"La madre contempla en silencio a su hijo" José Alegre: "El silencio es la cuna de la palabra, le da luz y calor"
"Irá desgranando despacio, como de puntillas, las primeras palabras delante del hijo, que va contemplando el rostro maternal, el dibujo de sus labios que dejan caer, suavemente amorosos, unas primeras y elementales palabras, pero claves para la vida de un ser humano"
"Hay un proverbio pedagógico que dice: 'la olla guarda el sabor de lo primero que se echó en ella'"
Un texto inédito del poeta José Ángel Valente afirma cosas interesantes como estas: “Para mí el silencio es la clave o la raíz de la palabra. La palabra se forma cuando se hace el silencio. El silencio es el territorio de la palabra. La palabra viene de una larga espera, de un prolongado silencio. Silencio, desierto, noche. Exige la palabra entrar en la noche del sentido, 'en la tierra desierta, seca y sin camino' de la que habla san Juan de la Cruz”.
Es decir que el silencio cabría decir que es la cuna de la palabra. El silencio viene a ser lo que da plenitud, intensidad, luz, calor, a la palabra. El silencio da belleza a la palabra. La hace viva, penetrante, capaz de comunicar vida, de hacer posible que dos personas se encuentren en una tal profundidad que llegan a sentirse uno.
Todas estas ideas alrededor del silencio que de una u otra forma hemos escuchado o leído, que teóricamente sabemos, pero que no llegamos a trasladar a nuestra vida, a esta vida desbordante de “palabras sin vida”. Vacías. Y que nos van configurando una “vida que no es vida”, a mí me llevan a recordar la contemplación de una imagen en una noche de Pascua:
Fue en la Parroquia de Alcañiz. En la Noche de la Vigilia Pascual solíamos hacer los nuevos bautismos. Reservábamos los primeros bancos para los que iban a ser bautizados. En un momento de la celebración levanté la mirada que se quedó “prácticamente clavada” en una imagen única: una madre que traía su hijo a bautizar estaba en el primer banco y tenía su mirada fija en aquel hijo, como ajena a todo lo que sucedía a su alrededor.
Esto me ha llevado a pensar en esas madres, todas, que pasan tiempo sin medida contemplando esa vida nueva. ¡Ay, la madre, esa mujer, colaboradora íntima del Dios de la vida! Pero esta imagen me lleva a pensar en un proceso importante en una conexión evidente con la relación “silencio-palabra”:
. La madre, contempla en silencio a su hijo; éste, a medida que va despertando a la vida, mira a la madre. Todo empieza con una mirada silenciosa.
. Después, viene un segundo momento: la sonrisa. La sonrisa de una madre contemplando esa misteriosa y apasionante aventura del despertar a la vida. La sonrisa de la madre que se irá viendo recompensada con la nueva sonrisa del hijo.
. Y viene un tercer momento: la palabra. La madre irá desgranando despacio, como de puntillas, las primeras palabras delante del hijo, que va contemplando el rostro maternal, el dibujo de sus labios que dejan caer, suavemente amorosos, unas primeras y elementales palabras, pero claves para la vida de un ser humano: mamá, papá, hijo…
La sabiduría de una madre, de todas las madres, nos enseña esta sabiduría de “la cuna del silencio”: una mirada, una sonrisa, una palabra… Esta sabiduría requiere un ritmo, ese ritmo de la vida que tiene una madre, colaboradora singular del Dios de la vida. Hoy, nosotros somos arrastrados por otros ritmos que enturbian nuestras miradas, ritmos capaces de mover como nunca el cuerpo, pero que impiden una mirada limpia, penetrante… Hoy somos arrastrados por otros ritmos, que quizás dibujan un cóctel de sonrisas en nuestros semblantes, pero en cualquier caso son sonrisas frías que se desvanecen con el ritmo. Hoy somos arrastrados por otros ritmos que nos llevan a decir palabras, palabras, muchas palabras, palabras secas, frías, que se desvanecen apenas salen de la boca, sin fuerza para llegar al corazón del otro.
"Somos arrastrados por otros ritmos que enturbian nuestras miradas, ritmos capaces de mover como nunca el cuerpo, pero que impiden una mirada limpia"
Amigo, amiga, piensa en esa palabra sabia del poeta Valente. Pero si no te convence, piensa en una madre, la tuya, colaboradora íntima del Dios de la vida -por eso, yo pienso que una madre nunca puede morir- y en el proceso que inició contigo, que evidentemente tú no recuerdas, pero es algo cierto, de una mirada, una sonrisa, una palabra…
Y considera: hay un proverbio pedagógico que dice: “la olla guarda el sabor de lo primero que se echó en ella”. Lector: ciertamente, tú tienes la capacidad de decir palabras rezumantes de sabiduría… Quizás tendrías que considerar con seriedad el ritmo de tu vida… Para alcanzar que sea verdadera vida.