El secretario de la Comisión para América Latina analiza en 'RD' el escenario poselectoral Rodrigo Guerra: "Brasil está roto y no es bueno que quienes son hermanos se traten como enemigos"
El secretario de la Pontificia Comisión para América Latina espera una proceso de "reconciliación" y que se privilegien "las vías pacíficas" para la resolución de conflictos
"Lo único que puede ayudar a un proceso de reconciliación es la verdad del evangelio. Verdad siempre trascendente, verdad liberadora que nos invita a rechazar las ideologías -por reduccionistas y esclavizantes- y que nos mueve a reinventar la política desde la fraternidad samaritana", señala Guerra
Hernán Reyes Alcaide, corresponsal en el Vaticano
El secretario de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL), el mexicano Rodrigo Guerra, analizó con RD el escenario que queda en el país con más católicos del mundo tras la victoria de Lula da Silva y, en especial, luego de las polarizaciones extremas que, como en otras latitudes, golpearon a Brasil.
¿Cómo percibe la CAL los escenarios políticos latinoamericanos?Los complejos escenarios políticos en América Latina se tensan aún más gracias a la creciente polarización. A nadie le espanta la existencia de grupos extremistas. Siempre han estado presentes, como pequeños reductos maximalistas. Sin embargo, la novedad presente es, precisamente, el modo cómo los grupos más extremos dentro de las geometrías ideológicas devoran el espacio social, el espacio de “centro”. Cuando el “centro” se disuelve a causa de los extremismos, la radicalización aumenta y las posibilidades de violencia y de falta de respeto al marco institucional, aumentan. Por escenarios como estos, el papa Francisco ha escrito Fratelli tutti, que es como la Carta Magna para una política nueva, no extremista, sino que recupera la capacidad de diálogo y acuerdo.
El reciente proceso electoral del Brasil fue de extrema polarización. ¿Qué lecciones deja esta experiencia a la Iglesia?
El caso brasileño se ha convertido en un ejemplo emblemático de la descomposición democrática de América Latina. No sólo se radicalizaron las posturas, sino que se buscó la legitimación religiosa de las agendas político-partidistas. Tanto católicos como protestantes fueron manipulados en su fe a través de intentonas de cooptación. Los obispos brasileños, en general, fueron conscientes de esta grave tentación y advirtieron al pueblo.
Sin embargo, fue muy evidente que, con distintos grados y matices, las campañas buscaron instrumentalizar la fe del pueblo brasileño. Por eso, una lección queda clara. Una lección que no es nueva, pero que todos debemos recordar: ningún proyecto político-partidista puede adjudicarse para sí el nombre del evangelio, de la fe cristiana o de la Iglesia. La constitución Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, por eso prohíbe la existencia de partidos y proyectos políticos confesionales.
La enseñanza política de la Iglesia católica no pasa por la creación de un grupito, de una aristocracia de iluminados que conocen las entrañas de una o de otra teoría de la conspiración. San Pablo VI y el papa Francisco siempre nos han enseñado que una misma fe puede dar lugar a diversos compromisos políticos, en los cuales, lo importante, es que exista distancia crítica entre la fe y el proyecto. Cuando se pierde la distancia crítica, la ideología absorbe la conciencia y el corazón.
El caso de la izquierda brasileña ha sido muy documentado en el pasado. Una opción por los pobres promovida desde parámetros clasistas fácilmente distorsiona la vida social. La opción por los pobres verdaderamente cristiana es compromiso de vida y de inserción, no mero discurso politiquero. Sin embargo, el caso de la derecha extrema brasileña es lo que hoy resulta nuevo. Los grupos más sectarios viven al interior de un conservadurismo ideológico que recuerda mucho a la “Acción Francesa”, a grupos secretos como la “Sapiniere” y similares.
En las nuevas ultraderechas casi no hay consciencia de sus orígenes ideológicos y de su fuerte inclinación al fascismo. Sin embargo, no es raro que los viejos errores de un catolicismo moralista, nacionalista, xenófobo -muchas veces antisemita-, reaparezcan. Estas son las levaduras que hacen crecer formulas de gobierno que devienen en creación de oligarquías, destrucción de la naturaleza, de la libertad de expresión, de la libertad de pensamiento, y finalmente, que se autoproclaman poseedores de una “ortodoxia” superior a la de la Iglesia.
¿Qué debe hacer la Iglesia frente al nuevo gobierno de Lula da Silva?
¿Qué debe hacer la Iglesia frente al nuevo gobierno de Lula da Silva?
Casi todos los obispos brasileños han visitado la CAL en los últimos meses con motivo de su visita “ad limina”. Tengo la impresión que es un episcopado robusto, esperanzado y crítico ante las fáciles ideologizaciones. Luego de un proceso electoral sumamente desgastante, habrá que llamar a la unidad solidaria y crítica, habrá que animar un protagonismo más vivo pero menos ideológico de los fieles laicos en política.
Habrá que entender que Brasil está roto y que no es bueno que quienes son hermanos se traten como enemigos. Lo único que puede ayudar a un proceso de reconciliación es la verdad del evangelio. Verdad siempre trascendente, verdad liberadora que nos invita a rechazar las ideologías -por reduccionistas y esclavizantes- y que nos mueve a reinventar la política desde la fraternidad samaritana. Esta expresión no es candor o ingenuidad. Es lo único que cabe para quien no desea fracturar más a su sociedad y privilegiar las vías pacíficas para la resolución de conflictos.
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