"Los emigrantes muertos en nuestras fronteras son evidencia de la mentira de nuestra vivencia religiosa" Monseñor Agrelo: "Los emigrantes muertos son epifanía de nuestra falta de fe"

Abrazo al emigrante
Abrazo al emigrante

"La de la Epifanía es la fiesta de nuestro encuentro, por la fe, con aquel Niño: Dios cercano, Dios pequeño, Dios humilde, Dios hijo de mujer, Dios necesitado, Dios pobre"

"Cómo es posible que, en las fronteras de un mundo que he de suponer educado desde la fe en Cristo Jesús, mueran cada año miles de pobres sin que los ojos se nublen de amargura"

"La frontera sur de Europa continúa siendo un espacio de muerte para emigrantes pobres, y lo es por opción política, por corrupción política, por ejercicio de poder de los privilegiados sobre los excluidos del bienestar…"

Una estrella busca a unos Magos de Oriente… Unos Magos de Oriente buscan a un Rey, cuyo  nacimiento es anunciado por aquella estrella… Una estrella que la esperanza presiente y que sólo alcanzan a ver los ojos de la fe... 

Guiados por la estrella, los Magos encontraron al Rey: “entraron en la casa, vieron al Niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”.

Buscaban al Rey, y vieron a un Niño con su madre… 

Vieron al Niño y, cayendo de rodillas, lo adoraron, porque habían encontrado a Dios. 

Vieron al Niño, y en aquel Niño reconocieron la verdad de Dios y la verdad del hombre.

‘Informe RD’ con análisis y el Documento Final del Sínodo

Reyes Magos
Reyes Magos

La de la Epifanía es la fiesta de nuestro encuentro, por la fe, con aquel Niño: Dios cercano, Dios pequeño, Dios humilde, Dios hijo de mujer, Dios necesitado, Dios pobre, Dios emigrante, Dios hombre, Dios para los pequeños, para los últimos, para los descartados, un sacramento del amor que Dios nos tiene… un sacramento del amor que es Dios…

Pero las circunstancias por las que atraviesan hoy las comunidades eclesiales de nuestro entorno cultural, nos obligan a preguntarnos a quién hemos visto nosotros, con qué Dios nos hemos encontrado, ante quién nos hemos arrodillado, a quién adoramos, a quién ofrecemos nuestros regalos

Me veo obligado a preguntarme por mis ambiciones de grandeza, de poder, de dominio, cuando el Dios que he conocido por la fe es un pequeño, un último, un siervo de todos…, un pobre…

Me veo obligado a preguntarme por mis ojos, por mis entrañas, por mi corazón, por mi indiferencia, pues el Dios niño que mi fe reconoce y confiesa, nació de la misericordia de Dios con todos, nació para la compasión, nació para ser de todos, como lo son las nubes, el viento y el agua…, como lo es Dios…

Un niño sirio en un campo de desplazados
Un niño sirio en un campo de desplazados Unicef

Me veo obligado a preguntarme cómo es posible que, en las fronteras de un mundo que he de suponer educado desde la fe en Cristo Jesús, mueran cada año miles de pobres sin que los ojos se nublen de amargura, sin que el corazón se conmueva, sin que las entrañas se estremezcan de compasión.

Me veo obligado a preguntarme por mi fe… No hay futuro para una Iglesia que no sea cuerpo de Cristo pobre… No hay futuro para una Iglesia que no sea cuerpo de Cristo ungido y enviado como evangelio para los pobres.

Los pobres son el tornasol que permite reconocer la presencia de la fe en Cristo Jesús. Los emigrantes muertos en nuestras fronteras son evidencia de la deformación de nuestra fe, de la perversión de nuestras creencias, de la mentira de nuestra vivencia religiosa.

Si cuantos nos decimos todavía cristianos, o sólo aquellos que siempre se precian y enorgullecen de serlo, hubiésemos visto a Cristo en los emigrantes y nos hubiésemos visto a nosotros mismos como ungidos por el Espíritu de Cristo para ser su evangelio, hace mucho tiempo que Europa se hubiese visto obligada a tener con esos innumerables crucificados una política sencillamente humana. Pero lo miramos, lamentablemente, los miramos con la misma indiferencia con que hubiésemos visto crucificar a Jesús, si hubiésemos estado allí.

Emigrantes
Emigrantes

Los emigrantes muertos son epifanía de nuestra falta de fe.

La frontera sur de Europa continúa siendo un espacio de muerte para emigrantes pobres, y lo es por opción política, por corrupción política, por ejercicio de poder de los privilegiados sobre los excluidos del bienestar… Hemos comenzado el año 2015 como si fuera la prolongación obstinada de las injusticias y las violencias del 2014. Estamos en el tercer día del año, y ya los muertos en las fronteras se cuentan por decenas. Esto me lleva a dirigir hoy a todos una carta que, hace ya ocho años, escribí para la Iglesia de la en aquel entonces era pastor. Los muertos se han multiplicado. Y renovado ha de ser el compromiso de la Iglesia –de todos los hijos de la Iglesia- con los hombres, mujeres y niños que, día a día, mueren crucificados en las fronteras de nuestro bienestar.


“Poner paz en tanta guerra,

calor donde hay tanto frío,

ser de todos lo que es mío,

plantar un cielo en la tierra.

¡Qué misión de escalofrío

la que Dios nos confió!

¡Quién lo hiciera y fuera yo!

(Tiempo de Navidad. Himno para el Oficio de lectura).

A todos “gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. 

Permitidme, queridos, que robe al apóstol Pablo, no sólo el saludo, sino también la acción de gracias “por vosotros, por la gracia de Dios que se os dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia, porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo”. Doy gracias a Dios por vuestra fe, por vuestro trabajo, por vuestra entrega, por vuestra vida.

Restituir en amor lo que debemos en justicia:

Apenas hemos comenzado el año, y a las puertas de esta Iglesia llegan hombres y mujeres con heridas nuevas, testigos de nuevas violencias, víctimas de vejaciones que la reiteración hace insoportablemente renovadas.

El mar de Benzú ha devuelto otro cadáver, otro sin nombre, otro sin padre, sin madre, sin genealogía, otro sin nadie que reclame justicia por otra muerte inicua en la frontera de España.

La pasada noche, la misma frontera ha sido escenario de nuevos despliegues de fuerzas del orden, de nueva violencia, con nuevos heridos, con más muertos, como si la única respuesta posible a la tragedia de los inmigrantes fuese la de la fuerza, la de las armas, la del miedo, un ejercicio despiadado, irracional y criminal de intimidación.

 Ahora, mientras os escribo, en un aeropuerto de Marruecos, a un joven en tránsito hacia su país, a un ciudadano normal con un pasaporte normal y una tarjeta de embarque normal, a ese joven que, con un cáncer terminal, regresa a la casa familiar para morir entre los suyos, la policía lo ha confinado en dependencias propias, le ha retirado el pasaporte, lo ha aterrorizado, lo ha humillado, y todo ello, mucho me temo, motivado sencillamente porque el joven es negro.

Apenas lo hemos comenzado, y ese amargo anticipo de lo que el año reserva a los pobres se nos hace llamada apremiante del Señor para que esta Iglesia camine con ellos, se solidarice con ellos, cure sus heridas, alivie sus sufrimientos, de modo que les restituyamos en amor lo que les debemos en justicia.

Desde nuestra pobreza:

El Señor tu Dios te ha ungido para que seas de Cristo, y te ha enviado para que seas de los pobres: ¡De Cristo y de los pobres!, valga la redundancia.

No podemos, queridos, humillar a los pobres haciéndolos partícipes de los desechos de nuestra riqueza. 

El altísimo Hijo de Dios, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, nos mostró el camino por el que hemos de ir, pues él se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza: nació pobre, vivió pobre, murió como un desdichado, como un excluido, como un criminal, como un peligro para la sociedad.

Al decir “pobre”, decimos mucho más que hombre o mujer carente de lo necesario para vivir: Decimos hombre, mujer, despreciados, excluidos, humillados, negados; decimos hombre, mujer, a quienes la iniquidad ha obligado a interiorizar que no tienen derechos, a vivir como si no los tuviesen, a ser como si no fuesen; decimos hombre, mujer, a quienes hemos llevado a dudar de su dignidad humana, de su condición de hijos de Dios.

 Es gracia inmensa el que se nos haya acercado a esa condición humillada, haciéndonos así partícipes de la pobreza de Cristo, de su pasión, de su cruz. Es la infinita misericordia de nuestro Dios la que  nos puso en camino con los pobres, para que les llevemos una buena noticia, para que sepan que Dios los ama.

Teme la indiferencia y la crueldad con los pobres:

Supongo que no os sorprende ver una y otra vez confirmadas por la experiencia las palabras del Señor en el evangelio: “Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve”.

Pero habréis observado también que, lo mismo ahora que en tiempos de Jesús de Nazaret, son muchos los que, imitando a reyes y autoridades de los pueblos, se buscan a sí mismos, se yerguen sobre los demás, y se hacen responsables, no sólo de indiferencia ante los que sufren, sino también de crueldad con ellos.

Belén, tan cerca de los pobres y tan lejos del mercado, el palacio y el templo
Belén, tan cerca de los pobres y tan lejos del mercado, el palacio y el templo

Si esa indiferencia y esa crueldad hubiesen echado raíces en nuestro corazón, serían evidencia de ausencia del evangelio en nuestra vida. Témelas, hermano mío, hermana mía, mucho más de lo que temerías la muerte. Témelas mucho más de lo que temerías el infierno. Témelas, porque los pobres son de Cristo, porque en los pobres vive Cristo, porque si eres indiferente o cruel con los pobres, lo habrás sido también con Cristo, con Dios.

Acércate a ellos:

Habrás de hacerlo si quieres acercarte a Cristo, si quieres comulgar con él. 

Habrás de bajar hasta los pobres, hasta su mundo, y no tendrás más razón para hacerlo que tu fe, que tu esperanza, que tu amor. Habrás de bajar hasta ellos como Cristo bajó hasta ti: “Él se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres”. Habrás de bajar para que te reconozcan como de los suyos, y no teman asediarte con su indigencia. Habrás de hacerte experta en sufrimiento para que seas, como Cristo, experta en misericordia.

Ama la  justicia:

Declara ilegal para ti, por injusta, la posesión de lo que no necesitas; declara intolerable a tus ojos, por inicuo, que alguien carezca de lo necesario para la vida. Declara un crimen el hambre, sencillamente porque lo es.

Declara ilegal una política de fronteras que es discriminatoria con los pobres, que viola sus derechos fundamentales, que es violenta con los pequeños de la tierra, que mata sin escrúpulo a hombres y mujeres que sólo buscan un futuro mejor para ellos y para sus familias. Es criminal esa política, son criminales quienes la aprueban, son criminales quienes la aplican.

Si alguna vez lo hemos hecho, ya no podemos permitirnos el lujo de pensar en nosotros mismos: No eres Iglesia para ti, sino para los pobres; no te han hecho sacramento de la grandeza de Dios, sino de su amor infinito a los que piden vivir; no es tu misión sostener el poder ni apoyarte en él, sino defender de sus abusos a los pobres.

Sagrada Familia
Sagrada Familia

Recomendación final:

Vuelvo a robar palabras a la inspiración de la Iglesia apostólica: “Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad… Acordaos de los presos como si estuvierais presos con ellos; de los que son maltratados como si estuvierais en su carne… Vivid sin ansia de dinero, contentándoos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: Nunca te dejaré”. 

“Que el Dios de la paz os confirme en todo bien para que cumpláis su voluntad, realizando en nosotros lo que es de su agrado por medio de Jesucristo”.

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