Una propuesta humanista que abre paso a los jóvenes
En este sentido, dice, nuestros jóvenes desempeñan un papel preponderante. Ellos no son el futuro de nuestros pueblos, son el presente; son los que ya hoy con sus sueños, con sus vidas, están forjando el espíritu de nuestros pueblos.
No podemos pensar en el mañana sin ofrecerles una participación real como autores de cambio y de transformación; sin hacerlos partícipes y protagonistas de este sueño.
¿Cómo podemos hacer partícipes a nuestros jóvenes de esta construcción cuando les privamos de un empleo digno que les permita desarrollarse a través de sus manos, su inteligencia y sus energías?
¿Cómo pretendemos reconocerles el valor de protagonistas, cuando los índices de desempleo y subempleo de millones de jóvenes van en aumento?
¿Cómo evitar la pérdida de nuestros jóvenes, que terminan por irse a otra parte en busca de ideales y sentido de pertenencia porque en su tierra, no saben ofrecerles oportunidades y valores?
Si queremos entender nuestra sociedad de un modo diferente, necesitamos crear puestos de trabajo digno y bien remunerado, especialmente para nuestros jóvenes.
Esto requiere la búsqueda de nuevos modelos económicos más inclusivos y equitativos, orientados no para unos pocos, sino para el beneficio de la gente y de la sociedad. Pienso, por ejemplo, en la economía social de mercado, alentada por Juan Pablo II en su discurso al Embajador de la R. F. de Alemania.
Propone el Papa Francisco pasar de una economía centrada en el beneficio a una economía social que invierta en las personas, como ámbito donde éstas puedan poner en juego la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades o el ejercicio de los valores.