Un mundo más desigual

Las nuevas generaciones ya no parten de lo logrado por sus padres, sino que tratan de alcanzar las condiciones bajo las cuales vivieron aquellos.

Lo dice Z. Bauman, que fue premio Príncipe de Asturias de Humanidades el año 2010.

Estamos de repliegue, regresando a cotas de desequilibrio que creíamos haber abandonado para siempre.

Bauman señala que tras la Segunda Guerra Mundial las políticas estatales intentaron que aumentase la riqueza total y que su distribución alcanzase al mayor número de gente posible, de modo que cada vez más personas pudieran incorporarse a una situación de bienestar. Ahora, sin embargo, esa tendencia se ha invertido, acelerándose de modo preocupante.

En las sociedades de mediados de siglo XX existía una clase media que miraba confiada hacia el futuro, en el cual se veía viviendo mejor. Y había un proletariado menguante, integrado por personas que vivían muy cerca o por debajo de la línea de pobreza. Pero hoy esa distinción se está borrando. La clase media y los proletarios forman parte ya de una clase conjunta que no está segura de su futuro. Nadie se siente seguro hoy. Nadie confía en el porvenir.

Rechaza la idea de que vivimos en un mundo mejor porque hay más riqueza global. Porque la calidad de vida de una sociedad no se mide a través del ingreso medio, sino mediante el grado de desigualdad en los ingresos. Y el alcoholismo, la violencia, la criminalidad y demás patologías sociales aumentan cuando lo hacen las desigualdades, aunque la riqueza global se incremente.

Bauman recurre a palabras del Papa Francisco para señalar cómo esas diferencias en los ingresos se han hecho demasiado evidentes: las ganancias de una minoría están creciendo exponencialmente, lo que provoca que se agrande la brecha que les separa de la gran mayoría de la gente.
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