Día Mundial del Agua Lo que la arqueología hidráulica nos enseña sobre la carga sagrada y el aprovechamiento de un bien imprescindible
Mediadora entre la vida y la muerte de Caronte a Ofelia, el agua representa la circularidad de lo que nos rodea: las aguas superiores (lluvias) se comunican con las inferiores (evaporación)
De Zaragoza a Murcia, los baños romanos fueron construidos al lado de fuentes termales o manantiales a los que después el cristianismo dotaría de poderes sagrados, edificando santuarios
En Al Andalus, los árabes modernizaron el campo, desarrollando de manera asombrosa tanto la técnica de los hortelanos como la ciencia, de la geografía a la agronomía
En Al Andalus, los árabes modernizaron el campo, desarrollando de manera asombrosa tanto la técnica de los hortelanos como la ciencia, de la geografía a la agronomía
La sacralización del agua, mediadora entre la vida y la muerte de Caronte a Ofelia, de los vedas al cristianismo, es común a Oriente y Occidente, a todas las culturas. Símbolo mediador por situarse a medio camino de los otros elementos de la naturaleza (entre la ingravidez del cielo y el fuego y la consistencia de la tierra), este bien imprescindible en el cosmos representa, precisamente, la circularidad de lo que nos rodea: las aguas superiores (lluvias) se comunican con las inferiores (evaporación). No hay unas sin las otras.
La arqueología hidráulica nos enseña, a ese respecto, lo conscientes que fueron los antiguos de la importancia del agua y la necesidad de su aprovechamiento. Dejando, a su paso por la Península Ibérica, un patrimonio histórico-artístico excepcional, surgido del hidraulismo: el modo en que recogieron, condujeron y distribuyeron el agua entre su población.
Hidráulica romana
Según el filósofo Séneca, los romanos se lavaban cada día. Algo que explica, junto a un gran conjunto de otras funciones, que su llegada a la Península Ibérica supusiera el cambio de la acumulación del agua de lluvia en cisternas a nuevos y sofisticados sistemas de captación y abastecimiento de agua. A los romanos les debemos canales (algunos dieron lugar a exuberantes monumentos que hoy el turismo venera, como el Acueducto de Segovia), tuberías, cloacas y termas. De Zaragoza a Murcia, los baños romanos fueron construidos al lado de fuentes termales o manantiales a los que después el cristianismo dotaría de poderes sagrados, edificando santuarios de aguas destinadas a la curación.
Pero puede que la mayor lección de los romanos no fueran los beneficios de los balnearios, sino el sistema sostenible mediante el que en sus hogares recogían el agua de lluvia en el impluvium (pequeña piscina en el centro del patio interior de la domus), a través de una abertura en el techo, y la recuperaban para el uso doméstico.
Agronomía andalusí
El agricultor, relacionado en muchas culturas con lo sagrado, por trabajar con realidades como las semillas, las flores y los frutos, que requieren tiempo pero de las que termina por brotar la vida, fue la base de la economía de Al Andalus. Los árabes, con su llegada a la Península Ibérica, modernizaron el campo, desarrollando de manera asombrosa tanto la técnica de los hortelanos como la ciencia, de la geografía a la agronomía.
Ruedas hidráulicas y acequias derivaban el agua del río (y recogían la de la lluvia) a la ciudad andalusí, que la utilizaba para fines domésticos y sociales (baños), religiosos (las abluciones en el patio de entrada a la mezquita), estéticos (el jardín hispanomusulmán, exquisito a la vista, al oído y al olfato) y agrícolas (su policultivo irrigado).
A los árabes les debemos nada menos que los patios andaluces, la fruta y la huerta murciana. También, como a los romanos, el conocimiento del agua como bien preciado, básico, necesariamente gestionado para que dure y llegue a todos. De hecho, se sabe que, en régimen de sequía o durante el estiaje de los ríos, en Al Andalus se establecía un sistema de alternancia vecinal, para que ningún campesino se quedara sin agua.