Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) ¿ Quien soy yo? El Dios de la calle que tan pocos entienden (XXIV Domingo Ordinario)
¿Quién decís que soy?
En el éxodo era Moisés quien quería saber el nombre de Dios para poder decirle al pueblo quien les ofrecía un camino de libertad a través del riesgo del desierto. Ahora es Jesús quien pregunta cómo le llaman y le nombran a él, quién piensan que es él. Las respuestas son variadas, lecturas de unos y de otros y lo sitúan en el marco profético. Los más allegados, los que se han vinculado con él, se atreven a vaticinar más desde sus expectativas mesiánicas. Jesús sabiendo de su modo de pensar mesiánico, pide silencio y comienza a exponer las claves de un mesianismo verdadero, pensado desde Dios. A Pedro no le cabe esta lógica divina, busca más eficacia y éxito.
| José Moreno Losada
Domingo, XXIV TIEMPO ORDINARIO
Evangelio: Marcos 8,27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará».
Los que no cuentan
Las claves de las promesas en las que se ha ido desenvolviendo la historia de la salvación han sido siempre marcadas por un modo de actuar y ser de Dios, que sólo un resto de Israel han comprendido y le han dado su confianza. Se trata del Dios de los pequeños y los últimos que salva desde lo que no cuenta, de los débiles de este mundo, porque es en ellos donde queda clara que la salvación no llega por el poder para unos cuantos, sino que abarca a todos sin exclusión porque se gesta desde la nada como la creación, como el pueblo de Israel. Así es la misericordia divina que salva. El pueblo de Dios es educado para poder mirar el estandarte de la cruz que salva.
El Negro vuelve a vivir en la calle
Hace unos cinco años en una de mis reflexiones en el cuaderno escribía yo este hecho vivido en la residencia de la granadilla: “Llego a la residencia de los mayores y me recibe con alegría Juan José -muchos le llaman el “negro” o “Chele”-, hoy no me pide nada, al contrario, quiere invitarme, ayer cobró su pequeña pensión no contributiva, pagó la residencia y de lo poco que le queda quiere que yo me sienta invitado. Lleva unos meses y ya se va adaptando, aunque le cuesta. Ayer estábamos en la reunión de vida ascendente, pasó por la puerta y se paró a escuchar. Estábamos hablando de la figura de Moisés que salvó al pueblo, y pensábamos personas que habían sido Moisés en nuestras vidas, en los malos momentos. Le pregunté a él y dijo que ninguna, pero después se lo pensó y corrigió: “Bueno, la verdad que si no es por Antonio yo estaría muerto”. Antonio es el cura la barriada de Suerte de Saavedra, llegó hace años y conoció al “negro”, cuando él vivía tirado en la calle, sometido al alcohol, abandonado. Antonio se acercó a él y no lo juzgó, no le pidió cuentas de su pasado, lo miró con respeto y dignidad en el presente y creyó en él para el futuro. No pensó que lo que le ocurría se lo merecía por la mala vida que había llevado, sino que tocado por el evangelio pensó que podía cambiar y tener una vida mejor y apostó totalmente por él, como haría Jesús. Ahora está “resucitado”, es alguien nuevo, y ayuda a los demás en la residencia. Y lo bueno es que vive agradecido y no siente que le deba nada a nadie.”
Así ha sido durante estos años, pero ayer el “negro” volvió a la calle. Su adaptación a la residencia ha fracasado, no busquemos culpables, pero sí razones. Estaba medio muerto y hubo quién se acercó desde la ternura de la familiaridad, de la cercanía, sin juicio y se desvivió para que viviera. Le acompañó, le dedicó su tiempo, su paciencia y lo salvó, lo llevó a buen recaudo. Nunca lo ha olvidado y ha estado pendiente de él. Ayer el presidente de la asociación de vecinos llamaba a esta persona, el sacerdote del barrio, y le decía que el “negro” anda por aquí en la calle. Es verdad que su modo de ser, de vivir desestructurado hace difícil su convivencia en lo comunitario, aunque estaba aceptado y querido por otros residentes. Es cierto que no ha pagado lo que tenía que aportar de su pensión. Ha tenido conflictos con residentes y algún funcionario. Por este motivo se le expulsaba de la residencia y se le enviaba a otra en Don Benito. Él no ha sabido gestionar el cambio, lo ha sentido como una expatriación, algo que le arrancaba de los pocos vínculos de vida que le quedan, aunque no los cuide, y no ha aceptado el cambio. Ha cogido su maleta y se ha ido al lugar del que venía, la calle desnuda, muy desnuda. Hoy seguro que se está arrepintiendo de lo que ha hecho, y Antonio lo estará escuchando para volver a acompañarlo y en su agobio, ruptura, destrucción. Este sacerdote lo es del mesías, del que nos salvó siendo siervo de Yahvé.
El Dios de la calle que sufre con el que sufre
No nos llamemos a engaños, Dios se ha autodeterminado en el crucificado, sólo desde ahí, Él es el resucitado. Las señales de la resurrección no son distintas de las de la pasión, sino las mismas: los clavos y la lanzada. No hay otro modo de encontrarlo y verificarlo que metiendo los dedos en la señal de sus clavos y la mano en su costado traspasado. Sólo que ahora quien lo ve y lo toca, siente la fuerza que este crucificado resucitado tiene para liberar y curar, para sanar y levantar, para vencer la muerte. Sus cicatrices son curativas y sanan a los que lo miran y lo descubren en lo diario de la historia. Se ha operado el milagro de lo último y definitivo, el condenado y el herido, por exceso de amor divino en lo humano, es el que salva y sana definitivamente.
El Tabor se ha impuesto sobre el Calvario y ahora ya puede contarse y gritarse en las señales de gloria y resurrección que se desparraman por toda la historia, todos los lugares, toda la humanidad, desde lo pequeño y lo diario. Sí, el milagro se trata de “personas pequeñas, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas” a favor de los crucificados, que transforman el mundo y gritan la esperanza frente a toda desesperanza, a golpe del Espíritu del Resucitado que no tiene vuelta atrás.
Con la tumba vacía y el Cristo glorioso hemos entrado en la gloria de la cruz. No es un juego de palabras, la cruz tiene gloria y la gloria se nos da a pedazos como la cruz. Adentrarse en el misterio del seguimiento de Jesús trae consigo iniciarse en la tensión de la cruz, aquella que viene por la fidelidad al reino y por la participación en el propio Cristo. El evangelio ha sido claro al afirmar que quien quiera seguirle que “se niegue a sí mismo y cargue con su cruz”. Será al final del camino cuando descubramos la plenitud de la gloria. Durante el peregrinaje y el seguimiento hemos de estar abiertos a entrar en la dinámica de la cruz que se convierte en la raíz de la vida. Un modo de vivir en libertad y entrega que choca con la realidad de un mundo que sólo tiene en su horizonte su propia gloria y poder. Ahora toca estar de parte de los crucificados de la historia.
Los excluidos y los desesperanzados ya tienen valedor, porque Dios en Cristo se ha identificado con ellos y ahora lo que se haga a cualquiera de ellos se le está haciendo al mismísimo Dios. Es por ellos por donde nos puede venir la salvación y la realización más plena en nuestra vocación humana: “Venid vosotros, benditos de mi Padre”. A este título nos sentimos llamados para ser glorificados junto con El y toda la humanidad, sin exclusión ni desesperanza alguna.
Por eso ya no podemos buscar entre los muertos al que vive, ni la luz en la oscuridad, ni la salvación desde la condena. Se han roto todos los parámetros que velaban el templo y la ley, ahora están desbordados por la gracia y sólo existen medidas de perdón y de misericordia, para todos y especialmente para los que sufren. Con El crucificado resucitado ha llegado el momento del Encuentro, del Espíritu, de la Comunidad. Ahora es tiempo de seguimiento y de gracia en el abrazo de fraternidad a todos los humanos estando de parte de los que más sufren. A la iglesia no le hacen falta destellos de gloria propia ni de poder en el mundo, sino de amor crucificado lleno de compasión y de misericordia, como su maestro.