos (“cleronómous”: clero) del Reino que prometió a los que lo aman?” (v. 5). Resuenan las bienaventuranzas (Mt 5, 1-12; Lc 6,20-26) y la actuación de Jesús (Lc 4,17-21). El “clero” de Jesús, sus herederos, son los pobres. El de la Iglesia son los que mandan. El versículo 6, no leído, les dice que, con este comportamiento, “vosotros, en cambio, habéis ultrajado al pobre.

Del siglo IV conservamos un texto que actualiza la conducta que pide la carta de Santiago:“Si aparece un pobre o una pobre, tanto si es del lugar como forastero, y no queda lugar para él, tú, obispo, a esos tales hazles sitio de todo corazón, aunque hayas de sentarte en el suelo, para que no tengas acepción de personas y tu ministerio sea agradable a Dios” (Constituciones Apostólicas” II, 58, Funk 168-170).

Oración:discriminaciones entre vosotros y criterios inicuos” (St 2,1-5)

Jesús resucitado, maestro y hermano.

La carta de Santiago actualiza tu evangelio:

Hermanos míos, no mezcléis la fe

en nuestro Señor Jesucristo glorioso

con la acepción de personas.

Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre

con sortija de oro y traje lujoso,

y entra también un pobre con traje mugriento;

si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís:

«Tú siéntate aquí cómodamente»,

y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o

«siéntate en el suelo, a mis pies»,

¿no estáis haciendo discriminaciones entre vosotros

y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos?

Escuchad, mis queridos hermanos:

¿acaso no eligió Dios a los pobres según el mundo

como ricos en la fe y herederos del Reino

que prometió a los que lo aman?” (2,1-5).

En el siglo II, nos cuenta Tertuliano (a. 155-220):

“Nuestra cena con su nombre se acredita:

llámase en griego `Ágape´, que significa `Amor´.

Tratamos a los pobres como hombres preferidos de Dios ...

El dinero no influye para nada positivamente en las cosas de Dios.

Si se encuentra entre nosotros algún tesoro, no lo reunimos de honorarios,

como si vendiéramos lo religioso.

Cada uno aporta, si quiere y puede, una cantidad módica,

mensualmente o cuando quiere…

Constituimos un depósito piadoso

que no se gasta en banquetes ni en borracheras,

sino en alimentar a los pobres,

a los huérfanos desheredados,

y a los criados ancianos.

También son ayudados los náufragos y los cristianos encarcelados,

condenados a las minas o

deportados por profesar la causa de Dios...

Todas las cosas son comunes entre nosotros,

excepto las mujeres” (Apologeticum 39. PL 1, 531).

Otro testimonio similar es esta norma litúrgica:

“Si aparece un pobre o una pobre,

tanto si es del lugar como forastero,

y no queda lugar para él,

tú, obispo, a esos tales hazles sitio de todo corazón,

aunque hayas de sentarte en el suelo,

para que no tengas acepción de personas

y tu ministerio sea agradable a Dios”.

(S. IV. “Constituciones Apostólicas”, II,58, Funk 168-170).

En el siglo pasado un grupo de obispos sorprendieron

a la Iglesia, pidiendo “ser fieles a tu Espíritu, Jesús”:

“Renunciamos para siempre a la apariencia

y a la realidad de la riqueza, especialmente en los vestidos

(telas ricas...), insignias de materias preciosas...”.

“Rehusamos ser llamados de palabra o por escrito

con títulos o nombres que signifiquen grandeza

o poder (eminencia, excelencia, monseñor) ...”.

“Evitaremos, en nuestra conducta y relaciones sociales,

todo lo que pueda dar la impresión de que concedemos privilegios,

prioridades o cualquier forma de preferencia a ricos y poderosos...”.

“Evitaremos el animar o incitar la vanidad de los demás

con miras a alguna recompensa

o solicitando regalos o de cualquier otro modo...”.

“Dedicaremos al trabajo apostólico de las personas

y grupos trabajadores y débiles o subdesarrollados...

tiempo, reflexión, corazón y medios necesarios...”.

(“Pacto de las catacumbas”, firmado” el por unos 40 obispos;

16.11.1965, en las catacumbas de santa Domitila. Roma)

Jesús glorioso, amigo siempre de los pobres:

basta asomarse a cualquier obispado

            para ver que estos compromisos no se cumplen;

que tu Espíritu nos haga dóciles a sus inspiraciones,

a todos, desde el Papa a cada uno de nosotros.

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