Comunicar en la gran ciudad (Por Rosa María)
Es el entorno que me envuelve, en el que mi vida y la de los míos se está desarrollando, el entorno que mejor conozco e incluso el que amo.
Por eso hoy voy a centrar mi atención en la comunicación dentro de las grandes ciudades.
Me gustaría mostrar que existe base razonable para afirmar que las ciudades son algo más que colmenas de cemento y asfalto. Me cuesta quedarme en la visión negativa de las cosas.
Según el diccionario, comunicar es: "Hacer a otro partícipe de lo que uno tiene". Esta definición deja implícita la existencia de un sujeto activo, un "yo", que se encamina hacía un "tú". Cada día concedo más importancia a "lo uno", lo individual, dentro de "lo múltiple".
Vivimos en un mundo envolvente en el que parece que todo lo ocupan la publicidad, la manipulación, las multinacionales, las fusiones, las masificaciones y los gregarismos. Sin embargo, es fundamental la existencia de individuos que -envueltos, metidos en esa realidad- lejos de diluirse se yergan y se mantengan firmes. La dimensión del individuo, su libertad, su responsabilidad, su capacidad de influir en el grupo, es irrenunciable.
Nos sentimos manipulados porque no creemos en nosotros mismos y en el sentido profundo de nuestra vida. Es esa falta de firmeza personal la que nos hace diluirnos, apagarnos y languidecer escondidos y arrastrados por la multitud. En esa actitud de brazos caídos renunciamos a nuestro don más precioso: la capacidad de ser, de ser para otros y con otros.
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En mi vida urbana me encuentro con dos tipos de comunicación:
1) La superficial y no esencial. Hablamos del tiempo, de los sucesos cercanos y los del ancho mundo. Enhebramos cotilleos, opinamos sobre las mejores vacaciones y, por supuesto, discutimos del omnipresente fútbol y de la basura de la televisión. Esto nos distrae durante un rato, nos hace sentir la voz de otros y sus antagonismos, pero ni dura, ni nos lleva más lejos.
2) La comunicación profunda. Es la que florece cuando abro mi casa interior y la convierto en hogar accesible, en cálida hospitalidad. Esa es la que me hace crecer a mí y al otro. Si comparto algo material, lo pierdo. Si doy una moneda -por ejemplo- la pierdo, aunque pudiera ser una obra buena. Pero si comparto lo que soy nos enriquecemos el otro y yo.
No todos descubren el camino del crecimiento individual pero los que lo hacen deben facilitar los pasos a otros. Los que tienen la lucidez, la fuerza, la intuición, la capacidad para entender lo esencial, han de asumirlas, vivirlas y comunicarlas. Asumir y vivir es tarea individual y laboriosa. Cada uno, a solas consigo mismo, desde su lucidez en ocasiones oscurecida, desde sus recursos a veces mínimos, ha de construir la persona que está llamada a ser y rebosar por la comunicación. Comunicarse es dejar que la vida interior fluya hacia el otro, independientemente de que sea acogida o no por el que la recibe.
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Cuando yo soy acogedora en mi centro de trabajo, alguno puede darse cuenta del beneficio de esa acogida. Tal vez vaya a su casa y se sienta invitado a practicar esa misma acogida. Esos acogidos, a su vez, irán a sus oficinas, a sus colegios, a sus quehaceres y se sentirán motivados a ser acogedores.
Es una comunicación que se extiende en cadena porque alguien comenzó a expresarse desde lo positivo y profundo de su individualidad. Esto lo puedo repetir con cada uno de mis rasgos y construir una especie de arco iris que mueva a otros a sacar sus colores, esos que todos llevamos celosamente guardados.
En la gran ciudad algunos de nosotros podemos alentar la vida porque creemos en ella y hemos experimentado en nosotros su fuerza. Podemos abrir nuestro ser al dolor ajeno, al miedo, a la incomprensión, porque otros nos han escuchado primero. Podemos dar testimonio viviendo desde lo esencial con nuestros grupos, con nuestra familia, con nuestros amigos, que, a su vez, se sentirán invitados a comunicarse desde lo esencial.
Lo esencial es que el Hombre se encuentre con el Hombre. Es importante que quien lo sabe lo viva, lo comparta, lo prolongue y lo propague. Tal vez sea un viaje contracorriente en el que sea necesario vencer vergüenzas propias, cerrazones ajenas y voces agoreras que difunden aturdimiento y desorientación.
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Hoy, como ayer, el Hombre tiene las mismas aspiraciones, las mismas ansias de Infinito que le ocuparon siempre. Nada se ha perdido, nada está muerto. Es necesario que quien lo ha encontrado dentro de sí lo comunique.
Puede que haya quien no quiera oírnos, quien no crea en las palabras. Nos queda la comunicación de nuestro comportamiento, la expresión de nuestras actitudes personales, nuestra siembra individual en la confusión de los surcos de la vida.
Este es un lenguaje que todo el mundo entiende porque todos, absolutamente todos, estamos sedientos de comprensión, de acogida, de no-juicio, de afecto, de solidaridad y, como mínimo, de respeto. Ese es un lenguaje que todo el mundo entiende porque en todos laten las mismas aspiraciones profundas por muy enterradas que puedan estar en el cemento y algarabía de la gran ciudad o en la ruidosa sordera de muchos.
En el ambiente urbano, con la enorme necesidad de humanidad que nos rodea, el reto de comunicarse es maravilloso. Callarse o no existir es cobardía.
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Rosa María Martínez del Agua
"Palabras para Crecer"
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Si no puedes asistir físicamente a la santa Misa,
aquí tienes un medio para unirte a la celebración desde cualquier ordenador y en cualquier momento.
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¿En qué Dios crees?
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¿A quién oras?
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¿Por qué crees?
¿Porque te lo han dicho o porque has identificado el lenguaje de tu corazón?
Precisamente ahí nacen las certezas y las evidencias.
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¿Tu fe es de papel o de sólida roca?
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Las meditaciones de este libro te ayudarán a analizarte y a construir sólido cimiento a lo que crees, a lo que oras y a lo obras.
Lo escribí para ti, después de larga búsqueda, para que evites mis dolores y mis errores.
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