Corazones que saben acoger a toda hora La alegría de la Navidad
En Nochebuena, mientras los negocios provistos de mercancías estaban aún cerrados, corazones que saben acoger a toda hora y rostros que saben sonreír a cada encuentro, supieron acoger a Jesús, María y José
Ojalá que estos días de Navidad Dios prepare nuestros corazones para poder acoger a Jesús que viene a nosotros
Quedan pocos días para celebrar la Navidad y con el fin de ayudarnos a vivirla, me place hablaros de una narración de Mario Delpini, arzobispo de Milán y escritor. El libro titulado 'Y la mariposa voló' incluye cincuenta y dos historias simbólicas con un trasfondo claramente cristiano.
La narración número treinta y nueve de este libro lleva por título «Las preferencias de Jesús» y explica que, desde la llegada de los romanos, se había extendido por Jerusalén y sus alrededores un frenesí que algunos llamaron boom económico y otros locura colectiva. Los talleres tenían que producir cada vez más, aunque bajara la calidad. Pero no todo el mundo actuaba de esa manera. Algunos mantenían los ritmos antiguos, no perdían el sueño para multiplicar las ganancias y siempre tenían presente al Dios de Abraham y el descanso sabático.
A los artesanos que amaban su trabajo eso no les preocupaba demasiado. «Mientras tengamos para vivir… Bendito sea el Señor!». Ana, la tejedora de lana, acompañaba los hilos con delicadeza. Esther trabajaba el mimbre con nervio y precisión, recortaba y pulía con fuerza las puntas para que el cesto fuera fuerte y no causara ningún rasguño a nadie. Y Rubén, el pastor, llamaba amablemente a las ovejas, recogía la leche y, sin prisa, dejaba reposar los quesos.
Y fue precisamente en la puerta de Ana donde José, empujado por el frío de la noche, decidió llamar. «Buena mujer: ha nacido el niño. Somos pobres y no tenemos mantas para calentarlo». Ana no le preguntó si podía pagar ni si era del pueblo. Para dar calor al bebé le dio la mantita que tejía.
Al oír la voz preocupada de José también se presentó Esther, que escogió el cesto más grande y más bonito: «¿Cómo? ¿No querrás dejar al niño en el suelo o ponerlo en un pesebre? ¡Aquí tienes una cuna!».
Rubén, el pastor, fue casi embestido por José, que buscaba algo para comer. De la cueva de Rubén salió un jarro de leche recién ordeñada y un queso tan sabroso, que José estuvo tentado de darle un mordisco antes de que llegara donde le esperaba María.
Mientras los negocios provistos de mercancías estaban aún cerrados, corazones que saben acoger a toda hora y rostros que saben sonreír a cada encuentro, supieron acoger a Jesús, María y José.
Ojalá que estos días de Navidad Dios prepare nuestros corazones para poder acoger a Jesús que viene a nosotros. Él llamará a nuestra puerta sin pretensiones y sin arrogancia, como un pobre que vive de lo que nosotros le podemos dar. Felices seremos si, como Ana, Esther y Rubén, le podemos ofrecer un regalo preparado con paciencia y amor; felices seremos si le podemos ofrecer nuestro tiempo atento y amoroso. Estos son signos de afecto que consuelan más que las riquezas, son signos que los ángeles aprecian y admiran.
Queridos hermanos, es cuando valoramos estas cosas o acogemos con alegría al prójimo que encontramos el rostro de Jesús que nos sonríe. Esta es la fuente de la alegría de la Navidad. ¡Esto es lo que os deseo a todos!