Un análisis del problema catalán que vale la pena conocer

Ser catalán y español no son conceptos antagónicos. No ser independentista no significa ser fascista, ni del PP. Este es el momento de tender puentes, de solventar diferencias e injusticias con genuina voluntad de diálogo.

Lo dijo la directora de cine Isabel Coixet en julio de este año. Lo resumo a continuación y afirmo que sí es suyo. Lo que no es suyo es el artículo que circula en los últimos días por las redes sociales titulado: “Mensaje de Isabel Coixet a sus amigos extranjeros”.

Desde hace mucho tiempo se promueve y fomenta en Cataluña el desprecio hacia los otros territorios del Estado español. Esto es una especie de cansina vuelta al patio del colegio: ese es tonto; el de más allá, un vagazo. Como persona viajada que soy puedo dar fe de que la tontería y la pereza no son patrimonio exclusivo de ningún pueblo del mundo.

Antes que cualquier debate sobre qué hacer para mejorar la vida de los ciudadanos se anteponen las ventajas de una mítica tierra de promisión que pasa indefectiblemente por la “desconexión” de España, que, según sus partidarios, es algo con lo que soñamos desde la más tierna infancia los ocho millones de catalanes, ya que vivimos esclavizados, amordazados y sojuzgados por el perverso Gobierno central.

El Gobierno central que tenemos se las trae y no voy a ser yo la que diga lo contrario. La torpeza que siguen demostrando hacia la situación en que estamos es solo comparable a la actitud de las avestruces ante los avances de una manada de pumas. Pero de ahí a hablar de esclavitud y sojuzgamiento hay un trecho. Y en un mundo donde tanta gente es esclavizada y sojuzgada de verdad, que desde el Govern se hable en esos términos es sonrojante.

Que existe en muchos sectores de la población un sentimiento genuinamente nacionalista es innegable y merece el máximo respeto. Es cuando imponen sus aspiraciones, asumiendo que todos las compartimos, cuando empiezan los problemas. No se han molestado en averiguar qué pensamos los que no compartimos esa ilusión.

Hay que dejar de estar absortos en nuestro ombligo y elevar la vista más allá de banderas y agravios. Porque el debate sobre las esencias patrias ha engullido el debate sobre qué clase de sociedad queremos.

Este no es el momento de crear más fronteras, ni muros ni barreras. Este, quizás más que nunca en la historia, es el momento de tender puentes, de centrarnos en las cosas que tenemos en común, de solventar las diferencias y las injusticias con auténtica y genuina voluntad de diálogo, de enfrentarnos juntos, todos los europeos en un marco federal, sin distinciones de pasaportes, a los desafíos de un mundo descabezado, convulso, ardiente, complejo y terrible.

Yo no poseo demasiadas certezas, pero he vivido lo bastante para saber que construir, sumar y amar siempre es infinitamente mejor que destruir, restar y odiar.
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