El pontificado de Benedicto XVI

Tengo motivos para estar contento con el actual pontificado de Benedicto XVI. Desde luego es una continuación del pontificado anterior, pero evitando esos excesos y corrigiendo lo que han sido errores de Juan Pablo II.

Sé que los Teólogos de la Asociación Juan XXIII no opinarían como yo, Ratzinguer les hizo mucho daño como Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, y ellos desean un Papa que libere el campo de la teología. Pero hay que reconocer que desde su triunfo, el caso de Jon Sobrino ha defraudado a algunos que esperaban un castigo, y en lugar de eso se ha quedado en una llamada a la atención, cosa que no sería el patrón a seguir bajo Juan Pablo II y con Ratzinguer en la congregación.

El Ratzinguer Papa está resultando ser muy distinto del Ratzinguer al frente de dicha congregación. Un amigo religioso que está en Brasil y que temió consecuencias nefastas para la Iglesia Episcopal de Brasil una vez elegido Ratzinguer, se muestra hoy encantado. Y un amigo en la pontificia Universidad de Comillas se encuentra encantado con el actual pontificado.

Además, vuelven los religiosos a la Santa Sede, donde cada vez ocupan más la representación que merecen. Por ello la curia pasa a estar constituida por gente más moderada.

Pero hay un dato que está destacando mucho bajo este pontificado. ¿Dónde está el Papa? Si con el pontificado anterior el Papa salía continuamente en los medios, el actual se ha alejado de los mismos. El Papa acude a ciertos actos multitudinarios, pero está poco tiempo en ellos. Con Juan Pablo II lo que se observaba era un excesivo culto a su persona, no era raro que protagonizara uno de sus continuos actos de autopromoción personal, que desembocaban en una obsesión enfermiza de las masas. Con Benedicto XVI la papolatría está gozando de mínimos, está procurando evitar convertirse en el protagonista y el centro de la Iglesia, que lo es y debe ser siempre Cristo.

En el acto de beatificación de los mártires, y en la mayoría de las beatificaciones, Benedicto XVI procura evitarlas para que su presencia no desvíe las atenciones sobre quien se está beatificando. En los de canonización tiene que asistir debido a que la canonización es un acto de infalibilidad que debe presidir el Papa, si pudiera seguramente ni estaría para evitar ser centro de atención.

Juan Pablo II era un papa más dado a la promoción de la Virgen María, hasta el punto de darle un protagonismo que ni le correspondía a la Santa Madre. Benedicto al contrario está colocando y reivindicando a Cristo, a la Santa Madre está colocándola en su lugar y procurando que el centro de la oración y la Iglesia sea siempre Cristo

Lo que si lamento de veras es la fea imagen que tiene el Papa en muchos medios de comunicación. Ser Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe le ha estigmatizado gravemente. Muchos me dicen que les cae mal porque como según creen “quien partía el pescao era él detrás de Juan Pablo II”. Pues no, era el propio Juan Pablo II, que hasta su muerte siguió haciendo algo en la iglesia, y siempre bajo su secretario personal y el secretario de estado Sodano. A mucha gente les parecía Juan Pablo II el Papa guay, el que hacía las cosas menos esperadas, el modernista y hasta le llaman progresista. Juan Pablo II fue un Papa con una imagen de cara al mundo, pero la imagen nunca se correspondió con lo que hacía por detrás. Al tiempo que se presentaba como un innovador, un modernista, etc, iba liquidando todo rastro de progresismo eclesial renovándolos a todos por gente conservadora. Tras 27 años de pontificado, los resultados son desoladores, una Europa descristianizada y arrasada, y eso que era el “guay”, el que caía bien a todo el mundo, el simpático. Pero de imagen no vive la Iglesia, y en ocasiones es necesario ser concesivo para ganar o evitar perder un terreno.

Tampoco se puede renovar un episcopado pensando que los nuevos obispos deban estar en excesiva sintonía con el Papa. Los obispos deben tener su sintonía con el Papa, pero también con sus diocesanos, sin llegar a excesos por el uno o por el otro. Si falla sintonía con el Papa se deteriora la unidad de la Iglesia, si falla con los diocesanos, se pierden los diocesanos. Y eso es lo que ha ocurrido bajo el pontificado de Juan Pablo II, muchos obispos han creído que lo mejor era ser como antenas repetidoras de lo que de Roma venía, y muchos diocesanos han preferido cambiar de canal.

Con Juan Pablo II ciertos cara duras florecieron bajo su protección, como fue Kiko Argüello o Marcial Maciel. El primero ya no puede decir que entra en la Santa Sede cuando quiere y como quiere, y el segundo ya no puede decir misa en público. La protección que Juan Pablo II les concedió se ha diluido con Benedicto XVI. En el caso de Maciel tal vez se habrá librado de la justicia por los abusos de los que se le acusa, pero de lo que no se ha librado es de verse repentinamente mancillado su nombre por la pederastia de la que se le acusa a él y a cercanos conocidos suyos en los Legionarios de Cristo.

Con Benedicto están aun muchas cosas por ver. Calculo con la buena salud del Papa que mínimo nos debiera quedar un lustro de pontificado, y ojalá no se lo lleve Dios antes, o por su brevedad podría ser prácticamente olvidado un Papa que está resultando ser en mi opinión, mucho mejor que el anterior.
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