Cincuenta años en la Compañía de Jesús

Me permito contestar a través del blog (ante la dificultad de hacerlo uno por uno personalmente), para agradecer a quienes me han felicitado con motivo de mis bodas de oro en la Compañía de Jesús, animándome para los años restantes de vida.

Con motivo de la celebración del cincuenta aniversario de mi ingreso en la orden, el pasado día 8, festividad de la Natividad de María, y como agradecimiento a san Ignacio y a la Compañía, publico la traducción castellana de un texto latino, atribuído al P. Ribadeneira (1526-1611), que figuraba en el prefacio a la primera edición latina de las Constituciones de la Compañía. Dice así:

“Puestos, en fin, a encerrar mucho en pocas palabras, diremos que el hombre que de nosotros exigen las Constituicones es el crucificado al mundo y para quien el mundo está crucificado. Se nos pide que seamos hombres nuevos, despojados de su amor propio para revestirse de Cristo; muertos a sí mismos con el fin de vivir para la santificación; hombres que actúan como servidores de Dios en fatigas, desvelos y ayunos, como dice Pablo; en pureza, en conocimiento y en paciente anchura de corazón; hombres que se apuran en la marcha hacia la patria celestial, caminando con las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y buena fama; con viento a favor y en contra... Aquí tenéis el meollo: lo que compendia la finalidad de nuestras Constituciones. Por eso, ruego, hermanos en el Señor, que vivamos de una manera digna de la vocación con que hemos sido llamados. Y para que conozcamos esta vocación hagamos nuestras, manejándolas y releyéndolas día y noche, las Constituciones que se nos han propuesto como un regalo divino; compitamos entre nosotros por asimilárnoslas mediante su estudio, su meditación y su observancia, puesta siempre la mira en la mayor gloria de Dios.”

(Versió original latina en: Thesaurus spiritualis, Santander, 1950, p. 285).

Son palabras que animan a vivir en la frontera, como nos pidió nuestro hermano Benedicto en su discurso a la Congregación General, y a templar nuestra vida al acorde del nombre que llevamos para que den fe la obras de lo que el corazón profesa
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