Homilía del cardenal Aguiar en el V Domingo de Cuaresma ¿Cómo podemos platicar con Dios?

Aguiar en Guadalupe
Aguiar en Guadalupe

"Tengamos, pues, plena confianza en la infinita misericordia de Dios, el Dios de la vida. Él quiere la vida, y reconozcamos siempre nuestra fragilidad humana: nuestras caídas, nuestros tropiezos. No importa, hay que levantarse, porque Dios siempre está dispuesto a perdonar"

"Pongámonos de pie y veamos el rostro de nuestra Madre, María de Guadalupe. A eso vino a nuestras tierras: a mostrarnos a su Hijo Jesús, para que siempre obtengamos de Él, el perdón de nuestras faltas"

La Palabra de Dios, en este quinto domingo de Cuaresma, se nos presenta como el Dios de la vida, el que nos da la vida.

El profeta Isaías, en la primera lectura, afirma: “Esto dice el Señor: Yo voy a realizar algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan? Voy a abrir caminos en el desierto y haré que corran los ríos en la tierra árida”. Es decir, donde no hay vida, Dios promueve la vida; donde está la muerte, Dios la vence y sale adelante. Por eso continúa diciendo el profeta: “Haré correr agua en el desierto para apagar la sed de mi pueblo elegido”.

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Esta continuidad del Dios de la vida la vemos prolongada en la respuesta del salmo que cantábamos, particularmente en la parte cuando dice: “Como cambian los ríos la suerte del desierto, cambia también ahora nuestra suerte, Señor, y entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor”.

Es decir, que a pesar de que tengamos adversidades, en comunión con Jesucristo, nuestro Señor, saldremos adelante favorablemente, incluso ayudándonos en esa situación de adversidad no sólo a superarla, sino a crecer en nuestra confianza y en nuestra relación con el Dios de la vida.

Así fue la experiencia de san Pablo, él la comparte así en la segunda lectura a la comunidad de los filipenses: “Nada vale la pena en comparación con conocer a Cristo Jesús”. Por tanto, si algo debe ser nuestra prioridad, es conocer a Cristo Jesús. ¿Y cómo podemos intimar con Él? Sencillo: para eso es la oración.

Orar es abrir nuestro corazón y no simplemente recitar oraciones. Es abrirle el corazón para que Dios actúe a través de nosotros y así poder auxiliar, a su vez, a quienes vemos que están padeciendo

Recuerden cada uno de ustedes cómo empezaron a orar. Quizá la abuelita le dijo al nieto o a la nieta, quizá el papá o la mamá: “Hay que aprender el Padrenuestro, el Ave María. Dirígete a Jesús en el Sagrario, cuéntale lo que llevas dentro, lo que te pasa”.

En efecto orar es abrir nuestro corazón y no simplemente recitar oraciones. Es abrirle el corazón para que Dios actúe a través de nosotros y así poder auxiliar, a su vez, a quienes vemos que están padeciendo, sufriendo una enfermedad, una situación de dolor, una adversidad.

El cardenal Aguiar
El cardenal Aguiar

Por ello concluye San Pablo: “Conocer a Cristo es experimentar la fuerza de su resurrección, compartir sus sufrimientos y asemejarse a Él en su muerte, con la esperanza de resucitar con Él de entre los muertos”. Siempre estamos con Jesús: resucitando, retomando la vida, fortaleciendo nuestro espíritu. Y san Pablo afirma, sin lugar a dudas: “Cristo Jesús me ha conquistado”.

Por medio de Cristo Jesús, Dios nos llama desde el cielo para que vayamos a la casa del Padre.Finalmente, si queremos ver un camino muy claro del que podemos aprender para estar en intimidad con Cristo, es el perdón que da la vida y nos conduce hacia el Señor de la vida.

Por eso Jesús, cuando le señalan que esa mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio, y que Moisés manda apedrear a estas mujeres, responde: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”.

Tengamos, pues, plena confianza en la infinita misericordia de Dios, el Dios de la vida. Él quiere la vida, y reconozcamos siempre nuestra fragilidad humana: nuestras caídas, nuestros tropiezos. No importa, hay que levantarse

Es decir, si reconocemos —por eso en la Eucaristía siempre iniciamos así— nuestros pecados, nuestras debilidades, nuestras limitaciones, venimos al Señor de la vida, y Él no sólo nos perdona, Él nos da vida. Jesús, al enderezarse después de estar escribiendo en la arena mientras los demás se iban, le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? Nadie, Señor. Tampoco yo te condeno. Vete, y ya no vuelvas a pecar”.

Tengamos, pues, plena confianza en la infinita misericordia de Dios, el Dios de la vida. Él quiere la vida, y reconozcamos siempre nuestra fragilidad humana: nuestras caídas, nuestros tropiezos. No importa, hay que levantarse, porque Dios siempre está dispuesto a perdonar.

Cardenal Aguiar
Cardenal Aguiar

Pongámonos de pie y veamos el rostro de nuestra Madre, María de Guadalupe. A eso vino a nuestras tierras: a mostrarnos a su Hijo Jesús, para que siempre obtengamos de Él, el perdón de nuestras faltas.

Bendita seas Madre Nuestra, María de Guadalupe, con gran confianza, ponemos en tus manos al Papa Francisco, fortalécelo y acompáñalo en estos días de su recuperación, para que pronto pueda retomar sus actividades.

Ayúdanos a percibir en la cotidianidad de nuestra vida la asistencia del Espíritu Santo, y descubrir que nuestra esperanza va más allá de las cosas terrenales; y desarrollemos nuestra convicción de la vida eterna, anunciada por tu Hijo Jesús, para habitar contigo en la Casa de Dios, Nuestro Padre.

En este Año Jubilar te pedimos la gracia para reconocer nuestros pecados y aprender a perdonar en cualquier circunstancia adversa; fortaleciendo así nuestro sincero amor y gratitud a Dios Nuestro Padre, por el don de la vida.

Con esa experiencia, consolidaremos nuestra confianza en Dios, para ser fieles a todo lo que Dios Padre nos pida. Mostrando así, que Cristo camina y vive en medio de nosotros.

Todos los fieles aquí presentes este Domingo nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza.

¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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