Olímpica blasfemia "¿Por qué sería blasfemo representar a los apóstoles o a Nuestro Señor en drag?"
"¿Por qué no es blasfemo representar a Nuestro Señor como un típico monarca europeo, colonizador, rubio y blanco, pero sí es blasfemo que lo representen como apache —recordemos el escándalo reciente en Nuevo México— o drag?"
"¿Qué tiene lo drag que lo hace incompatible con el arte sacro? La indignación que despertó en algunas personas tiene que ver más con que ese tipo de arte se considera afeminado, lo que resulta aun peor, pues parecería que lo afeminado es intrínsecamente degradante"
Supongamos que quienes organizaron la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos 2024 tuvieron la intención de representar la Última Cena con bailarines de hiphop y drags; es más, supongamos que tuvieron la intención de burlarse de uno de los acontecimientos centrales de la fe cristiana, la noche en que Nuestro Señor instituyó la eucaristía.
Propongo el siguiente ejercicio mental a raíz de la polémica que desató el show, a sabiendas de que el comité organizador aclaró que en realidad se representó El festín de los dioses, de Jan van Bijlert (1597-1651), y no La última cena de Leonardo da Vinci (1452-1519). Para cualquiera que haya visto el espectáculo o que desee verlo, es evidente que los personajes desfilan en lo que parece una bacanal, lo que se confirma al final, cuando aparece un personaje azul —el cantante Philippe Katerine—, que representa al dios Baco, sobre un platón exuberante de frutas y flores.
En el espectáculo se ve a los dioses del Olimpo —quizá valga recordar de dónde vienen las Olimpiadas— desfilando al comenzar un festín. Baco es padre de la diosa Secuona, de quien la leyenda cuenta que se convirtió en el río Sena. El dios que está en el centro, representado por una mujer de vestido azul, porta una aureola similar a como la pintura de van Bijlert lo representa.
Pero volvamos al ejercicio que propongo y supongamos que la intención no fue representar El festín de los dioses sino la Última Cena con una finalidad deliberadamente blasfema:
1-Que los apóstoles hayan sido representados por mujeres no constituye una falta de respeto a menos que se piense que ser mujer es degradante. De hecho, usar “afeminado” como insulto hacia un hombre supone la idea de que hay algo malo en lo femenino. ¿Cuántas veces hemos escuchado decir que un hombre homosexual es tolerado en cierto ambiente con la condición de “que no se le note” lo “afeminado”? La homofobia es un tipo de misoginia.
2-Lo masculino y lo femenino son categorías muy inestables: en la Francia de Luis XIV, los hombres que usaban talcos, pelucas, tacones, mallones, labial y perfumes constituían el epítome de la masculinidad. Lo masculino de una época y de una cultura no lo es en otra, y en este sentido el arte drag es también una provocación necesaria para repensar las categorías de lo masculino y lo femenino, como de hecho ocurre de una época a otra sin que lo notemos. ¿Hace cuántas décadas todavía se tachaba de “machorra, hombruna” a una mujer que vestía con pantalón? ¿Hace cuántas décadas se consideraba cantar en el coro de una iglesia una actitud masculina, indigna de las mujeres?
3-Representar la Última Cena con apóstoles caracterizados al modo drag no es ni más ni menos ofensivo que caracterizarlos con facciones orientales, latinas, africanas o europeas, aun cuando sabemos que todos eran semitas. El uso que se le dio al arte drag en el espectáculo fue respetuoso: hubo baile, maquillaje, ropa excéntrica… el histrionismo típico de un show drag. Parece necesario recordar que ni el baile ni el maquillaje ni la ropa excéntrica son una falta de respeto. ¿Qué tiene de malo un vestido y un maquillaje para representar a un apóstol, cuando nuestros obispos se visten de ropajes con encajes y anillos y collares incluso más vistosos que los del show de las Olimpiadas? La diferencia es que quienes asistimos frecuentemente a misa estamos acostumbrados a ver a hombres con un estilo de ropajes “femeninos”, pero al final es sólo un ajuar al que estamos acostumbrados.
4-Aunque se trata de cuestiones muy distintas, el espectáculo drag se asocia a menudo con las personas trans. En este sentido, me resulta más fácil ver a los apóstoles —hombres en su mayoría pobres, incultos, marginados por la sociedad pero con una fe tremenda en el Hijo de Dios— en los cuerpos de mis hermanas y hermanos trans, excluidos de la sociedad por asumir una identidad de género diversa. Según datos del gobierno de México, la esperanza de vida de una mujer trans en el país es de 35 años. La cifra clama al cielo, y debería motivarnos como creyentes a promover políticas en favor de ese sector de la población, estimado aquí en un millón de personas.
Lo que quiero poner a discusión en este ejercicio mental es si lo drag constituye de suyo un tipo de representación inmoral. De ser así, ¿qué lo hace inmoral: el histrionismo, la danza, el maquillaje exagerado? ¿Por qué sería blasfemo representar a los apóstoles o a Nuestro Señor en drag? ¿Por qué no es blasfemo representar a Nuestro Señor como un típico monarca europeo, colonizador, rubio y blanco, pero sí es blasfemo que lo representen como apache —recordemos el escándalo reciente en Nuevo México— o drag? Seamos objetivos, ¿qué tiene lo drag que lo hace incompatible con el arte sacro? La indignación que despertó en algunas personas tiene que ver más con que ese tipo de arte se considera afeminado, lo que resulta aun peor, pues parecería que lo afeminado es intrínsecamente degradante. Es eso lo que deberíamos estar discutiendo, que en la Iglesia nos queda un largo camino por recorrer en el reconocimiento del valor que tiene lo “femenino” en nuestra vida de fe.
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