¡“Liquidaron” seis millones de judíos!, dijo el embajador al Papa
“Judíos y cristianos necesitan que una voz como la del Papa diga al mundo la verdad sobre esta tragedia. Han liquidado a seis millones de judíos”. Así escribía Maritain, embajador de Francia ante la Santa Sede, en carta a Montini (el futuro Pablo VI) en 1946.
Pedía Maritain la iniciativa papal en condenar Holocausto y antisemitismo. Al no ser escuchado, renunció a su puesto (Citado por S Schloesser, en J. W. O‘Malley et al., Vatican II. Did anything happened:, N.Y., Continuum, 2007, p. 112).
Contra el olvido, memoria histórica, para evitar que el mal se repita, nos dice el historiador Stephen Schloesser, en su estudio sobre contexto y antecedentes históricos de la declaración conciliar Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia y con las otras religiones.
Esta declaración es un texto originalmente preparado como reaccion contra el antisemitismo de muchos siglos y los horrores del Holocausto, si se leía en el contexto de lo sucedido entre 1939-45, dice Schloesser; pero, en contexto de los años sesenta, requería ampliar la mira hacia el Islam y otras religiones).
Es significativo que quienes no aceptan el Concilio Vaticano II coincidan en ignorar el Holocausto. Lo de Williamson ha sido demasiado fuerte, mucho más de lo que fue para el Papa el golpe de las interpretaciones islámicas sobre su discurso de Ratisbona.
Schloesser evoca las sombras de una historia de antisemitismo:
cuando le costaba trabajo al Papa Gregorio XIV flexibilizar las restriccioines impuestas a los judíos y pasarlos del control de la Inquisición al del cardenal vicario de Roma;
cuando su sucesor Pío VI, recién elegido, establecía ghettos en las ciudades de los Estados Pontificios, prohibía a los judíos dirigirse familiarmente a los cristianos y reintroducía la costumbre del siglo XVI de hacerles llevar un emblema identificatorio;
cuando en Semana Santa de 1808 las tropas francesas tuvieron que intervenir en Pisa para contener la violencia antijudía;
cuando Pío IX se opone a la emancipación de los judíos;
cuando Pío X excomulga a los parlamentarios franceses que votaron la separación de Iglesia y Estado (apoyando la oposición a la democracia y reforzando la postura anti-Dreyfus y anti-semita);
cuando se recuerda que, en 1950, un monitum vaticano ponía en guardia contra el peligro de indiferentismo en el diálogo judío-cristiano;...
cuando se recuerdan estos datos, a la vez que se agradecen los cambios postconciliares (cuando se dejó de decir en la plegaria de Viernes Santo lo de “pro perfidis judeis”...), no puede menos de preocupar seriamente el giro de vuelta atrás en el túnel del tiempo que está adoptando cada vez más el entorno de la curia romana.
¿Cuántas dimisiones o destituciones de altos puestos curiales cardenalicios harán falta para que nuestro hermano Benedicto tome el timón de la nave de Pedro por el rumbo del Evangelio? Ojalá le apoyemos con las críticas, emanadas de la fidelidad creativa, para que no nos reproche la historia por el pecado de omisión de haber callado por miedo, por adulación, por hacer méritos en el escalafón eclesiástico o por otros intereses inconfesables, en estos tiempos de restauracionismo
Pedía Maritain la iniciativa papal en condenar Holocausto y antisemitismo. Al no ser escuchado, renunció a su puesto (Citado por S Schloesser, en J. W. O‘Malley et al., Vatican II. Did anything happened:, N.Y., Continuum, 2007, p. 112).
Contra el olvido, memoria histórica, para evitar que el mal se repita, nos dice el historiador Stephen Schloesser, en su estudio sobre contexto y antecedentes históricos de la declaración conciliar Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia y con las otras religiones.
Esta declaración es un texto originalmente preparado como reaccion contra el antisemitismo de muchos siglos y los horrores del Holocausto, si se leía en el contexto de lo sucedido entre 1939-45, dice Schloesser; pero, en contexto de los años sesenta, requería ampliar la mira hacia el Islam y otras religiones).
Es significativo que quienes no aceptan el Concilio Vaticano II coincidan en ignorar el Holocausto. Lo de Williamson ha sido demasiado fuerte, mucho más de lo que fue para el Papa el golpe de las interpretaciones islámicas sobre su discurso de Ratisbona.
Schloesser evoca las sombras de una historia de antisemitismo:
cuando le costaba trabajo al Papa Gregorio XIV flexibilizar las restriccioines impuestas a los judíos y pasarlos del control de la Inquisición al del cardenal vicario de Roma;
cuando su sucesor Pío VI, recién elegido, establecía ghettos en las ciudades de los Estados Pontificios, prohibía a los judíos dirigirse familiarmente a los cristianos y reintroducía la costumbre del siglo XVI de hacerles llevar un emblema identificatorio;
cuando en Semana Santa de 1808 las tropas francesas tuvieron que intervenir en Pisa para contener la violencia antijudía;
cuando Pío IX se opone a la emancipación de los judíos;
cuando Pío X excomulga a los parlamentarios franceses que votaron la separación de Iglesia y Estado (apoyando la oposición a la democracia y reforzando la postura anti-Dreyfus y anti-semita);
cuando se recuerda que, en 1950, un monitum vaticano ponía en guardia contra el peligro de indiferentismo en el diálogo judío-cristiano;...
cuando se recuerdan estos datos, a la vez que se agradecen los cambios postconciliares (cuando se dejó de decir en la plegaria de Viernes Santo lo de “pro perfidis judeis”...), no puede menos de preocupar seriamente el giro de vuelta atrás en el túnel del tiempo que está adoptando cada vez más el entorno de la curia romana.
¿Cuántas dimisiones o destituciones de altos puestos curiales cardenalicios harán falta para que nuestro hermano Benedicto tome el timón de la nave de Pedro por el rumbo del Evangelio? Ojalá le apoyemos con las críticas, emanadas de la fidelidad creativa, para que no nos reproche la historia por el pecado de omisión de haber callado por miedo, por adulación, por hacer méritos en el escalafón eclesiástico o por otros intereses inconfesables, en estos tiempos de restauracionismo