"Búscalo en un pesebre, búscalo donde nadie lo busca, te sorprenderás" Osoro: "La Navidad sin Jesús no es nada"
"La pandemia de la COVID-19 ha traído oscuridad, preocupación, turbación y dolor, hasta el punto de lamentar incluso la pérdida de seres queridos. Pero no puede eliminar de nuestra vida el espíritu de la Navidad que tiene que manifestarse en alegría"
La pandemia de la COVID-19 ha traído oscuridad, preocupación, turbación y dolor, hasta el punto de lamentar incluso la pérdida de seres queridos. Pero no puede eliminar de nuestra vida el espíritu de la Navidad que tiene que manifestarse en alegría. Esta fue la primera palabra de Dios a María, a través del ángel, en la encarnación: «Alégrate». Sí, la alegría es el distintivo del discípulo de Cristo. Dios nos quiere, está a nuestro lado, está de nuestra parte, viene a entregarnos su luz, su paz, su amor, su corazón.
Dejadme deciros que la Navidad sin Jesús no es nada. La Navidad sin Dios, que es quien nos da motivos para vivir en la alegría, no es nada. Hoy más que nunca necesitamos escuchar las palabras del ángel a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Son palabras para nosotros en este momento. El Señor nos acompaña desde entonces. Qué bien lo han entendido tantos autores que, a través de la historia, nos han ofrecido bellísimas obras de pintura, escultura, literatura… Hay un relato histórico que nos ofrece esta versión autentica del espíritu de la Navidad y que seguro que escuchaste un montón de veces. Te pido que lo vuelvas a leer y que entre en tu corazón; verás cómo te abre las puertas para poder encontrar el verdadero espíritu de la Navidad: «Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y de la familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2, 1-7).
¡Qué belleza tiene el relato! Dios ha mantenido la esperanza en su Pueblo para cuando llegase «el momento». Dios hace realidad lo que ha prometido. Ha sido una promesa que engendra esperanza y que se consolida en Jesús y se proyecta en la segunda venida. Al leer este relato y lo que sigue, cuando se nos habla de los pastores, sentimos el gozo de vivir siempre en esperanza y de abordar el presente y el futuro con esperanza, en esa paz que nos entrega sabernos queridos por Dios. Pensamos en todos los hombres con los que, desde este espíritu navideño, hemos de construir, consolidar y animar la fraternidad universal.
Se nos cuenta que nació de noche, que fue anunciado de noche a «unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño». Y de noche los envolvió la vida misma de Dios, «y la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2, 9). ¡Qué descripción más fuerte también para nosotros en estos momentos de pandemia! Sí, nace y nos envuelve una luz; nos rodea, nos alcanza, elimina toda oscuridad. En medio de la oscuridad, de la tristeza, aparece la alegría; aquella que tuvo María en el momento que la visita el ángel. La alegría es la primera palabra que Dios nos regala cuando se hace presente en esta historia, desde el mismo momento de su concepción: «Alégrate».
No estamos acostumbrados a que, en medio de nuestro andar histórico, que en estos últimos meses se viene fraguado en la humanidad entera por la noche (es de noche), se produzca una eclosión de luz (esté Dios con nosotros). Sí, esa Luz es Jesucristo mismo. En las tinieblas aparece el corazón de un Dios que es Padre y no olvida a sus hijos. No nos decepciona, nos acoge, nos da su propia luz. En medio de la noche, en el silencio comienza a entrar la Luz y toma carne su Hijo, que acepta ser hermano de todos los hombres y acompañarnos aquí y ahora, en esta pandemia que padecemos y que nos impide el juntarnos las familias. Él es la Luz que necesitamos, es Dios mismo el que nos reúne y nos hace sentirnos familia. Y como a los pastores a través de los ángeles, hoy nos dice también a nosotros: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2, 10-11).
Rescatemos el espíritu de la Navidad abriendo nuestro corazón a la Luz. Pero, ¿cómo se abre el corazón? ¿Cómo se hace? Lo tenemos que hacer de la misma manera que los pastores de Belén, escuchando estas palabras: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 10-12). La ternura de Dios, la gran caricia de Dios a todos los hombres aparece en un niño. Dios se acerca de una manera indefensa para decirnos sencillamente que no tengamos miedo. Él no viene ni necesita llegar con la espectacularidad de los ídolos de moda. Dejémonos alcanzar por la ternura de Dios. No tengamos miedo a esta ternura que cambia nuestra vida y nuestro corazón.
En este sentido, me gustaría deciros algo muy sencillo en esta Navidad:
1. Él está a la puerta y llama. Está llamando a la puerta de tu corazón, recíbelo, déjalo entrar en tu vida. Como os digo en la carta pastoral que marca nuestro curso, Jesús nos sigue diciendo: «Quiero entrar en tu casa». Hazle un sitio en tu vida.
2. Quiere que lo recibamos todos los días, viene una y otra vez. Quiere llenarnos de su amor. No para que lo retengamos en nosotros mismos, sino para darlo, para repartirlo a todos los hombres, para que así construyamos la fraternidad y verifiquemos que somos hermanos.
3. La Navidad es la fiesta del encuentro, del encuentro con Jesús y por ello del encuentro con todos los hombres. Jesús golpea a la puerta de tu vida, a la puerta de tu corazón, y te dice: he venido para encontrarme contigo y darte mi vida, ¿no ves que es mi vida la que necesita esta humanidad? Escúchalo. Búscalo en un pesebre, búscalo donde nadie lo busca, te sorprenderás. Remueve la hojarasca y descubrirás dónde está el brote de una vida nueva.
Con gran afecto, os bendice y os desea una Feliz Navidad,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid
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