El río de la Palabra I - (Buscar la Palabra)

[Pensaba tomarme unas vacaciones y congelar el Blog un par de meses. Pero he visto el interés que existe por la Escritura y lo mal que la utilizamos. En muchos casos "las cañas se convierten en lanzas"...

Así que voy a retomar la monografía "El río de la Palabra" -corregida y aumentada- y os la iré ofreciendo como ameno "Cursillo de Verano o de Invierno", según países.

Mi deseo sería que sacásemos unas pocas, básicas y claras ideas. Y que utilicemos la inteligencia (el mejor instrumento que Dios nos regaló para buscarle). Que olvidemos los "fanatismos" y acertemos a azuzar nuestra búsqueda].

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Rio 21




Mi amiga Mercedes es una mujer madura, culta, piadosa, con muy buena formación y, sobre todo, con un personalísimo trato con el Resucitado. Ella no consiente que le den gato por liebre. Se levanta muy digna y se va a la calle, hasta que las lecturas bíblicas contaminantes han terminado.



Otros católicos sufren, se inquietan, se desconciertan. Se preguntan por qué los sabios liturgistas nos proponen lecturas cuyo contenido es contrario a la doctrina cristiana y al rostro del Padre revelado por Cristo. La respuesta, en mi modesta opinión, es sencilla: La "clase sabia" de nuestra Iglesia -celosa de que ninguna letra se pierda- se empeña en freírnos el pescado sin limpiar. Y el Pueblo humilde, sufriente y silente, a comer lo que le pongan sin rechistar.

El error parte de considerar toda la Escritura "palabra de Dios". Lo afirmo desde la "libertad de los hijos de Dios" y desde mi modesta opinión de católico mínimo que no baraja palabros incomprensibles, ni alambicadas interpretaciones, y que ama lo simple, intuitivo y claro.

Ni Dios ha escrito nada, ni ha dictado nada. Lo que corre por nuestra Biblia es el "permanente intento de Dios por comunicarse" con un pueblo y raza concretos (nuestros ancestros), como lo intentó y seguirá intentando con otros pueblos y razas. O, visto a la inversa, "la búsqueda del Dios verdadero por parte del hombre" como dice Pablo: "Quería que lo buscasen a Él, a ver si al menos a tientas lo encontraban, por más que no está lejos de ninguno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,27).
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Sacrificio Isaac - Caravaggio



Afirmar que todo lo que dice la Biblia es divino, como las "órdenes de matar" por ejemplo, es una barbaridad, de las muchas que contiene el AT, escrito por y para un pueblo ignorante y bárbaro en un tiempo histórico concreto. Proclamar eso como "palabra de Dios" es además un escándalo: "Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valdría que le ataran una rueda de molino al cuello y lo tiraran al mar" (Mt 18,6).

La mitificación y sacralización de la Escritura no hace más que deteriorar su credibilidad. Para una civilización evolucionada y racional, como la nuestra, las exageraciones irracionales no hacen más que desprestigiar aquello que se pretende ensalzar. Incluso tienen un nombre muy descriptivo: "fanatismo". Y todos sabemos que se trata de un ciego apasionamiento por creencias irracionales que corrompen al ser humano. No hay más que observar los fanatismos armados que hoy mismo atemorizan y asolan nuestro planeta.

El intento de Dios por darse a conocer ha sido permanente y lo seguirá siendo, tanto en nuestra religión como en otras. Pero solo podremos descifrar sus mensajes a medida que simplifiquemos, maduremos y profundicemos nuestra forma de escuchar. La sencilla y abierta observación de la Naturaleza es ya una forma privilegiada de escuchar a Dios. La sincera inmersión en el fondo del propio corazón es otra forma de percibir a ese Dios que todo lo habita.

Los escritos -históricos o no- de los que llamamos "escritores sagrados" es el componente básico de la Escritura, a la que podemos llamar "palabra inspirada" o escrita en fidelidad a las inspiraciones profundas de determinados personajes. Ya veremos que estos personajes también están interna y externamente condicionados por lo que sus palabras no son "absolutas". Solo existe un Absoluto, Dios mismo, al que solo podemos vislumbrar y nunca abarcar. Por ello el llamar "palabra de Dios" a una condicionada e imperfecta fabricación humana raya la blasfemia.
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Sin embargo, sometidos al rígido y secular autoritarismo clerical ("conciencia socializada") se nos olvida aquello de que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (He 5,29). Y que la auténtica voz de Dios nace en la "conciencia profunda", bien enraizada en el Espíritu, sin despreciar la iluminación exterior. No avanza el que se cuelga de las farolas, sino el que camina firme y decididamente dando sus propios pasos.


Esa exageración de que hablo, causada por un exceso de celo, nos llevó a la "interpretación literal" y con ella al ridículo, como ha quedado demostrado con el paso de los años [1]. Una interpretación material y acrítica es la cuna del integrismo [2] y del fundamentalismo [3] , que son una negación del don de la racionalidad y de la asistencia permanente del Espíritu, realidades imprescindibles para un cristiano [4].

Oficialmente existe un rechazo total de la lectura fundamentalista [5]. Pero, en la práctica, nos arrojan en sus brazos al ordenarnos repetir "palabra de Dios", después de cada lectura litúrgica, aunque ésta sea marginal o bochornosa para un cristiano.
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¿Cómo se puede pretender encerrar a Dios en la materialidad de unas letras, de unas historias y de unos tiempos? La "palabra de Dios" sólo puede ser percibida en el hondón del corazón humano, donde está previamente inscrita. El testimonio de los buscadores y testigos del pasado puede iluminar y movilizar nuestra propia búsqueda, prepararnos para oír su "susurro" (1Re 19,12).

Pero ese testimonio sólo es el medio que sintoniza y acerca la palabra que Dios pronuncia a cada persona, la llamada amorosa de la Madre, esculpida en nuestro ser y tal vez sumergida u olvidada. Dios es espíritu y sólo puede captarse por nuestra parte espiritual. Es una exageración perniciosa, como ya he dicho, llamar "palabra de Dios" a todos los párrafos del Libro.

Las palabras sólo se convierten en Palabra cuando cada uno las ha identificado en lo profundo de su corazón como la llamada de la Madre. ¿Se nos olvidó que a Dios sólo podemos acercarnos "en espíritu y verdad"? (Jn 4,23). No es el espejo el objeto de nuestra búsqueda y adoración sino la Luz que refleja.


En la raíz de ese exceso (y de otros muchos) está la dramatización para convencernos de la importancia del Libro, junto con el miedo a lo nuevo, la falta de fe en el individuo y la falta de fe en el Espíritu que le asiste. De ahí las exageradas prevenciones contra el subjetivismo. Es la tentación de una madre con hijos que proteger: "los alimentos en papilla para que no se cuele ninguna espina, los peligros bien exagerados para que se fijen en la memoria, las puertas y ventanas bien cerradas para que no entren las alimañas".

Las consecuencias serán nefastas. Sus hijos no aprenderán a seleccionar y masticar los alimentos, les paralizarán los miedos infantiles y caerán en un raquitismo severo por falta de sol y aire. De hecho, una mayoría somos católicos raquíticos, menores de edad, niños asustados. El dolor que me causa esta situación me empuja a escribir, aún desde las brumas de mi ignorancia, cuantas lucecitas atisbo. ¡Una vez más suplico mayor cuidado a los que nos dirigen!
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Hay muchos teólogos y escriturarios actuales que se esfuerzan por abrirnos ventanas. Pero el aire no llega a todo el Pueblo. A algunos nos han ayudado a fiarnos de las intuiciones profundas, del gusto por la verdad, de la determinación de progresar, de la búsqueda ardiente de la Palabra.

Nos han recordado que "el aire perfumea", que "mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura / y yéndolos mirando / con sola su figura / vestidos los dejó de fermosura" [6]. Nos han empujado a vencer el miedo a profetizar una religión humanizadora, positiva, luminosa y alegre, que nos ayude a volver al Padre-Madre con humildad e ilusionada certeza.


Una larga etapa rígida y tenebrista nos hizo olvidar aquellas palabras, pronunciadas paradójicamente en la despedida, justo antes de la Pasión: "Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa" (Jn 15,11). O aquellas otras del primer epílogo de Juan: "Éstos (los milagros) han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20,31).


Pero volvamos a la Palabra. Me parece muy importante caer en la cuenta de que la Palabra (la voz amorosa de Dios) discurre entre la Escritura, la riega como un río de agua sanadora, fecunda, orientadora, que recorre una concreta historia humana (para nosotros la de los judíos y primeros cristianos), durante un concreto tiempo [7].


No podemos confundir el río con sus orillas agrestes, ni con sus monstruos, ni con la vegetación invasora. Hay que distinguir claramente entre el río y la historia que riega. En muchas ocasiones esa historia está habitada por hombres perversos, rudos, ignorantes, que tan pronto reniegan de Dios como le creen inspirador de sus propios crímenes.

Algunos pasajes son pura bazofia y su lectura no es recomendable. ¿Hay alguna aberración humana que no esté recogida en la Escritura? Esa es la razón por la que la Biblia fue un libro prohibido o no divulgado durante muchos siglos. Conviene decirlo, porque parece que ahora todo está bendecido por el hecho de estar en el Libro. Se equivocan quienes así piensan y más todavía quienes intentan imponerlo.
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Tampoco podemos pensar que la mano que escribe es sabia, incontaminada, guiada al dictado. Todo lo contrario. Está limitada por su personalidad, por su ambiente humano y material, por su nivel cultural, etc. Es decir, la Escritura no sólo está contaminada por la precariedad o bajura de la historia humana que describe, sino también por los subjetivismos y condicionamientos de quien la escribe. Esto ocurre de forma relevante en el AT porque el primitivismo era mayor y menor la evolución humana.

Pero también puede afirmarse del NT. En Pablo, por ejemplo, es evidente su complejidad literaria y la influencia de su formación judía ultra ortodoxa. Es más, esto ocurre y ocurrirá siempre, porque los humanos somos espejos pequeños y ahumados incapaces de proyectar la luz plena de la voz de Dios. Sólo podemos sembrar algunos de sus destellos para iluminar nuestra humana oscuridad: "Nada son ni el que planta ni el que riega, sino Dios que hace crecer" (1Cor 3,7).
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¿Qué hacer entonces? ¿Se nos ha roto la Escritura? ¿Renunciamos a ella? Conozco algunos que han caído en esa tentación.

¡Pues no!Solamente se ha abierto nuestro apetito por buscar, encontrar y digerir la voz de la Madre.

Cuando un río discurre por un lecho fangoso y se enturbia, cuando serpentea entre vegetación salvaje y se hace inaccesible, cuando se esconde para aparecer después, cuando se precipita por barrancos imposibles… ¿Hemos de renunciar a su agua?

¡Decididamente no! Solamente es mayor el reto por alcanzarla. Nos va en ello la vida: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).
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Intentaré humildemente en el próximo artículo dar algunas pistas para conseguir el agua del "Río" y, si fuera preciso, filtrar las contaminaciones humanas.

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[1] Véase, por ejemplo, el origen en la mujer del mal y del pecado (Gn 3,12) que tantos prejuicios históricos hacia la mujer ha protagonizado.

[2] Integrismo: Actitud de ciertos sectores religiosos, ideológicos, políticos, partidarios de la inalterabilidad de las doctrinas.

[3] Fundamentalismo: Aplicación rigurosa y estricta de las escrituras y las doctrinas tradicionales.

[4] Véase, por ejemplo, una alusión a la racionalidad: "Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras" (Lc 24,45).

[5] Véase "La interpretación de la Biblia en la Iglesia" de la Comisión Bíblica Romana. Ed. PPC – 1994.

[6] San Juan de la Cruz: Cántico Espiritual, estrofa 5.

[7] Véase, como ratificación de que la Palabra trasciende la Escritura, el precioso texto: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos…" (Is 55,8).

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