En Lima, a los 96 años, después de un mes ingresado Falleció el padre de la Teología de la Liberación, Gustavo Gutiérrez
Enseñó que "La teología debe ser crítica y liberadora, situada en el contexto histórico de los pobres y oprimidos. Su función no es solo interpretar el mundo, sino transformarlo a la luz del Evangelio" (Teología de La Liberación, Perspectivas).
Pastor profundamente creyente marcó que "La espiritualidad es el seguimiento de Jesús, no desde una perspectiva teórica, sino práctica, desde la vivencia cotidiana" (Beber en su propio Pozo).
Un amigo que advirtió que "Hablar de Dios en medio del dolor no es una tarea fácil; es necesario hacerlo desde la solidaridad con quienes sufren, reconociendo que sus preguntas son también nuestras preguntas" (Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente).
Un amigo que advirtió que "Hablar de Dios en medio del dolor no es una tarea fácil; es necesario hacerlo desde la solidaridad con quienes sufren, reconociendo que sus preguntas son también nuestras preguntas" (Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente).
| Aníbal Pastor N. / Periodista
América Latina y su iglesia, perdieron a una de sus figuras más influyentes en la teología y el compromiso evangélico: Gustavo Gutiérrez Merino, teólogo, sacerdote, dominico, y ferviente defensor de los pobres y de la iglesia de los pobres. Falleció en Lima (Perú) este último martes, 22 de octubre de 2024, a los 96 años. Su legado queda marcado por la profunda huella que dejó en la Iglesia Católica y en la vida de millones de personas del pueblo creyente, especialmente de aquellos que sufren la exclusión y la pobreza en el continente latinoamericano.
La información fue proporcionada oficialmente por la Provincia Dominicana San Juan Bautrista del Perú y sus restos serán velados en la Sala Capitular del Convento Santo Domingo de Lima.
Aunque se le denomina por muchos como el "padre de la Teología de la Liberación", Gutiérrez fue más que un teólogo. Fue un pensador y un hombre de acción, un profeta que comprendió que la fe no puede separarse de la vida real de las personas y sobre todo de la vida de los pobres.
Nació en Lima el 8 de junio de 1928, en una familia que experimentó de cerca las limitaciones de un sistema económico y social que marginaba a muchos. Su infancia estuvo marcada por la enfermedad, pues padeció osteomielitis, lo que lo obligó a usar elementos ortopédicos para desplazarse y finalmente silla de ruedas. Esta experiencia lo llevó a una profunda reflexión bíblica sobre el sufrimiento y a desarrollar una sensibilidad única hacia los más vulnerables.
Desde muy joven, el padre Gutiérrez encontró en la educación un camino para servir a las demás personas. Fue asesor e inspirador de estudiantes y jóvenes, particularmente en la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC), y un estrecho colaborador de movimientos que tuvieron su origen en la Acción Católica, como la JOC, el MOAC, JEC, MIEC, MIIC, MIJARC y otros. En ellos ayudó a muchas generaciones a reflexionar sobre la presencia de Dios, y a partir de ella, animar a una praxis transformadora de la realidad. En este espacio, forjó comunidades críticas que reflexionaban sobre la injusticia en América Latina y la necesidad de un cambio estructural desde la fe. Su papel en la UNEC fue crucial para que muchos jóvenes asumieran un compromiso cristiano con los oprimidos en el Perú.
La relación de Gutiérrez con la jerarquía eclesiástica en Perú y América Latina fue muy buena. Siempre escuchado y apoyado por figuras latinoamericanas como el cardenal Juan Carlos Landázuri (Perú), Enrique Alvear (Chile), Leonidas Proaño (Ecuador), Pablo Evaristo Arns y Pedro Casaldáliga (Brasil), y Óscar Arnulfo Romero, santo mártir del continente latinoamericano. Estos, y muchísimos otros obispos, hicieron suyos sus aportes para la Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida.
Sin embargo, algunos obispos como el que fuera arzobispo de Lima y perteneciente al Opus Dei, amigo de Sodalicio (una sociedad que originó cientos de víctimas de abusos sexuales, de conciencia y poder) no solo lo criticaron sino que buscaron condenarlo, sin lograrlo. Entrado el nuevo milenio, Gutiérrez ingresó a la Orden de Predicadores y como fraile dominico, fortaleció su vocación, encontrando en esta comunidad un espacio de protección y apoyo que le permitió continuar con su misión con mayor apoyo jerárquico.
A pesar de las críticas que recibió, especialmente durante el papado del ahora santo, Juan Pablo II, Gustavo Gutiérrez mantuvo siempre una postura de diálogo con la Iglesia. Nunca fue sancionado en un contexto en que algunos de sus colegas y amigos como Leonardo Boff, sufrieron duras represalias. La llegada al papado de Jorge Bergoglio, quien tenía especial cercanía y una clara opción por los pobres, fue un alivio y reivindicado por el Papa Francisco y a quienes como él, habían luchado por una Iglesia más comprometida con los más vulnerables y descartados de la historia.
La vida de Gutiérrez estuvo siempre marcada por su cercanía a los más pobres, tanto en su pensamiento como en su labor pastoral. En 1971, publicó el libro “Teología de la Liberación: Perspectivas”, una obra que sacudió los cimientos de la teología tradicional y se fundamentaba en los cambios del Concilio Vaticano II. En ella, Gutiérrez propuso una teología que partiera de la experiencia de los oprimidos, una reflexión que no se quedara en las aulas académicas, sino que tuviera como base la vida de los pobres y su lucha por la justicia. Esta teología influyó en generaciones de teólogos y activistas de todo el mundo.
En su vida académica, Gutiérrez fue galardonado con más de 30 doctorados honoris causa por universidades de todo el mundo, incluidos prestigiosos centros académicos como la Universidad de Yale (EE.UU.) y la Universidad de Friburgo (Alemania). En 2003, recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, uno de los más altos honores internacionales, en reconocimiento a su compromiso con los sectores más desfavorecidos y su independencia frente a las presiones ideológicas. También fue reconocido con múltiples premios en teología, como el Yves Congar Award for Theological Excellency y el Religious Book Award por su obra Teología de la Liberación.
El padre Gutiérrez siempre fue claro en su visión: “La pobreza no es un signo de virtud, sino de injusticia”. Estas palabras resonaron en su obra pastoral y académica. En las parroquias más humildes de Lima, en particular en el distrito limeño del Rímac, Gutiérrez construyó una comunidad comprometida con el Evangelio y la transformación social. La opción preferencial por los pobres, una de las piedras angulares de la Teología de la Liberación, fue para él una respuesta al llamado de Cristo a amar y servir a los más pequeños.
El impacto de Gustavo Gutiérrez no se limitó a sus libros o sus conferencias. Su vida fue testimonio de un cristianismo encarnado en la realidad de los más necesitados. Sus ideas siguen vivas en las comunidades cristianas de base, en los movimientos sociales y apostólicos, en redes laicales y en los corazones de aquellos que creen en un mundo más justo. Su muerte es un recordatorio de la urgencia de continuar su obra y de que el Evangelio, en su esencia, es un llamado a la liberación.
En el silencio de su partida, hoy América Latina despide a uno de sus más grandes hijos, pero su mensaje resuena más fuerte que nunca: una Iglesia al servicio de los pobres no es una opción, sino una obligación moral y evangélica.
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