Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" Ed. PPC Ser curas hoy a tu manera: "recibid el Espíritu..."

Estoy volviendo de un encuentro con responsables del Prado en Madrid, se trataba de un Consejo ampliado de esta asociación sacerdotal en España. Hemos estado sacerdotes de distintas diócesis que tienen el encargo de responsabilizarse de los equipos del Prado que están en ellas. Ha sido un momento muy propio para entender este evangelio que se nos propone esta semana segunda de pascua para contemplar como Domingo de la misericordia. Según hemos relatado las experiencias de cada equipo se iba iluminando la estancia con un tono de palabra hecha carne en debilidad, pero sobre todo en fidelidad hasta la último y cargados de esperanza. Yo vengo renovado y reforzado. Y me anima leer este comentario que me renueva en ese deseo de ser hombres de evangelio y de entrega en el ministerio sacerdotal.
Curiosamente en las reflexiones de todos los equipos sacerdotales, preparadas previamente a la muerte del Papa, se apuntaba como una razón motivadora de esperanza para los presbíteros el aliento de Francisco, a la luz de la Palabra y de Jesús. Ha querido poner a Cristo y a los pobres en el centro de la Iglesia y no estorbarlo. Ha querido ser obispo, pastor, papa... "a su manera".
| José Moreno Losada
DOMINGO II PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA
Como el padre me ha enviado así os envío
Jesús es el hombre según Dios, así lo define algún teólogo. Se refiere tanto a que lo que hace en su vida lo hace como el Padre, como a que todo lo que hace está inspirado y motivado por Él. Sin el Padre no es nada, pero con Él es uno y lo es todo. Dejarse hacer por el corazón del Padre en medio de la historia y llegar a toda la humanidad desde la concreción y singularidad de un pueblo, una tierra, unos caminos, un proceso de vida y de opciones en el servicio radical, haciéndose pan de lo cotidiano y de lo más sencillo. Un envío y una revelación encarnada de proximidad radical en la existencia. Ahí se va elaborando la figura de los clavos y la herida del costado, que son la firma final de un modo de vivir y de ser en la debilidad y en la vulnerabilidad, radicalizadas en el amor más sublime y entregado. Es la pobreza configurada con el amor del Padre la que se muestra en la resurrección, es el crucificado el que ha resucitado, el que no podía permanecer en la muerte porque era la vida.
Juan 20,19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos».
Soy cura diocesano, a tu manera

Me toca buscar un hecho de vida para este domingo de pascua. Ahora, cuando los sacerdotes diocesanos celebramos nuestro patrón. Domingo de misericordia y envío. Descubro mi propia vida como manifestación de esta verdad evangélica: “como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Enviado a su manera. Comparto la reflexión desde mi propia oración, donde lo que impera no es mi esfuerzo o entrega, sino la misericordia y el empeño de Dios para hacerme a su manera, a pesar de mis resistencias.
Los curas diocesanos españoles celebramos la festividad de San Juan de Ávila, nuestro patrón. Su riqueza doctrinal y personal es de una referencia clara en la verdad y lo propio de nuestro ministerio. Aprovecho la jornada, lejos –sólo físicamente- de mi presbiterio para reflexionar sobre el cura que soy y el proyecto pastoral y ministerial al que me debo, tras más de cuarenta años de ejercicio del mismo; ya todo son canas y sin embargo me siento principiante, gracias a Dios.
A lo largo de este año de profundización, que no de ruptura, voy leyendo en la fe el proceso de mi vida creyente y lo que ha sido la vivencia del ministerio a lo largo de estas décadas. Eso ha hecho que mirara al comienzo y me detuviera en los ideales que habitaban dentro de mí cuando recibí las órdenes sagradas, siendo todavía un joven de 23 años, un mocoso eclesial con aires de maestro y de pastor- es un decir nada más-.
El sacerdote que yo quería ser en aquellos momentos de utopía y de ilusión era algo sencillo y fundamental, más o menos lo podría sintetizar de esta manera:
Deseaba ser:
- - Un hombre de Dios y del pueblo.
- - Persona del evangelio y de la vida.
- - Seguidor de Jesús, en su modo de vivir, deseaba ser como él.
- - Obediente y diocesano. Compañero verdadero en el presbiterio.
- - Un trabajador en equipo apostólico, unidos, comprometidos, proyectados, con capacidad para ver, juzgar y actuar.
- - Suelto de la familia y libre para la comunidad.
- - Sujeto cercano a la gente, en medio de ellos, sintiendo con los pobres.
- - Un sacerdote abierto y creativo, esperanzado y transformador, orante y activo. Celebrante de la vida.
Caminé en mis primeros años con la alegría y la ilusión de lo nuevo, gozoso, sintiéndome descubridor, con tintes de conquistador, hasta que fui abriendo los ojos. Trabajé con celo y entrega radical, a lo loco. Y ahí fue cuando me enviaron para profundizar en estudios en Salamanca. Iba para un quinquenio, pero a los dos años el obispo me pidió que volviera a la diócesis, me necesitaban en el seminario como formador y profesor. Fueron dos años, pero ahí está el germen de un modo de ser cura que nunca imaginé ni deseé, adentrándome en la teología y la docencia, aunque sin perder nunca el sentido comunitario, diocesano y parroquial. Alguien me decía en estos días, que esa decisión del obispo, con mi obediencia, se convirtió en un punto de inflexión en mi vida. Yo digo, de broma, que allí me dieron un barniz que todavía me dura.
He vivido mi ministerio desde la secularidad en conexión con el mundo universitario, cultural, y ahi he sentido lo universal, he realizado tareas que no suelen ser las normales y cotidianas en un quehacer común del ministerio en los ámbitos parroquiales, sin dejar nunca de tener contacto con ellos. Ha sido el lugar y el proceso de una vivencia ministerial que me ha ligado con la iglesia, la sociedad, el mundo, la humanidad de una forma rica y plural, plena, aunque a veces nada fácil y con cierta soledad institucional.
He tenido conexión con la cultura, los artistas, los profesores, los jóvenes estudiantes, con Latinoamérica, con ONGs, con asociaciones, editoriales y escritores, con los movimientos apostólicos, con la conferencia episcopal, con las consiliarias de acción católica y todos sus movimientos, con las redes y los medios de comunicación social, con creyentes y no creyentes, con cristianos de distintas iglesias y seguidores de otras religiones, con obreros y empresarios, con políticos e inmigrantes, coros y cantantes, barrenderos y hostelería… y todos ellos me han hecho sacerdote, han enriquecido mi ministerio.
Me satisface que todos estos puntos de encuentro han ido enredando mi vida y construyendo esa red de comunidad eclesial que no está tocada por fronteras y límites, por leyes ampliadas y desmenuzadas, sino por el espíritu, siempre con referencia comunitaria de una institución que hunde sus raíces en el evangelio, en el cuerpo apostólico y sobre todo en la roca inconmovible que es Jesús como buena nueva que no se acaba y que se manifiesta creativa y libre en la acción del Espíritu de la resurrección.
La vivencia de todos estos años ha estado marcada sorprendentemente no por mi perfección, sino por mi debilidad y mis fallos, pero con la voluntad suscitada por el espíritu de Jesús de vivir en la compasión y en la misericordia. Me he confundido, caído, herido, he hecho daño, quizá empujé cuando no debía y no callé cuando tenía que silenciarme… pero siempre venció el perdón y el deseo de rehacerme, levantarme, convertirme y seguir caminando, sin aceptar que todo había sido en vano. Fui descubriendo como la fuerza de Dios se realiza en la debilidad, también de Pepe Moreno. Sobre todo, que la gracia de Dios sobreabunda de una manera inimaginable en mi vida personal, sacerdotal, familiar y comunitaria. Lo digo en serio, si me pongo a contemplar desde el Espíritu mi vida, tengo que confesar que, aunque no me lo crea, soy el hombre y el cura más feliz del mundo. Estoy convencido que esto lo podemos sentir, y estamos llamados a que así sea, todos los sacerdotes diocesanos si logramos la mirada del Padre en nuestro corazón y nos dejamos definir por Él más que por nosotros mismos.
Ahora toca vivir el presente con todo lo recibido y agradeciendo la manera de ser curas que Dios nos ha ido dando y regalando a cada uno en su multiforme gracia para el envío apostólico de servir y ser para los demás y con ellos. Gracias por hacerme cura diocesano y regalarme tanto en esta vasija de barro tan pequeña y tan rota.
Oración del apóstol enviado:

Quiero ser como tú, reflejo de tu sentir y querer al pueblo, para ello te pido:
Que crezca mi presencia amable y cercana en medio de la comunidad para que todos me encuentren disponible y alegre.
Que nunca pierda el sentido del amor maternal, que, igual que tú Jesús has sido engendrado en mi corazón, yo colabore para que formes y configures a los que vienen a nuestras comunidades buscando tu luz y puedas nacer en ellos.
Dame la responsabilidad propia de padre, que pone delante a sus hijos de su propio interés y busca que todos crezcan en su ser y en su hacer, sin límites ni coacciones.
Que mis relaciones sean abiertas, entrañables y desde el corazón. Dame la gracia de generar, como tú, un ambiente de confianza plena y de amor gratuito en nuestros espacios de iglesia y de mundo.
Que sepa alegrarme y felicitar, orar ante el Padre, desde todos los logros y acciones vivas de la comunidad.
Que me deje interpelar y corregir, y que cuando yo lo haga sea desde tu amor y tu esperanza, llena de ternura.
Quiero buscar y profundizar en la vivencia de una afectividad y dedicación llena de amor, que las comunidades puedan sentir una entrega limpia a todos. Que puedan sentir que son mi familia y yo así lo viva.
Deseo cuidar el mundo de las relaciones familiares que se han ido generando en el vivir apostólico y eclesial, en el amor fecundo que genera tu evangelio y que nos hace hermanos para siempre.