Un Dios prohibido: Mártires para la reconciliación
El cine de la guerra civil sigue mostrando una herida abierta. No es fácil una mirada serena ante el conjunto de conflictos que se superpusieron generando una marea de dolor prolongada en la dictadura. Las películas más recientes se abren a nuevas perspectivas y pretenden matizar planteamientos ideológicamente simplistas o maniqueos.
“Un Dios prohibido” se encuentra dentro de estas películas. Primordialmente no trata sobre la guerra del 36, sino sobre el martirio de un grupos de jóvenes seminaristas, que ajenos a los conflictos políticos, deciden vivir en coherencia a su fe y al Evangelio. El guion, siguiendo una numerosa y cuidada documentación histórica, huye de un planteamiento de buenos y malos, centrándose en profundizar en las motivaciones religiosas del grupo de 51 claretianos que fueron fusilados en Barbastro. Realizada con rigor, quizás demasiado larga por fidelidad a los hechos históricos, nos ofrece una primera parte de contextualización del conflicto que se avecinaba y de presentación de la vida del seminario así como la preocupación que genera el momento, después se centra en la estancia de un mes en el salón de los escolapios donde estuvieron detenidos y donde se platean las relaciones con los milicianos y el comité, la convivencia entre ellos, la vida espiritual y su disposición a dar la vida, mientras que los últimos veinte minutos tratan sobre el fusilamiento, en distintos momentos y lugares, de los padres que les acompañaban y de los seminaristas, y donde se destaca su coraje interior y la decisión de coherencia con la fe profesada.
Pablo Moreno, el director al que ya conocimos por su cortometraje “Alba” (2012) y por los largos “Talitá Kum” (2010) y “Pablo de Tarso: el último viaje” (2008), emprende este reto con la productora Contracorriente y el apoyo de los misioneros claretianos. Con un estilo televisivo, una puesta en escena tan digna como cuidada y un numeroso grupo de jóvenes actores entusiastas (Elena Furiase, Raúl Escudero, Javier Suarez, Emma Caballero, Iñigo Etayo, Jerónimo Salas y Alex Larumbe) al que se unen algunos más maduros como Juan Lombardero, en el hermano Vall, el cocinero, y Mauro Muñiz en el papel del gitano beato Ceferino Giménez “el Pelé”. Todo ello para ofrecernos una propuesta emotiva, con una perspectiva hagiográfica equilibrada y un contenido evangélico que se centra más en el testimonio que en la condena de los violentos.
Siendo una película de bajo presupuesto, el rigor del planteamiento formal, el cuidado de la imagen y la inteligencia de los recursos digitales nos presentan una factura estimable que, en la herencia del estilo televisivo, resulta atractiva tanto por la historia que cuenta como por el valor del testimonio que trasmite. Lo que supone un salto cualitativo en la producción de cine religioso entre nosotros, pudiendo superar así la resignación de estrenar únicamente películas italianas o norteamericanas. Todo un avance, en tiempos recios también para el cine, que esperamos se consolide ante un público que ha respondido con frialdad a títulos como “Encontrarás dragones” o “Cristiada” pero que fue conquistado por “El gran silencio”, “De dioses y hombres” o “La última cima”.
El papel de Eugenio Sopena, líder de la CNT de Basbastro (bien dramáticamente Jacobo Muñoz) y de la miliciana Trini, la Pallaresa (creíble la Furiase) resaltan los rasgos de humanidad en el bando republicano y ofrecen un contrapunto a la historia. Sin embargo, cuesta el seguimiento de un elenco tan amplio, sobre todo el de los jóvenes seminaristas, para permitir captar la evolución de los distintos personajes y en ocasiones hay subrayados en el guion que, habiendo quedado más implícitos, habrían aportado más hondura dramática. Pero también hay momentos emotivos como la lectura de la despedida a la Congregación: “Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayo ni pesares: morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule tu desarrollo y expansión por todo el mundo” o el momento donde en un pañuelo juntan sus sudores como recuerdo para los que sobrevivirán como testigos.
La película muestra un compromiso claro por la experiencia de la fe en Dios como sentido de la existencia, la generosidad de los que sienten la llamada, el valor de la vida religiosa y el camino trascendente del perdón. Así pues cine religioso con valor de historia y con fuerza de testimonio.