"La tentación del poder sin servicio" Pedro, el hombre imperfecto que supo amar

San Pedro, en el Vaticano
San Pedro, en el Vaticano Mira Gr

Si, como vemos varias veces en los Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles, Pedro y Pablo somos cada uno de nosotros cuando sacamos lo peor de nosotros mismos, son sin embargo ellos quienes se deja continuamente provocar y corregir por Jesús: "mi gracia te basta". Demostrando, con sus desenlaces martiriales, que habían comprendido la promesa aunque fuera por caminos diferentes: "El que pierda su vida por mí, la encontrará"

El Evangelio nos ofrece muchos y diferentes elementos de reflexión. Uno está dado por la figura de Pedro, que tantas veces aparece instintiva, reactiva, entusiasta, en una palabra auténtica, como durante el lavatorio de los pies o cuando había intentado defender a Jesús del arresto y, en última instancia, incluso cuando lo había traicionado tres veces.

El viaje de tus sueños, con RD

Juan nos cuenta que un grupo de discípulos se encontró a la orilla del mar de Galilea. No sabemos por qué, pero Pedro dice: "Me voy a pescar". No pregunta qué queremos hacer, qué tal si hacemos esto o aquello... Dice "voy". ¿Es la decisión correcta? Quizás no, pero hay ocasiones en las que necesitamos tomar la iniciativa, aunque sólo sea para reaccionar ante la incertidumbre y evitar que se convierta en desánimo. Y también puede ocurrir que la decisión al final resulte acertada. 

Los demás deciden seguirlo, pero "esa noche no pescaron nada". Entonces no había sido buena idea ir a pescar. Pero eso no significa que las decisiones que no alcanzan el objetivo sean erróneas: es verdad, los peces no están, pero mientras tanto seguimos juntos, hemos pasado juntos esta noche también.

Un hombre en la orilla

Y mientras tanto ha sucedido algo: hay un hombre en la orilla. Como las otras veces, los apóstoles no lo reconocen y por eso es sólo un extraño que se permite dar consejos no solicitados: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis". Tendríamos que enviarlo al infierno después de una noche de intentos fallidos. En cambio, los discípulos lo escuchan, tiran la red y ya no pueden sacarla debido a la gran cantidad de peces. Una vez más es una decisión irrazonable, pero es la correcta.

Bronce de San Pedro en la Basílica Vaticana
Bronce de San Pedro en la Basílica Vaticana

Entonces "aquel discípulo a quien Jesús amaba" comprende y dice a Pedro: "¡Es el Señor!". Pedro no piensa en ello, se viste y se arroja al agua. Es Juan quien tiene la iluminación, pero, por segunda vez, es Pedro quien reacciona y actúa. De forma instintiva y probablemente irracional, pero actúa impulsado por el entusiasmo y el afecto por su Maestro. Mucho más racional es la decisión de los demás discípulos, quienes se encargan de llevar a la orilla la barca con todos los peces. Cada uno tiene su propio don y su propio papel, algunos el de ver el futuro lejano, algunos el de mantener la calma y completar el proyecto, algunos el de... arrojarse al agua por Jesús.

En tierra, Jesús los invita a comer juntos. Y, una vez más, es Pedro quien reacciona y actúa: vuelve a subir a la barca y arrastra a tierra los peces, que son muchos (153) y también grandes. Y a pesar de ello, la red no está rota. ¿Y cómo podría romperse si todos esos peces fueran capturados siguiendo las instrucciones del Maestro?

Por fin ha llegado el momento de la alegría. Estamos juntos de nuevo, podemos compartir, podemos descansar después de la noche difícil y frustrante.

Pero el momento más difícil para Pedro está por llegar. Y es cuando Jesús le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?". Pedro no duda en responder (“Claro, Señor, tú sabes que te amo”) y Jesús le da una recomendación que es una investidura: “Apacienta mis corderos”. Hasta ahora, un momento apasionante de profunda unidad entre el maestro y su discípulo. Pero Jesús insiste: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Pedro responde con la misma convicción que la primera vez y Jesús le responde con la misma invitación: "Apacienta mis ovejas".

Jesús sigue insistiendo y le hace la pregunta por tercera vez y esta vez Pedro está decepcionado, o más bien "dolido"

Y, sin embargo, Jesús sigue insistiendo y le hace la pregunta por tercera vez y esta vez Pedro está decepcionado, o más bien "dolido". ¿Entonces el Señor, que lo sabe todo, no le cree? Sin embargo, por tercera vez Pedro responde, y por tercera vez Jesús repite "apacienta mis ovejas". Pero esta tercera pregunta es en realidad diferente. En la primera Jesús había preguntado "¿me amas?" (agapáo) y Pietro había respondido «te quiero» (philéo): en este cambio de verbo podemos ver un reconocimiento de los propios límites, una conciencia de no poder vivir plenamente el amor ágape. En la tercera pregunta Jesús pregunta también "¿me amas?", como si hubiera aceptado y acogido ese límite. En este juego de verbos vemos a un Pedro más maduro, humilde y consciente.

Tres veces Pedro había traicionado, tres veces reafirmó su amor. El abismo en el que podemos caer es profundo, pero igualmente profundo es el amor que nos permite volver a subir y redimirnos. Lo que importa, ante los ojos de Jesús, no es no haber pecado nunca, no haber cometido nunca errores. Es la capacidad de amar.

Imagen de la basílica de San Pedro
Imagen de la basílica de San Pedro RD/Captura

Y es con amor (o mejor dicho, con amor, humildad como la de Pedro) como el pastor puede apacentar a sus ovejas: Jesús sólo le pide a Pedro esto: amar. El resto seguirá, a pesar de sus limitaciones.

Pablo, el celo por tu casa me devora

No sé si es correcta la categoría de conversión utilizada para definir lo ocurrido en la vida de Saulo de Tarso. Sé que algunos prefieren no utilizar el término conversión, porque dicen que Saulo ya era creyente, incluso judío ferviente, y por tanto no pasó de no ser creyente a la fe creyente, o de la idolatría a Dios, ni tuvo que abandonar la fe judía para unirse a Cristo.

No sé si hubo una transición de Saulo de Tarso de la religión judía a la religión cristiana. O si, en realidad, era un asunto todavía enteramente interno al judaísmo que lidiaba con el debate sobre el mesianismo (o no) de lo que entonces podría ser visto -si se puede permitir una imagen provocativa- como otro "pretendiente al título de Mesías"

Pero, ciertamente al detenerme en su figura me viene a la memoria una palabra, una palabra antigua que me ha causado una gran conmoción: la palabra ‘celo’.

En realidad no es un término muy utilizado en el lenguaje cotidiano. En la cabeza, y más allá de todo intento tranquilizador, esa palabra hasta suena negativa, fea, reprobable… o, por lo menos, exagerada y extremista… a quienes pensamos, sentimos, decimos y hacemos… que la virtud está en el medio de la medianía y de la tibieza ni de lo frío ni de lo caliente.

San Pablo
San Pablo

Con el paso de los años he leído tatas veces al apóstol Pablo que siempre interviene para ponérmela de nuevo frente a mí. No sé si Pablo resulta muy simpático… porque el celo es ¿calidad o defecto? ¿vicio o virtud?

Saulo, el hombre "lleno de celo por Dios", se describe aquí en los Hechos de los Apóstoles, en la historia de su conversión en el camino a Damasco.

Saulo de Tarso, un hombre celoso de Dios, pero celoso en el sentido equivocado.

Celoso de la Ley, celoso de una antigua y errónea visión de Dios. Hombre satisfecho de sí mismo y celoso perseguidor en defensa de "su" Dios.

No hay ningún caballo en el camino a Damasco, no hay ningún descabalgamiento grandioso. Las Escrituras no lo mencionan. Hubo una caída. Un descenso violento al suelo. Una inversión en el celo que llegó de repente. Esta vez la iniciativa no estaba en sus manos, en su voluntad, sino que le venía de Dios tan gratuita como sorpresivamente.

Dios la derriba, Dios siempre precede a toda conversión. El velo de sus ojos cae sólo cuando se da cuenta de que es amado. Esta vez la violencia está en la luz que ciega, ya no está en la fuerza de un hombre. Son tres días de oscuridad. Saúl experimenta miedo y fragilidad. Como las tinieblas de Elías en la cueva del Horeb, él también "lleno de celo sólo por Dios", pero que siente su presencia no en el trueno, no en el viento impetuoso, no en el terremoto, no en el fuego, sino en la brisa ligera.

Quizás sea precisamente por este "inaudito" que la de Saulo de Tarso a Pablo Apóstol de las Gentes sea la única conversión solemnemente celebrada por la Iglesia

Aquí está el Dios inaudito, que sabe sorprender más allá de cualquier plan, deseo o pensamiento.

Dios que llama por nombre, restaura la identidad y confirma la unicidad.

Quizás sea precisamente por este "inaudito" que la de Saulo de Tarso a Pablo Apóstol de las Gentes sea la única conversión solemnemente celebrada por la Iglesia.

Saulo, convertido en su celo. De celoso perseguidor a celoso apóstol de las naciones.

El celo se invirtió.

Qui non zelat, non amat”: sólo quien ama tiene un celo fuerte y constante, escribió mucho más tarde San Agustín, que fue un maestro del celo, del amor y de la conversión.

 Quo vadis Domine? ¿A dónde vas Iglesia?

Pedro y Pablo, Pablo y Pedro… Siempre se trata el mismo tema: la tentación de evitar la cruz. En otras palabras, la tentación del poder sin servicio. Hubo un encuentro entre Jesús y Pedro que según el libro apócrifo de los Hechos de Pedro tuvo lugar en Roma: en aquella ocasión el apóstol que huía habría visto al Señor y, tras preguntarle "¿Adónde vas?" ", habría oído responder «Voy a Roma para ser crucificado por segunda vez».

Otra tentación, de la que hay que protegerse, es la de considerarnos mejores… La imposibilidad de mantener separada la grandeza de la mezquindad parece inherente al destino de los pontífices. Y aún hoy los murmullos contra Francisco, como contra los anteriores y posteriores, superan los de cualquier otro líder. Empezando por la insinuante - quizá incluso hasta diabólica - pregunta que, de vez en cuando, alguien formula: “Pero… ¿te gusta este Papa?”.

Si, como vemos varias veces en los Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles, Pedro y Pablo somos cada uno de nosotros cuando sacamos lo peor de nosotros mismos, son sin embargo ellos quienes se deja continuamente provocar y corregir por Jesús: "mi gracia te basta". Demostrando, con sus desenlaces martiriales, que habían comprendido la promesa aunque fuera por caminos diferentes: "El que pierda su vida por mí, la encontrará".

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