Evangelizar es contrario a someter
Me han acusado muchas veces de ser un católico liberal. Me parece un inmenso piropo. ¿Puede existir un católico no liberal? A mí me parece que no, porque "Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2Cor 3,17). "Hermanos, vosotros habéis sido llamados a ser hombres libres" (Gal 5,13). "Hablad y obrad como quien debe ser juzgado por una ley de libertad" (Sant 2,12). Y no añado más para no cansar.
No podría ser de otra manera, porque la libertad es un don colosal que Dios respeta escrupulosamente. Y, además, es uno de los parecidos esenciales que tenemos con el Creador.
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El peligro está en el otro extremo, en la "dictadura religiosa", en querer ser "como Dios", en suplantarle y erigirse en sus representantes legales. En un primer estadio esa "dictadura"mata físicamente. No hay más que leer nuestra propia historia o ver noticias actuales de muchos países.
En el siguiente estadio mata moralmente, se apropia de la verdad, expide bulas de salvación o condenación, impone caminos rígidos y se declara infalible... ¡Cuánto me alegra haber descubierto "la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rom 8,21) e intentar vivirla responsablemente como un don precioso! Lo que no significa que yo niegue la necesidad de "autoridad" y "organización" en un grupo y, entre nosotros, al estilo evangélico.
Y cuánto me duele comprobar la proliferación de "católicos" embozados y maledicentes que, dándoselas de muy ortodoxos, desprecian la más básica moral sobre difamación y calumnia.
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Evangelizar hoy supone soltar toda la carga de imposición y sometimiento de nuestra católica historia. Los humanos de hoy, con sus éxtasis de libertad -muchas veces descontrolada-, no escuchan imposiciones o amenazas. ¿Será ésa una de las causas por la que Europa, sus naciones y sus habitantes, se hayan alejado?
Los cristianos tenemos la urgencia de demostrar que evangelizar es ayudar a encontrar el camino de la racionalidad, de la humanización, de la felicidad. Especialmente a aquéllos que más queremos y porque los queremos.
Tampoco sirve caer en el silencio, la pasividad cobarde y el todo vale. Hay que saber anunciar pero también denunciar -hacia fuera y hacia dentro- los atropellos al hombre y, en especial, a los más frágiles. Porque eso no es siquiera una actitud religiosa, es de lesa humanidad.
Hemos nacido para ser felices, es decir, plenamente humanos. Eso lo entiende todo el mundo. Y hacia esa meta se avanza con libertad, racionalidad y voluntad. Porque existe el riesgo real de vivir como alimañas, más o menos domesticadas. La consecuencia es la desgracia, la infelicidad y el sinsentido. Quizás este lenguaje lo entiendan los jóvenes porque no es todavía religioso sino puramente humano.
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Después vendrá la confidencia de que para nosotros ese camino de humanización está descrito en el Evangelio. Por eso nos adherimos a él y por eso somos cristianos. Si lo somos de verdad, notarán nuestra alegría, nuestra paz, nuestro amor...
Pero imponer, seducir, manipular, creernos los mejores, catequizar con la fuerza del terror al infierno, al demonio, a la condenación, a la ira de un "colérico dios antropoide"... Todo eso es contrario a nuestra religión.
La "irracionalidad" y el "sometimiento" son dos de los grandes peligros de mi religión y de las religiones en general.
La "irracionalidad" suele originarse en el anclaje mítico, en la rigidez mental y en la "sacralización del libro": confundir los indicadores con el destino. O, como ocurrió en vetustas culturas, confundir el sol que ilumina con el mismísimo Dios. Lo que no deja de ser un infantilismo idólatra.
El "sometimiento" es la tentación perpetua de todo ser humano (someter o ser sometido para sentirse seguro), de la que los religiosos no han sabido zafarse. La causa ha sido, sin duda, el creerse "delegados" por Dios para imponerse, con la "buenísima intención" de salvarnos. Han preferido instalarse en el dominio, en vez de enseñar a pensar y a conducir la libertad (don que Dios respeta al máximo).
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Lo raro es que no se hayan dado cuenta que esa es una dirección errónea que el Evangelio desecha explícitamente:"Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. Entre vosotros no debe ser así, sino que si alguno de vosotros quiere ser grande, que sea vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, que sea el servidor de todos; de la misma manera que el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida por la liberación de todos" (Mt 20,25).
Sin embargo, en vez de promocionar la inteligencia -finísima herramienta que tenemos para detectar a Dios- se prefiere "sacralizar" la religión y mantenerla en un ambiente mágico o mítico (algo así como una realidad virtual y de cuento) que encandile a los fieles.
Es ciertísimo que "a Dios nadie lo ha visto jamás" (Jn 1,18). Pero podemos acercarnos con nuestra lucecita inteligente (razón, intuición, memoria) por los caminos de la creación y la revelación, además de palparlo por la experiencia interior.
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Nada hay tan racional como Dios mismo porque Él nos ha sembrado su rastro por fuera y por dentro. La religión (de "religare" = volver a la unión con Dios) es connatural al hombre. Todos los antropólogos serios lo sostienen. Bastaría mirar los monumentos estrictamente religiosos de todas las épocas y culturas.
El problema está en identificar quién es, cómo es y qué pretende de nosotros esa Transcendencia que todos intuimos y buscamos, cualquiera sea el nombre que la demos.
No existe mejor telescopio que nuestra inteligencia, el máximo don que Dios nos regaló junto con la libertad y voluntad. Ni mejor microscopio que la inmersión en nosotros mismos, en el pozo cristalino del corazón humano, donde -sin ninguna duda- se refleja y se deja "ver".
Mi percepción personal es que Dios es sumamente "razonable" y "alcanzable". Cuanto más utilizo la inteligencia y más buceo en mi propio corazón (meditación y oración incluidas), más y mejor lo descubro. ¿Cómo lo sé? Por la experiencia palpable y sus efectos: paz, claridad, felicidad... (Y meted ahí todos los "frutos" del Espíritu).
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Sin embargo, la Jerarquía religiosa ha puesto bajo sospecha los dones personales por el hecho de ser "individuales". Prefieren que nos colguemos de afirmaciones de "otros", basadas frecuentemente en atrasadas interpretaciones de los textos bíblicos. Es decir, la "búsqueda personal" no está promocionada, a pesar de que es la única que nos puede poner frente a frente con el Dios que nos habita.
Y para librarnos de los peligros del "racionalismo" e "individualismo" nos inducen al sometimiento. Que, como no suena bien, lo llaman "fidelidad" a la doctrina oficial. Cualquier católico, con una mínima experiencia espiritual, sabe que esa rígida doctrina -muy útil en principio- se actualiza tan lentamente que, en ocasiones, es obstáculo más que ayuda. Las señalizaciones descolgadas o caducadas confunden al caminante.
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Es imprescindible enseñarnos a cabalgar el potro de la libertad mediante el arnés de la "conciencia profunda" para galopar la vida con seguridad: "Dichoso el que toma una decisión y no obra contra su conciencia" (Rom 14,22). El seguimiento ciego a los líderes religiosos es solo el inicio infantil. Permanecer en esa estrategia -por muy bien intencionada que sea- tiene nefastas consecuencias:
1ª) No nos hace más personas sino más autómatas.
2ª) Cuando la influencia de los religiosos cede (por distintas causas), los fieles quedan al albur del "potro salvaje" de la libertad, sin herramientas para conducirlo (lo que hoy está pasando).
No hay más que observar nuestro mundo actual para comprobar que el sometimiento no fue capaz de conducirnos al discernimiento personal y a la auténtica fidelidad.
Los "sabios y entendidos" -de esta y aquella Jerusalén- confundieron la fidelidad a Dios con la fidelidad a ellos mismos. Restringieron el nombre de Iglesia para sí mismos y sacralizaron denominaciones como "mater et magistra" para perpetuar su dominancia. Olvidaron la Escritura: "Pero vosotros no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno solo es vuestro Padre, el celestial. Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno solo es vuestro preceptor: el Mesías" (Mt 23,8).
Por eso la mejor forma de evangelizar es formar conciencias y exponer la racionalidad del Evangelio como mapa de la felicidad, explicándolo en lenguaje actualizado. Las abstracciones, las frases hechas, el desajuste con la realidad, la piedad ilusoria, la dependencia de intermediarios y efectos mágicos, no hacen más que expulsar de las iglesias a las nuevas generaciones.
Evangelizar es testimoniar, acompañar y ayudar al que quiera ser ayudado. Que cada cual elija y compruebe las consecuencias de sus opciones. Ese sería el trato que habría que dar a gente adulta e inteligente. ¿No será que tenemos que volver a empezar, primero a VIVIR y después a CONTAGIAR los valores del Evangelio?
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¡A ti, precisamente a ti, ser humano individual y libre!
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