De Madrid al cielo pasando por Taizé

Este año la Navidad madrileña de muchos jóvenes ha tenido un brillo especial. Impregnada del espíritu de Taizé. Un espíritu que les ha ayudado a reemplazar la alegría superflua y artificial, que distorsiona el significado de lo que deberíamos celebrar, por la alegría que deriva de una vida espiritual intensa que es, precisamente, la que da sentido cristiano a la Navidad.

En el encuentro que tuvo lugar en Madrid, convocado por la comunidad de Taizé, miles de jóvenes, procedentes de muchos países, fueron alentados a mirar el futuro con esperanza; a tejer lazos y puentes sobre lo que divide; a experimentar que la confianza es posible entre las personas más diversas; a hacer de su Iglesia un lugar de amistad y universalidad; a promover una globalización con rostro humano y a comprometerse con la solidaridad. Viviendo esa experiencia desde la hospitalidad mostrada por las familias, parroquias y comunidades religiosas que los acogieron. Y sabiendo que nada de eso es posible sin una vida interior intensa.

Desde nuestro humilde pueblo soriano mi madre magnificaba la grandeza de Madrid con un dicho muy popular “de Madrid al cielo”. Al compartir el encuentro de esos jóvenes recordé aquel dicho de mi madre y llegué a la conclusión de que su Navidad, en Madrid, les había transportado al cielo, pasando por Taizé.

En los rostros de muchos jóvenes allí presentes vi que habían resuelto el interrogante existencial que de forma más o menos latente acompaña la vida de todas las personas; que habían sido tocados por la sed de infinito que impulsa a una concepción creyente de la vida; a vivir y no meramente sobrevivir.

Impregnado del ambiente orante yo también recé. Pedí que esos jóvenes, allá donde vayan, den testimonio de que Dios está con ellos; que actúen como levadura que hace fermentar lo que toca; que asuman responsabilidades en vistas a hacer de la tierra un lugar más habitable y a dotar a la sociedad de un rostro más humano; que la alegría que emana de su fe no les abandone nunca.
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