Solidaridad sin justicia sabe a poco

“Estamos mas globalizados pero somos menos hermanos”. Lo dijo el Cardenal Amigo Vallejo en su intervención en la Asamblea General de la Conferencia de Comisiones Justicia y Paz de Europa en el año 2009. Sus palabras siguen de actualidad y creo conveniente rumiarlas, digerirlas y desear que actúen como revulsivo.

Los ciudadanos europeos damos la impresión de estar más amontonados que unidos; más organizados que hermanados; con mayor empeño en la cohesión que en procurar un verdadero sentido de comunidad que vive unos valores comunes; más asistencialistas que solidarios... Puede ser que más globalizados, pero menos hermanos.

Tendremos que saber establecer y guardar una equilibrada jerarquía de valores. Ni vale todo, ni todo tiene el mismo valor.

En el altruismo hay reconocimiento de unos valores y una inclinación a participar y ayudar. Pero el camino que resta por andar es mucho más largo y con más altos horizontes.

Habrá que dejar bien asentado el fundamento de la justicia. Pues, de lo contrario, las mejores intenciones y proyectos quedarían sin consistencia, se olvidarían los derechos que asisten a las personas, el respeto a su dignidad y condición humana y la valoración de la propia cultura.

Los derechos se reconocen, no se regalan ni se otorgan.

La solidaridad no puede tener otro asiento que no sea el de la justicia. La solidaridad es una actitud personal y permanente que lleva a considerar al hombre como hermano y a ver los bienes de este mundo como un patrimonio común que compartir.

Pero todavía queda camino por recorrer. Habrá que unir a la justicia y a la solidaridad el amor fraterno y cristiano. Justicia y caridad se hermanan y ayudan. La caridad no quiere, en forma alguna, ocultar la obligación de la justicia, sino, por el contrario, dejar bien claro el reconocimiento del derecho que asiste a la persona.

"La caridad - escribió Benedicto XVI- va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo “mío” al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es “suyo”, lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo “dar” al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde.
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