Venid a Galilea, allí el Señor aguarda ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!
"La resurrección no solamente es un acontecimiento para expresar el poder de Dios Creador. Es también una manifestación de la vida que nos espera"
"La libertad solamente la logramos, cuando aprendemos a elegir el bien para todos aquellos con quienes me toca relacionarme y convivir"
| Cardenal Carlos Aguiar Retes arzobispo de México
“El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: No teman. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho”.
El acontecimiento de la Resurrección de Jesús no solamente es un acontecimiento inédito en la historia de la humanidad. Se trata de un acontecimiento, que revela el sentido de la creación del universo, y la razón de la existencia humana en ella.
Dios Padre llevó a cabo la Creación, de manera ordenada y muy orgánica, podemos decir perfecta, para garantizar su existencia por los siglos de los siglos. Como bien sabemos tiene como destinatario y administrador a la humanidad en su conjunto, para que de generación en generación, vayamos descubriendo su mano portentosa, y especialmente su amor por su criatura predilecta: el ser humano.
Dicha predilección es para revelar su amor misericordioso, y atraer a quienes lo vamos descubriendo, para que aprendamos a mirar más allá de nuestro cuerpo mortal, y desarrollemos nuestro espíritu, que le da vida.
En este proceso personal y familiar, y luego, comunitario y social, debemos aprender a conducirnos con plena libertad y responsabilidad, eligiendo el bien y superando el mal, tanto de manera personal como social.
Dicho aprendizaje contempla dos dimensiones fundamentales: la primera consiste en aprender a discernir entre el bien y el mal, y a elegir el bien en mi conducta personal. La segunda dimensión es superar la habitual tendencia de buscar solo el bien para mi persona, o para quienes yo valoro y amo.
Ambas dimensiones constituyen un proceso, que habitualmente dura toda la vida terrena. Siempre estaremos tentados y muchas veces seducidos por el bien personal o para el bien de mis prójimos apreciados.
¿Qué necesitamos para superar esa tendencia, y alcanzar el amor misericordioso al estilo de Dios, Nuestro Padre, que busca sin distinción siempre el bien de todos y cada uno?
Sin duda alguna es indispensable conocer a alguien que dé testimonio, de que es posible alcanzar a desarrollar ese amor misericordioso, que sabe en toda ocasión orientar, reconciliar, y perdonar. Ese alguien ha sido Jesús, el Hijo de Dios Encarnado, que asumiendo la condición humana con todas sus consecuencias ha dado testimonio del amor de Dios Padre hasta el extremo de asumir una injusta sentencia como si fuera un blasfemo y un falso mesías, y en consecuencia ser condenado a la crucifixión.
Ofrendar la propia vida hasta ese extremo de aceptar la injusta muerte, y declarar abiertamente su perdón a quienes lo ejecutaron: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Es un testimonio elocuente y sin duda convincente del auténtico amor.
Era por tanto, indispensable que el acontecimiento de su resurrección de entre los muertos, no quedara como una historia ejemplar, sino hubiera constancia de esa Resurrección a una vida eterna para la que hemos sido creados.
Así lo recuerda el Apóstol Pedro en la primera lectura: “Nosotros somos testigos de cuanto él hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día y concedió verlo, no a todo el pueblo, sino únicamente a los testigos que él, de antemano, había escogido: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de que resucitó de entre los muertos”.
Por eso San Pablo exhortaba así a la comunidad cristiana de Colosas: “Hermanos: Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida de ustedes, entonces también ustedes se manifestarán gloriosos, juntamente con él”.
La resurrección no solamente es un acontecimiento para expresar el poder de Dios Creador. Es también una manifestación de la vida que nos espera, y que para ser aceptados en esa vida a la que estamos destinados, es indispensable aprender a vivir el amor misericordioso de Dios, manifestándolo a nuestros prójimos.
El mismo acontecimiento de la Resurrección de Jesucristo inició transmitiéndose unos a otros como lo narra hoy el Evangelio según San Mateo: “María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro… El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: No teman. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde lo habían puesto. Y ahora, vayan de prisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allá lo verán”.
De esta manera tan sorprendente y única en la Historia de la humanidad, Dios decidió manifestar claramente en el testimonio de su Hijo Jesucristo, el camino que debemos recorrer para lograr la verdadera libertad por encima del libertinaje. La libertad solamente la logramos, cuando aprendemos a elegir el bien para todos aquellos con quienes me toca relacionarme y convivir.
Por eso los invito a expresar nuestra gratitud a Dios, Nuestro Padre, con las palabras finales de la Secuencia, que hemos escuchado antes del Evangelio:
“¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos la gloria de la Pascua.
Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda. Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa”.
¡Que así sea!
Etiquetas