Sacerdotes de película: la saga de los exorcistas (8)
Nos detenemos brevemente en un subgénero de terror que ha tenido un importante éxito de público y que todavía sigue atrayendo a distintos productores. Se trata del cine en torno a los exorcismos. El carácter espectacular de estas películas eclipsa frecuentemente el sentido religioso del tema de la posesión del Maligno. Recordemos que el exorcismo es una antigua y particular forma de oración que hace un ministro ordenado en el nombre de toda la Iglesia para liberar del poder de Satanás y de sus consecuencias de engaño, mentira y confusión. Desde aquí cabe subrayar que al destinatario se le somete a un riguroso análisis previo para excluir la enfermedad física o mental y que el sacramental se realiza como un ejercicio de oración.
Cuando William Friedkin en 1973 adaptó para el cine la novela de William Peter Blatty que llevaba por título “El exorcista” no podía imaginar que inauguraba una larga serie de películas en torno a este tema. La primera entrega presenta al padre Damien Karras (Jason Miller), un sacerdote en crisis personal y de fe, al que Chris McNeil (excepcional Ellen Burstyn) pide ayuda para liberar a su hija del diablo. En el momento del exorcismo recibe la ayuda del padre Lankester Merrin (Max Von Sydow) un enigmático y veterano sacerdote que luchara encarnizadamente con Satanás para liberar a la niña. El director dirá de su película que «es una parábola del cristianismo, de la eterna lucha entre el bien y el mal». Algo que sin duda formaba parte de la promoción comercial. La realización, con una efectos especiales muy logrados, permite que el espectador se enfrente al miedo a lo desconocido que puede haber dentro de cada uno. La doble figura del sacerdote muestra por una parte al viejo conocedor del poder del Mal (Merrin) frente al joven experto (Karras) pero desorientado. Finalmente ambos sucumbirán, aunque el suicidio de este último, presentado como ejercicio de redención, dejará el demonio fuera de juego una temporada.
Cuatro años exactamente, en 1977 se estrenó Exorcista II: El Hereje bajo la dirección de John Boorman. Richard Burton encarnó al padre Lamont, quien investiga los traumas psicológicos que aquejan a la ahora adolescente Regan, tras el exorcismo al que fue sometida en la primera parte de la saga así como la misteriosa muerte del padre Karras. En este caso comienza a rizarse el rizo pero la motivación se simplifica: hay que vencer al demonio Pazuzu a través de las personas que lo sufrieron.
En 1990 apareció El Exorcista III, dirigida por el padre literario de la criatura, William Peter Blatty que ahora se coloca detrás de las cámaras para adaptar su novela “Legión”. La trama abora la historia del padre Dyer y el teniente Kinderman, y el reencuentro con quien creían muerto: el padre Karras. Mejora la historia que ahora se hace más bien policíaca pero empeora la dirección. Nada nuevo bajo el sol.
En el 2004 se estrenó Exorcista: El Comienzo, precuela dirigida por Renny Harlin para añadir gore al invento y desechando a Paul Schrader que había preparado una propuesta. En esta entrega volvemos a las dudas del fe del sacerdote protagonista ahora el joven padre Merrin que en la primera mostraba su fe en la lucha contra el mal. Más de lo mismo aunque esta vez con una gran fracaso comercial que permitió que se ofreciera al público en el 2005 la película Dominio: Protosecuela de El exorcista, que ignoró la historia del film anterior y reconstruye un origen completamente diferente, que saca a la luz la versión de Paul Schrader anteriormente desechada. En esta ocasión se pasa a un drama más íntimo y psicológico donde se platean los interrogantes de la lucha entre el bien y el mal. Así pues el terror evoluciona hacia un película más existencial del tipo habitual en el guionista de La última tentación de Cristo (1988). Y aquí se cerro el círculo.
Con El exorcismo de Emily Rose (2005) hay un cambio de orientación. Se presenta como fondo el caso real de la joven Anneliese Michel que murió en julio de 1976, así como el proceso judicial que tuvo lugar a raíz de su muerte. Pero todo ello totalmente transformado en nombres, localizaciones y personajes. La película comienza cuando se acusa al padre Richard Moore (Tom Wilkinson) de homicidio negligente. En el juicio se enfrentan la abogada agnóstica (Laura Linney) y el fiscal devoto metodista (Campbell Scott) pero la argumentación de la abogada se va girando hacia la perspectiva del sacerdote al descubrir sus propios demonios personales. La figura del padre Richard es la de un hombre convencido de que el Maligno tiene un poder imprevisible y que a través de Emily ( elocuente Jennifer Carpenter) lo ha reconocido. Su actitud creyente y resuelta contrasta con sus superiores interesados en olvidar el asunto. Sin embargo, en su discurso final lo que hasta entonces se planteaba desde el problema fe y razón, se desliza hacia serios problemas teológicos cuando una supuesta aparición de María parece exigir el sacrificio de Emily para que el mundo conozca la existencia del mal, algo en sí mismo incompatible con la fe en el Dios de la misericordia que no manipula ni sacrifica a los seres humanos.
Con el mismo caso real de fondo Réquiem (El exorcismo de Micaela) (2006) de Hans-Christian Schmid realiza una mirada completamente distinta. Aquí busca el realismo casi documental para analizar las circunstancias de su muerte, por eso no se filma, contra lo previsto en el canon de este tipo de películas, ninguno de los exorcismos. Como dice el cineasta en la presentación “Réquiem se basa en hechos reales aunque los personajes son ficticios”. También aquí dos sacerdotes, uno anciano con experiencia que considera que la joven necesita sobre todo atención médica y el más joven que está convencido de la posesión. Sin embargo, la película presenta claramente el caso como un problema de ofuscación mental en una víctima con una madre posesiva marcada por una ofuscación religiosa. Además la actuación de los sacerdotes no parece ni comprensiva ni adecuada al problema de Micaela.
Desde el punto de vista de la figura del sacerdote en el cine, las películas de exorcismos servirán para mostrar sacerdotes en crisis que se ven envueltos en realidades y experiencias que les alejan de su misión. Con ellas comienza la crítica deformadora de un grupo de películas que termina por desdibujar el servicio ministerial desde claves mayoritariamente falsificadoras.