'La Iglesia debe dar testimonio, no hacer política' (Cardenal MacElroy) El obispo que necesita Mallorca

"Si se quiere cambiar la situación eclesial en Mallorca, como es obligación intentarlo, la figura del nuevo obispo será decisiva"
"El nuevo obispo debería ser un firme defensor del orden imaginado, de ese consenso universal, que se expresa en la formulación de los derechos humanos. Sobre todo los de las mujeres y los sacerdotes"
"No parece desmedido reclamar que el próximo obispo es un hombre culto: profundo conocedor de la historia y evolución del pensamiento y de las ideas que han venido configurando la cultura occidental hasta nuestros días"
"¿Qué intervención activa tendrá la comunidad de creyentes católicos en Mallorca en la elección de su futuro Obispo (sinodalidad)?"
"El futuro obispo debería tener muy claro que “la Iglesia debe dar testimonio, no hacer política’ (Cardenal MacElroy). No cometamos el error de olvidarlo como ha ocurrido en el pasado"
"El nuevo obispo debiera ser: un verdadero cristiano, con mentalidad evangélica, que crea en la colegialidad y en la sinodalidad, con actitud positiva ante las mujeres y los sacerdotes, verdadero garante de la libertad y la apertura en la Iglesia"
"No parece desmedido reclamar que el próximo obispo es un hombre culto: profundo conocedor de la historia y evolución del pensamiento y de las ideas que han venido configurando la cultura occidental hasta nuestros días"
"¿Qué intervención activa tendrá la comunidad de creyentes católicos en Mallorca en la elección de su futuro Obispo (sinodalidad)?"
"El futuro obispo debería tener muy claro que “la Iglesia debe dar testimonio, no hacer política’ (Cardenal MacElroy). No cometamos el error de olvidarlo como ha ocurrido en el pasado"
"El nuevo obispo debiera ser: un verdadero cristiano, con mentalidad evangélica, que crea en la colegialidad y en la sinodalidad, con actitud positiva ante las mujeres y los sacerdotes, verdadero garante de la libertad y la apertura en la Iglesia"
"El futuro obispo debería tener muy claro que “la Iglesia debe dar testimonio, no hacer política’ (Cardenal MacElroy). No cometamos el error de olvidarlo como ha ocurrido en el pasado"
"El nuevo obispo debiera ser: un verdadero cristiano, con mentalidad evangélica, que crea en la colegialidad y en la sinodalidad, con actitud positiva ante las mujeres y los sacerdotes, verdadero garante de la libertad y la apertura en la Iglesia"
Parece ser que el Vaticano ha puesto en marcha el procedimiento en orden a elegir el futuro obispo para la Iglesia en Mallorca. ¡Ya era hora! Esta vez, no han servido las maniobras de mons Taltavull para prolongar su función. Esperemos que tampoco lo sean para que se nombre a quien ha sonado como de su agrado.
Al realizar esta propuesta, soy consciente del riesgo que asumo. En el presente estado de cosas, es aventurado manifestarse sobre aspectos internos de la Iglesia católica. Máxime para quien, como yo, no se considera integrado en su estructura organizativa y ha tomado posiciones muy críticas respecto de la misma. Sin embargo, desde mi fidelidad a Jesús deNazaret y a los Evangelios canónicos, ‘testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra, hecha carne, nuestro Salvador’ (Const. Dei Verbum, n. 18), prefiero no ‘renunciar a la verdad’ de la situación eclesial existente en Mallorca. Si ésta se quiere cambiar, como es obligación intentarlo, la figura del nuevo obispo será decisiva.

A tal efecto, me parece indispensable ofrecer algunos observaciones al azar, que podrían tenerse en cuenta en su elección a fin de acertar en el empeño.
No debiera ser necesario subrayarlo. Pero, tampoco es inoportuno el recordarlo: el nuevo obispo debería ser un firme defensor del orden imaginado, de ese consenso universal, que se expresa en la formulación de los derechos humanos. Y no sólo respecto a su vigencia efectiva en el mundo de las realidades temporales, sino, sobre todo, en el marco del pueblo de Dios, que peregrina en esta tierra del Mediterráneo. Digámoslo con claridad: los derechos humanos todavía son reprimidos en la Iglesia, los de mujeres y sacerdotes de modo prioritario. También, y muy especialmente, no se otorga amparo, sino un efectivo rechazo, a cuantas voces críticas se atrevan a levantar su voz. El compromiso en la defensa de estos, y otros, valores y derechos deberá forma parte esencial de su testimonio eclesial. El obispo, que preside una Iglesia local, ha de presentarse y aparecer ante la misma como un verdadero creyente en este orden imaginado y como auténtico garante de su observancia y vigencia efectivas (respeto absoluto).
En este contexto, no parece desmedido reclamar que el próximo obispo debiera ser un hombre culto. Esto es, atesorar una cierta formación humanista y ser profundo conocedor de la historia y evolución del pensamiento y de las ideas que han venido configurando la cultura occidental hasta nuestros días. Un obispo no tiene que ser bisoño en tales lides y, muy en concreto, no ha de dar muestras de estar fuera de juego respecto del buen entendimiento del sistema democrático y del conjunto de libertades, que tutela y protege cualquier Estado moderno así como de los derechos que debe reconocer. En definitiva, ha llegado la hora de remediar semejante carencia en la Iglesia en Mallorca.
En este orden de exigencia, comprendo que no será fácil su elección. Las muy graves deficiencias en la formación sacerdotal y religiosa, en el pasado no tan lejano, saldrán ahora a relucir. Por cierto, ¿qué intervención activa tendrá la comunidad de creyentes católicos en Mallorca en la elección de su futuro Obispo (sinodalidad)? Asimismo el próximo obispo debería ser un decidido promotor de la paz en todos los ámbitos, así como del diálogo con todos, de tal forma que llegue a ser estimado como constructor de puentes con el resto de religiones y en la sociedad de la que forma parte. Pero, sobre todo, se necesita un obispo reconciliador: capaz de ayudar a superar la vergonzosa polarización existente en la comunidad de quienes se proclaman católicos.
Si nos atenemos al pasado más reciente de alguno de sus predecesores, el futuro obispo debería tener muy claro que “la Iglesia debe dar testimonio, no hacer política’. (Cardenal MacElroy). Esta posición del nuevo arzobispo de Washington es plenamente coherente con pronunciamientos precedentes de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. ¿Por qué, entonces, no siempre se ha tenido presente en ciertos nombramientos? Nos hallamos en momentos decisivos de la historia de España. No añadamos más presión ni impulsemos de nuevo elementos disgregadores y polarizantes.

A partir de esta orientación general, la respuesta, en concreto, la expresaré mediante ciertas observaciones y reflexiones, que conllevan sus respectivos criterios a tener en cuenta al elegir el nuevo Obispo.
1. Un verdadero cristiano. Como subrayó Hans Küng en relación con el Papa, el obispo, en la comunidad que preside en la unidad y en la caridad, no “ha de ser un santo, ni un genio; puede tener sus limitaciones, errores y carencias. Pero debe ser cristiano (…): inspirado en el pensamiento, la palabra y la acción por el Evangelio de Jesucristo como norma determinante”. No basta con las habituales proclamas hipocritonas. Son necesarios los hechos. Sobre todo, el testimonio coherente de la vida.
2. Conmentalidad evangélica. La Iglesia en Mallorca, al igual que la Iglesia universal, se halla inmersa en una muy profunda contradicción entre lo que se predica y lo que se hace, incluso en cuestiones fundamentales. Cambiando lo que se deba cambiar, es innegable que, por estos pagos, también se le ha venido quitando importancia a muchas exigencias de Jesús, que no interesaban a otros efectos o intereses inconfesables. La Iglesia en Mallorca también ha adoptado actitudes que conllevaban una verdadera marginación del Evangelio y un auténtico desplazamiento de Jesús del centro mismo del cristianismo. ¿Acaso no se le ha reprochado a Jesús, que volviese, precisamente, a ‘estorbarnos’? Vuelve a leer a Dostoyevski, Lo hermanos Karamásovi. Parte II. Libro V. Cap. V: El Gran Inquisidor.
A partir de tal evidencia generalizada, no debiera extrañar a nadie que en su seno se hayan protagonizado graves escándalos que han dado al traste con su credibilidad y su influencia en la opinión pública. Ahí están, por poner algún ejemplo, el abuso clerical contra menores y mayores vulnerables, la incapacidad de resolver ciertas controversias internas de carácter patrimonial mediante el diálogo respetuoso y sin tener que acudir a los tribunales estatales y esa extraña confusión entre religión y política en torno al nacionalismo político, del que, a veces, se hace gala. Las consecuencias ni siquiera es necesario mencionarlas. ¡Vaya contra testimonio!
Nada de todo lo anterior ni de todo lo que circula a su alrededor se resolverá con los cambios (´remiendos´) de las numerosas estructuras orgánicas, aunque sea preciso extinguir algunas y modificar a fondo otras. No dejan nunca de ser instrumentales. Es más, aunque la Iglesia en Mallorca necesita, con urgencia, como la Iglesia universal, “una reforma en la cabeza y en los miembros”, ésta no puede, en modo alguno, circunscribirse y limitarse a dichos elementos estructurales. “Esto sería el pecado más grande de mundanidad y de espíritu mundano anti-evangélico” (Francisco). Estamos llamados al seguimiento, a la conversión personal, al cambio de estilo y modo de vida. Esta es la respuesta frente a la que la Iglesia en Mallorca viene mostrando tanta resistencia.

En conclusión, nombren un obispo de mentalidad evangélica, esto es, que ponga en el centro a Jesús de Nazaret y se guíe por el Evangelio, que es ‘el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador’. Un obispo, que crea, viva y actúe, o, al menos, lo intente con todo su empeño, como lo hizo Jesús, que dijo “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Un obispo que no tenga corazón nacionalista. Un obispo que atienda a los pobres y marginados (periferias existenciales) y que sea capaz de renunciar a vivir en el lugar más privilegiado de Palma.
3. Que crea en la colegialidad y en la sinodalidad. Ya no estamos, efectivamente, en el s. XIX ni en el XX. Frente a la secularización, el liberalismo y el socialismo, la Iglesia adoptó una posición equivocada, a la defensiva, que tuvo sus consecuencias, que perduran todavía: “La Iglesia ya perdió a la clase obrera, luego perdióa los intelectuales y ahora está perdiendo a las mujeres” (Joseph Moingt, s.j.).
En el Concilio Vaticano II quedó muy claro que ese pasado debía ser olvidado y superado. Sin embargo, las cosas han transcurrido de hecho por derroteros diferentes. No puede ignorarse el empeño restauracionista de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI y, por tanto, la pervivencia de la idea y la práctica del sometimiento total de los obispos a las orientaciones romanas, supuestamente evangélicas. Es muy descorazonador que obispos recién nombrados todavía se excusen en la secularización, omitiendo su manifiesto fuera de juego. Siguen sin entender el mandato de Jesús: “Lo del César, devolvedlo al César, y lo de Dios, a Dios” (Mc 12, 17). La realidad es que “los que están conmigo no me han entendido” (J. J. Benitez).
En consecuencia, es de esperar que se atrevan a nombrar un Obispo que sienta la colegialidad episcopal y la sinodalidad como el marco propio en el que ejercer sus responsabilidades eclesiales. Su posición ha de entenderse y ejercerse en términos de servicio y no de poder. No puede seguir presidiendo la Iglesia en Mallorca como si fuese un autócrata ni tampoco con sumisión y obediencia ciega al Vaticano, particularmente en cuestiones que, como los abusos sexuales del clero, le convertirían en cómplice.
4. Con actitud positiva ante las mujeres y los sacerdotes. “No hay yajudío ni griego; no hay esclavo ni libre; ni hombre ni mujer…” (Gal 3, 28). Todos somos creados a imagen y semejanza de Dios, hijos de la luz, libres e iguales en dignidad, en derechos y deberes. Esta fue, sin duda, la novedosa aportación del cristianismo: la comunidad igualitaria de mujeres y varones. Después de veinte siglos y pico, seguimos, incluso con la instrumentalización del Magisterio, sin constituir dicha comunidad igualitaria. Al contrario, es evidente que en la comunidad de los creyentes en Jesús se recibe un trato dispar y discriminatorio, absolutamente inaceptable e incompatible con los signos de los tiempos y con el Evangelio. A la mujer, la mitad de la humanidad, se le tiene y dispensa un trato como ciudadana eclesial de segunda clase. ¡Vaya vergüenza!

El nuevo obispo, en consecuencia, ha de ser firme opositor a la situación actual de la comunidad cristiana. Oposición que debe traducirse en la defensa sin tibieza de la igualdad y libertad de la mujer en todos los órdenes (expresión, investigación), sobre todo, en la recepción de la ordenación sacerdotal.
Por otra parte, el nuevo obispo debe ser un firme defensor del derecho de los ministros eclesiales al matrimonio a fin de superar la discriminatoria situación existente: la prohibición de matrimonio a los sacerdotes, impuesta desde el s. XI. En este mismo orden de cosas, está llamado a impulsar la corrección de “la encíclica Humanae vitae de Pablo VI sobre la píldora, que ha alejado de la Iglesia a innumerables mujeres católicas y reconozca, de forma expresa, la responsabilidad de cada pareja sobre el control de la natalidad y el número de hijos” (Hans Küng).
5. Verdadero garante de la libertad y la apertura en la Iglesia. Ya hace tiempo (al menos, desde el Vaticano II), que se debieron dejar atrás posiciones católicas insostenibles por ser contrarias al Evangelio. Ya no es posible hablar de la “fe cristiana como la única religión legítima sobre la tierra” (Hans Küng), a la vez que se desprestigian las demás con argumentos calificables de peregrinos. ¡Una evidencia! Incluso Juan Pablo II “permitió que en un escrito doctrinal aprobado por él se afirmara que los no cristianos viven ‘objetivamente en una situación gravemente deficitaria’” (Hans Küng). ¡Grave error!
Un mínimo conocimiento de los signos de los tiempos debiera inducir en la Iglesia a valorar más aquilatadamente las exigencias derivadas de la laicidad: distinguir mejor los ámbitos de competencia de la Iglesia y del Estado. Ello en base a Mc 12, 17: “Lo del César, devolvedlo al César, y lo de Dios, a Dios”. Dicho de otro modo, o precisando lo que conlleva, a la vista de los muy frecuentes posicionamientos eclesiales, habría que subrayar vigorosamente que “el Evangelio puede inspirar una visión del mundo y por ende mover el ánimo a crear una sociedad más justa, pero no puede traducirse directamente en artículos de ley” (Claudio Magris). Lo ha dicho con brevedad y precisión el nuevo arzobispo de Washington, cardenal MacElroy:” “la Iglesia debe dar testimonio, no hacer política”. ¡Perfecto!
Todo lo insinuado anteriormente reclama un obispo con un talante muy específico: Poner en acción la humildad frente a otras religiones y no relacionarse con ellas a partir de la creencia de estar en posesión del monopolio de la verdad y en la interpretación de la realidad (Francisco); atreverse a ejercer su ministerio (LG, nn. 24-27) con un cierto grado de autonomía (LG, nn. 24-27), pues ‘son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares’ (LG, n. 23; cf. n. 22), sin esconderse frente a posibles preguntas comprometidas (responsabilidad); tener el coraje, frente a un primado absolutista, de mostrarse partidario de un primado de servicio desde el Evangelio y siempre con respeto a la libertad de los hijos de Dios.
Los tiempos actuales inducen, sin duda, al pesimismo. Es comprensible que muchos se sientan decepcionados y sin esperanza alguna. Sin embargo, el nuevo obispo, precisamente, estará llamado a infundir aliento y suscitar esperanza en la comunidad de creyentes que peregrina en Mallorca. Le será muy útil la Bula de Francisco, La esperanza no defrauda, del 9 de mayo de 2024, por la que se convoca el Jubileo Ordinario 2025. Pero, sobre todo, ha de marcar el rumbo en la Iglesia que presida, consistente en el cambio y estilo de vida de los miembros integrantes de esta “peculiar sociedad cristiana” (Tertuliano). Aquí radica la clave de un futuro esperanzador para la Iglesia en Mallorca: en la vida según el modelo evangélico.
