Dorothy Day en su autobiografía, La larga soledad, nos cuenta en primera persona su vida de joven periodista en el crisol del pensamiento político y literario que era el neoyorkino GreenWwich Village de los años veinte, así como su conversión al catolicismo, que significó el final de una vida un tanto bohemia. La larga soledad es la crónica de la asociación de Dorothy Day con Peter Maurin y de la génesis del Movimiento «Catholic Worker». Y al referirse a Peter Maurin, afirma: “Peter me dio más que instrucción, fue mi maestro, yo fui su alumna, me dio una forma de vida (…). Me ayudó a alejarme de las personas que hablan de los trabajadores para poder dedicar mi vida a las personas que son trabajadoras”.
Peter Maurin nació el 9 de mayo de 1877 y murió el 15 de mayo de 1949. Fue un activista católico cofundador del Movimiento del Trabajador Católico (Catholic Worker Movement) junto con Dorothy Day en 1933. Su vida es extraordinaria. Hijo de campesinos modestos, ingresó en 1891, con veinticuatro años, en el internado de Saint-Privat en Mende, dirigido por los Hermanos de las Escuelas Cristianas, antes de ingresar en el al noviciado de Buzenval, un pueblo cercano a París. Llega a ser maestro manifestando un gran interés por las cuestiones sociales. Siendo religioso se adhiere al movimiento católico laico Le Sillon, fundado por Marc Sangnier, con la intención de aproximar el catolicismo al republicanismo democrático, que en aquel momento eran irreconciliables. Y en 1902, cuando tenía que renovar sus primeros votos trienales abandona la congregación pensando que le llenaría más tratar de descubrir las raíces de la pobreza que dedicarse a instruir a los niños que la sufrían.
Durante cuatro años, a excepción de los breves periodos de servicio militar, se dedicó a vender L’Eveil démocratique, revista que a primeros de siglo XX editaba cincuenta mil ejemplares, por las calles de Montparnasse, por el barrio latino, delante de las iglesias, a asistir a los institutos y a participar en reuniones y discusiones. Esto le servirá como inspiración para la manera de trabajar en el Catholic Worker. En 1906 abandonó el movimiento por tomar Le Sillon un giro más político.
En agosto de 1909 zarpó rumbo a Canadá esperando encontrar inspiración en la defensa de la cooperación y la solidaridad humanas, valores que en las sociedades industrializadas se despreciaban cada vez más. Allí compró un terreno para trabajar como agricultor en Prince Albert, junto con Jules Barrue, a quien conoció en el barco. Pero eligieron mal el terreno y ni para la subsistencia daban sus labores. Dos años después murió su compañero de un accidente de caza, lo que hizo que se mudara al Estado vecino de Alberta. Entonces se dedicó a trabajar por cuenta ajena ya que el proyecto de granja no había prosperado. Trabajó en toda clase de trabajos no cualificados conociendo la pobreza, la injusticia y el abuso. Finalmente encontró un trabajo en los Ferrocarriles del Pacífico de Canadá, lo que le permitió aprender el inglés con más de treinta años.
Ahorró un poco de dinero y entró en Estados Unidos en 1911 como ilegal. En Pensilvania, por un mal entendido, fue a parar a la cárcel por mendicidad. A la salida se fue a trabajar a las minas de carbón. Después de tres meses, colgado entre dos vagones viajó hasta Akron, donde encontró trabajo en las minas de Galena, ciudad que lleva este nombre, por el mineral que se extrae. Después de un año de diferentes trabajos, regresó a Chicago. Pasó seis meses como ayudante de conserje en un edificio y al ver el interés por las lenguas que había en aquel momento, se puso como profesor de francés, abriendo una pequeña escuela, que duró ocho años.
En la década de 1920, Pierre Maurin vivía con cierta tranquilidad económica. Fue entonces cuando comenzó a sugerir que sus alumnos le pagaran de acuerdo a sus posibilidades económicas. Este notable cambio es considerado por algunos como una verdadera conversión religiosa debido a sus lecturas sobre San Francisco de Asís que veía el trabajo como un regalo para la comunidad y no como un medio de autopromoción. A partir de este momento Peter Maurin comparte su dinero con los más pobres. Y así será hasta su muerte.
Lee mucho, profundiza en sus conocimientos de historia, economía, filosofía para aclarar sus ideas antes de pasar a la acción hacia 1925. Recorre el país para exponer sus intuiciones. Expone su concepción social y cristiana del mundo y los medios para lograrlo, lo que llamará su » Revolución Verde» (una revolución verde que quiere ser lo contrario de la revolución roja) que tiene como elementos constitutivos de la persona y la comunidad estos tres elementos: la tierra, el saber y la religión.
A finales de 1932, Peter Maurin conoció a Dorothy Day, que entonces tenía treinta y cinco años, veinte años menor que él. Él le presenta su proyecto de la “Revolución Verde” y le sugiere que lo complete. Esta extraordinaria complicidad les conducirá hacia horizontes que ninguno de los dos pensaba que serían capaces de alcanzar. De allí nacerá el Movimiento Obrero Católico (movimiento del trabajador católico) y diversas obras sociales (casas de acogida, fincas agrícolas…) Dorothy describe a Peter Maurein como un “San Francisco de los tiempos modernos”.
Para Dorothy Day, Maurin era la persona que anhelaba encontrar y que le fue enviada por la Providencia. Perfectamente complementarios uno y otra, él sería el hombre de las ideas y ella la mujer de la acción. Así, durante los cuatro meses siguientes a su encuentro, Peter se reuniría diariamente con ella para «instruirla», para darle el trasfondo católico que necesitaba. A los ojos de Peter, Dorothy era la persona idónea para poner por obra sus ideas. Era necesario que entendiera primero el verdadero sentido de la historia, que lo da, no el ascenso y la caída de las naciones, sino la vida de los santos. Debía comprender que la verdadera cuestión en juego era la santidad y que cualquier programa de cambio social debía apoyarse en las nociones y en las realidades de la santidad y de la comunidad.
Al término de ese período formativo, Maurin propuso a Day dar inicio a una publicación que tuviera como objeto difundir la doctrina social de la Iglesia y promover los pasos a su entender necesarios para una transformación pacífica de la sociedad. Así nació The Catholic Workd, un periódico, que hasta hoy ha mantenido el mismo precio: un dolar, y al mismo tiempo un movimiento al que tanto Dorothy Day como Peter Maurin dedicaron el resto de sus vidas.
El proyecto de Maurin acogido y difundido por The Catholic Worker ahonda sus raíces en la filosofía personalista que él mismo había asumido y elaborado a través de sus lecturas. Maurin, como gran lector, gran sintetizador y gran difusor, no dejó escrito más que sus Easy Essays (Ensayos fáciles) de tono divulgador. Más que un escritor teórico fue un gran comunicador verbal. Maurin hablaba con anécdotas, parábolas e historias, sin entrar nunca en una discusión lineal: quería dejar al oyente la tarea de razonar por sí mismo y llegar así a sus propias conclusiones.
El autor preferido por Maurin fue Emmanuel Mounier, de cuyas obras se hizo promotor, especialmente de la revista Esprit, fundada por Mounier en 1932, y de su Manifiesto personalista, sin embargo, el encuentro de Maurin con Mounier no tuvo lugar hasta la aparición de la revista del conocido personalista francés, después de que Maurin ya hubiese puesto en práctica las bases de su propio personalismo. La amistad de Peter Maurin y de Dorothy Day con Jacques y Raissa Maritain en los años americanos de la pareja francesa, influyeron en los planteamientos de los fundadores de The Catholic Worker. En el caso de Dorothy Day la influencia fue mayor, ya que Maritain fue un un asiduo colaborador del periódico americano.
Pero quien se encuentra presente de un modo más integral en la obra de Maurin es el personalismo del exiliado ruso Nicholas Berdjaev: La visión escatológica de la historia, la llamada divina al hombre para participar en el acabamiento de la creación a través de la historia, el valor absoluto de la persona como fin en sí mismo y el consecuente valor de la libertad como elemento clave de la dignidad de la persona humana, la supremacía del sujeto sobre el objeto, todas estas ideas esenciales de la concepción personalista de Maurin tienen su origen primero y su fuente de inspiración en la obra de Berdjaev. Para Maurin, como para Berdjaev, el radical don de sí a los demás en la comunidad de los hombres es lo que da inicio en esta tierra al Reino de los Cielos.
¿Cómo llegar a esta nueva sociedad, según Maurin? Una sociedad inspirada en las enseñanzas de Jesús, especialmente en el Sermón de la Montaña, en los escritos de los Padres y en las encíclicas sociales de los papas contemporáneos; una· sociedad basada en la dignidad de la persona humana, en la que cada uno reconociera la imagen de Dios en sí mismo y en los demás; una sociedad fundada por tanto en el don de sí mismo a los demás, estructurada sobre las obras de misericordia; una sociedad caracterizada por la actitud de no-violencia en la legítima defensa y en la resolución de los conflictos, en la que no hubiera lugar para la explotación económica o la guerra, para la discriminación racial, sexual o religiosa; una sociedad no adquisitiva, sino funcional, descentralizada y basada en la cooperación mutua, sin los extremos de opulencia y de miseria; una sociedad no de masas, sino comunitaria; una sociedad, en fin, en la que a la gente le fuera más fácil ser buena.
Maurin empeñará buena parte de sus esfuerzos en diseñar y precisar las características de esas «microsociedades», y en ponerlas por obra. Las bases del nuevo orden social habían de ser la caridad personal y la pobreza voluntaria, las mismas con las que los monjes irlandeses evangelizadores de Europa sembraron el continente de «microsociedades» que constituirían el fundamento de la sociedad cristiana medieval. La convicción de que el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, capaz de amar (de darse) a Dios mismo y a los demás, y destinado a la vida eterna con Él, constituye, como en todo el fundamento último de los demás principios secundarios de la filosofía personalista: la dignidad e igualdad de todos los hombres, los derechos y las responsabilidades de cada persona, individualmente y en sociedad.
La misión que Maurin se prefijó para toda su vida fue precisamente la de despertar en cuantos se cruzaban con él la capacidad de reconocer a Cristo en los demás, como camino para llegar a encontrarse con el mismo Cristo. Sólo así cada persona puede llegar a descubrir que está llamada a dar y darse en todo momento y en todas sus acciones, imitando el sacrificio de Cristo. El don mutuo de sí mismo a los otros, teniendo a la vista el bien común de todos, debe formar la base de la necesaria restructuración de la sociedad. Para suscitar en los demás la conversión personal, fomentarla y facilitarla, ideó y puso en práctica las Round Table Discussions (Mesas redondas de discusión) con una gran variedad de formas, según las circunstancias. Se podían celebrar en un café, una esquina de la calle, una plaza pública. Estas Mesas redondas fueron el elemento central del plan educativo de Maurin, basado esencialmente en la experiencia y dirigido a la acción; una enseñanza que, a través de la interiorización de los elementos que la experiencia enseña, evita tanto el academicismo estéril como la superficialidad ignorante. Una enseñanza que se dirige a la totalidad de la persona, abarcando tanto la vida social como la religiosa.
En toda familia, afirmaba Maurin, debería haber una «habitación de Cristo» (Christ Room), destinada no a los invitados, sino a quienes realmente tienen necesidad de la auténtica hospitalidad, no despersonalizada y burocrática, sino nacida del corazón. En toda parroquia debería haber también un hogar parroquial destinado a los necesitados, para dar al rico la oportunidad de servir al pobre. Partiendo de este planteamiento, Peter Maurin y Dorothy Day idearon la creación de las Houses of Hospitality. en las que, por un lado, los pobres puedan encontrar comida, ropa y alojamiento gratuitos y los parados lo necesario para la vida mientras buscan trabajo. Y, por otro lado y ante todo, quienes lo deseen se puedan beneficiar de la oportunidad de servir a los miembros más necesitados de la sociedad con su sacrificio personal, practicando directamente las obras de misericordia corporales y espirituales. Las Houses Hospitality deben proporcionar no solamente a los elementos básicos para la vida, sino también a las necesidades espirituales de los hospedados.
El punto focal de la filosofía del trabajo de Maurin es «La dimensión creativa»: Solamente es conforme a la dignidad de la persona aquel trabajo que permita al trabajador participar, con su libertad y responsabilidad personal, en la tarea de la creación; solamente un trabajo creativo, es decir, un trabajo tal que envuelva la totalidad de la persona humana y que manifieste el don de sí mismo a los demás, podrá ser vehículo para la unión de la persona con su Creador. La persona, imagen de Cristo, se da a sí mismo en el trabajo como Cristo se dio en la cruz. El trabajo como cocreación dignifica cualquier ocupación humana, la del campo como la de la ciudad, con tal de que no impida la expresión de sí mismo y la capacidad de darse. Lo cual difícilmente se verifica en un trabajo mecanizado que no permite ver el fruto del propio esfuerzo como obra personal y como don personal a los demás. Para Maurin era necesaria, pues, una transformación de los sistemas laborales propios del «industrialismo» por su proyecto de «comunidades agrícolas».
El proyecto de las comunidades agrícolas fue la síntesis de su visión personalista. Una sociedad descentralizada que promueva la cooperación en lugar de la coerción, fundada sobre pequeñas factorías propiedad de los artesanos y sobre comunidades agrícolas, constituye su lógica culminación, pues integra plenamente los objetivos del comunitarismo al que su personalismo aspiraba como necesario resultado de la oración, la literatura y las artes, el cultivo del campo y el trabajo artesanal. Estas comunidades agrícolas, además de superar los problemas de desempleo y generar formas del buen vivir, deberían comportar un beneficio mutuo para obreros e intelectuales. Unidos en esas comunidades, ambos trabajarían, pensarían y rezarían juntos, y desarrollarían un proceso trabajo y formación.
Con su instinto práctico de periodista, su pasión, su habilidad y su inagotable capacidad de trabajo, Dorothy Day supo encarnar las ideas de Peter Maurin. Pero Dorothy fue también más allá de ellas, sobre todo en la última parte de la vida de Maurin y después de la muerte de éste, dándoles una base teológica más rica y una espiritualidad más precisa. Abrazó los mismos principios personalistas pero los enraizó más firmemente en un sentido cristocéntrico, en el Cuerpo místico de Cristo más que en una dimensión comunitaria genérica, y trató de complementarlos con las obras de misericordia, poniéndo énfasis en la responsabilidad personal.
La revista, que había alcanzado en pocos años una tirada de 150.000 ejemplares, perdió numerosos lectores debido a su postura pacifista ante la guerra civil española (1936-39) y la segunda guerra mundial (1939-45) y se distinguió posteriormente por su oposición al clima enrarecido de la «guerra fría» y a la participación estadounidense en la guerra del Vietnam, lo que le valió la acusación de filocomunista. Editada hasta su muerte por Dorothy Day, la tirada actual del periódico es de 90.000 ejemplares, y han de sumarse las publicaciones propias de muchas de las Houses of Hospitality del movimiento, que en 1995 estaban en funcionando 134, todas ellas excepto tres en los Estados Unidos, la mayoría en grandes ciudades y algunas en zonas rurales. Cada comunidad es autónoma y, desde el fallecimiento de Dorothy Day, no tienen ningún líder general. En las comunidades promovidas por el movimiento se institucionalizaron las Mesas redondas, todavía en vigor, en los que gente de todas las creencias puede dialogar, explorar las causas del desorden actual y encontrar el camino que se ha de emprender.
Cuando Dorothy Day fallece en 1980, el New York Times la calificó como «una militante de la no-violencia, radical en lo social, de una luminosa personalidad y fundadora del Movimiento «Catholic Worker», que luchó en primera línea, durante más de cincuenta años, en numerosos combates en favor de la justicia social».
Qué es lo que constituye a un Ser Humano (Peter Maurin)
1. El dar y no el tomar.
Eso es lo que hace a un Ser Humano
2. El servir y no el gobernar
Eso hace a un Ser Humano
3. El ayudar y no el aplastar
Eso hace a un Ser Humano
4. El alimentar y no el devorar
Eso hace a un Ser Humano
5. Y si es necesario el morir y no el vivir
Eso hace a un Ser Humano
6. Los Ideales y no los acuerdos
Eso hace a un Ser Humano
7. Credo y no avaricia
Eso hace a un Ser Humano