"Este no puede ser un tiempo de equilibrios, de tácticas, de prudencia, un tiempo que favorezca el instinto de volver atrás" Cardenal Baldo Reina: "¿Qué será de los procesos iniciados?"

Cardenal Baldo Reina
Cardenal Baldo Reina

"Y este no puede ser un tiempo de equilibrios, de tácticas, de prudencia, un tiempo que favorezca el instinto de volver atrás o, peor aún, de venganzas y alianzas de poder"

No podemos quedar "sometidos por el miedo a las pérdidas que conllevan los cambios necesarios"

"La gente le ha reconocido como un pastor universal y la barca de Pedro necesita esta navegación amplia que traspasa fronteras y sorprende"

"Buscar un pastor, hoy, significa sobre todo buscar un guía que sepa gestionar el miedo a las pérdidas ante las exigencias del Evangelio"

A las 17:00 horas de esta tarde, en la Basílica Vaticana, tendrá lugar la Celebración Eucarística en sufragio del Romano Pontífice Francisco, en el tercer día de Los Novendiales. Está invitada a la celebración, en particular, la Iglesia de Roma. La concelebración está presidida por el em. card. Baldassare Reina, vicario general de Su Santidad para la diócesis de Roma, "un pueblo que llora a su obispo" y que está "como ovejas sin pastor".

En su emotiva homilía, recordando la figura, la vida y hasta el último gesto de Francisco, bendiciendo a la gente, el día antes de morir, el cardenal Reina se preguntó: "¿Qué será de los procesos iniciados?"

Especial Papa Francisco y Cónclave

Cardenal Reina
Cardenal Reina

A juicio del cardenal de Roma, "la gente le ha reconocido (a Francisco) como un pastor universal y la barca de Pedro necesita esta navegación amplia que traspasa fronteras y sorprende". Por eso, "no podemos quedar sometidos al miedo" y "este no puede ser un tiempo de equilibrios, de tácticas, de prudencia, un tiempo que favorezca el instinto de volver atrás o, peor aún, de venganzas y alianzas de poder".

Hay que buscar un nuevo pastor y eso "significa sobre todo buscar un guía que sepa gestionar el miedo a las pérdidas ante las exigencias del Evangelio"

Homilía del em. card. Baldassare Reina

Mi débil voz está aquí hoy para expresar la oración y el dolor de una parte de la Iglesia, la de Roma, cargada de la responsabilidad que la historia le ha asignado.

En estos días, Roma es un pueblo que llora a su obispo, un pueblo junto a otros pueblos que se han puesto en fila, encontrando un espacio entre los lugares de la ciudad para llorar y rezar, como ovejas sin pastor.

Ovejas sin pastor: una metáfora que nos permite recomponer los sentimientos de estos días y atravesar la profundidad de la imagen que nos ha transmitido el Evangelio de Juan, el grano de trigo que debe morir para dar fruto. Una parábola que narra el amor del pastor por su rebaño.

El buen pasyor
El buen pasyor

En este tiempo, mientras el mundo arde y pocos tienen el valor de proclamar el Evangelio traduciéndolo en una visión de futuro posible y concreta, la humanidad aparece como ovejas sin pastor. Esta imagen sale de la boca de Jesús, posando la mirada sobre las multitudes que lo seguían.

A su alrededor están los apóstoles que le cuentan todo lo que han hecho y enseñado. Las palabras, los gestos, las acciones aprendidas del Maestro, el anuncio del reino de Dios que viene, la necesidad de un cambio de vida, unidos a signos capaces de dar carne a las palabras: una caricia, una mano tendida, discursos desarmados, sin juicios, liberadores, sin temor al contacto con la impureza. Al realizar este servicio, necesario para despertar la fe, para suscitar la esperanza de que el mal presente en el mundo no tendría la última palabra, de que la vida es más fuerte que la muerte, ni siquiera habían tenido tiempo de comer.

Jesús siente el peso de esto, y esto nos conforta ahora.

Jesús, el verdadero pastor de la historia que necesita su salvación, conoce el peso que pesa sobre cada uno de nosotros al continuar su misión, sobre todo cuando nos encontremos buscando al primero de sus pastores en la tierra.

Como en los tiempos de los primeros discípulos, hay resultados y también fracasos, cansancio y temor. La tarea es inmensa, y se insinúan las tentaciones que velan lo único que importa: desear, buscar, trabajar esperando «un cielo nuevo y una tierra nueva».

Y este no puede ser un tiempo de equilibrios, de tácticas, de prudencia, un tiempo que favorezca el instinto de volver atrás o, peor aún, de venganzas y alianzas de poder, sino que se necesita una disposición radical para entrar en el sueño de Dios confiado a nuestras pobres manos.

Cardenales
Cardenales

Me impacta en este momento lo que nos dice el Apocalipsis: «Yo, Juan, vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia adornada para su esposo».

Un cielo nuevo, una tierra nueva, una nueva Jerusalén.

Ante el anuncio de esta novedad, no podemos ceder a la pereza mental y espiritual que nos ata a las formas de experiencia de Dios y a las prácticas eclesiales conocidas en el pasado y que deseamos que se repitan infinitamente, sometidos por el miedo a las pérdidas que conllevan los cambios necesarios.

Pienso en los múltiples procesos de reforma de la vida de la Iglesia iniciados por el papa Francisco, que trascienden las pertenencias religiosas. La gente le ha reconocido como un pastor universal y la barca de Pedro necesita esta navegación amplia que traspasa fronteras y sorprende.

Esta gente lleva en su corazón inquietud y me parece vislumbrar una pregunta: ¿qué será de los procesos iniciados?

Nuestro deber debería ser discernir y ordenar lo que se ha iniciado, a la luz de lo que nos exige nuestra misión, en dirección a un cielo nuevo y una tierra nueva, adornando a la Esposa para el Esposo. Mientras que podríamos intentar vestir a la Esposa según las conveniencias mundanas, guiados por pretensiones ideológicas que desgarran la unidad de las vestiduras de Cristo.

Buscar un pastor, hoy, significa sobre todo buscar un guía que sepa gestionar el miedo a las pérdidas ante las exigencias del Evangelio.

Buscar un pastor que tenga la mirada de Jesús, epifanía de la humanidad de Dios en un mundo que tiene rasgos inhumanos.

Cardenales
Cardenales

Buscar un pastor que confirme que debemos caminar juntos, componiendo ministerios y carismas: somos pueblo de Dios constituido para anunciar el Evangelio.

Jesús, mirando a la gente que le sigue, siente vibrar en su interior la compasión: ve mujeres, hombres, niños, ancianos y jóvenes, pobres y enfermos, y nadie que se ocupe de ellos, que pueda saciar el hambre de la vida que se ha vuelto dura, y el hambre de la Palabra. Él, ante esas personas, se siente su Pan que no defrauda, su agua que sacia sin fin, el bálsamo que cura sus heridas.

Siente la misma compasión que Moisés al final de sus días, desde lo alto del monte Abarim, frente a la tierra que no podrá pisar, mirando a la multitud que había guiado, y rogando al Señor que ese pueblo no se reduzca a ser un rebaño sin pastor, un pueblo que no puede retener consigo, un pueblo que debe seguir adelante.

Esa oración es ahora nuestra oración, la de toda la Iglesia y de todas las mujeres y hombres que piden ser guiados y sostenidos en la fatiga de la vida, entre dudas y contradicciones, huérfanos de una palabra que les oriente entre cantos de sirenas que halagan los instintos de auto redención, que rompa las soledades, recoja los desechos, que no se rinda ante la prepotencia y tenga el valor de no doblegar el Evangelio a los trágicos compromisos del miedo, a la complicidad con lógicas mundanas, a alianzas ciegas y sordas a los signos del Espíritu Santo.

La compasión de Jesús es la de los profetas que manifiestan el sufrimiento de Dios al ver al pueblo disperso y maltratado por los malos pastores, por los mercenarios que se sirven del rebaño y huyen cuando ven llegar al lobo. A los malos pastores no les importan nada las ovejas, las abandonan en peligro, y por eso serán raptadas y dispersadas.

Mientras que el buen pastor da la vida por sus ovejas.

De esta disposición radical del pastor habla la página del Evangelio de Juan proclamada en esta liturgia eucarística, que nos presenta el testimonio de cómo Jesús consigue ver más allá de la muerte, cuando llegara la hora de glorificar su misión. La hora de la muerte en la cruz que manifiesta el amor incondicional por todos.

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo». El grano de trigo que buscó la tierra con la encarnación del Verbo, que cayó para levantar a los que caen, que vino a buscar a los que se habían perdido.

Cardenales
Cardenales

Su muerte es una siembra que nos deja suspendidos en ese momento en el que la semilla ya no se ve, envuelta por la tierra que la oculta y nos hace temer que se haya desperdiciado. Una suspensión que podría angustiarnos, pero que puede convertirse en umbral de esperanza, rendija en la duda, luz en la noche, jardín de Pascua.

La fecundidad prometida pertenece a la disposición a la muerte; convertirse en trigo masticado, rehén de la infidelidad y la ingratitud a la que Jesús, el buen pastor que ofrece su vida por sus ovejas, responde con el perdón pedido al Padre, mientras muere abandonado por sus amigos.

El buen pastor siembra con su propia muerte, perdonando a sus enemigos, prefiriendo su salvación, la salvación de todos, a la suya propia.

Si queremos ser fieles al Señor, al grano caído en tierra, debemos hacerlo sembrando con nuestra vida.

Y cómo no recordar el Salmo: «¡El que siembra con lágrimas cosechará con alegría!».

Hay tiempos como los nuestros en los que, al igual que el agricultor al que se refiere el salmista, sembrar se convierte en un gesto extremo, impulsado por la radicalidad de un acto de fe.

Es tiempo de hambruna, la semilla arrojada a la tierra es la que se ha sustraído de la última reserva sin la cual se muere. El agricultor llora porque sabe que este último acto le está pidiendo que arriesgue su vida.

Pero Dios no abandona a su pueblo, no deja solos a sus pastores, no permitirá, como en el caso de su Hijo, que sea abandonado en el sepulcro, en la tumba de la tierra.

Nuestra fe guarda la promesa de una cosecha gozosa, pero que deberá pasar por la muerte de la semilla que es nuestra vida.

Ese gesto extremo, total, agotador, del sembrador me hizo pensar en el día de Pascua del papa Francisco, en ese derramamiento sin reservas en la bendición y el abrazo a su pueblo, el día antes de morir. Último acto de su sembrar sin reservas, el anuncio de las misericordias de Dios.

Gracias
Gracias

Gracias, papa Francisco.

María, la Virgen Santa que nosotros, en Roma, veneramos como Salus populi romani, que ahora acompaña y vela sus restos mortales, acoja su alma y nos proteja para seguir su misión. Amén.

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