V Jornada Mundial de los Pobres V Jornada Mundial de los Pobres y la memoria de los mártires de la UCA: de la conmemoración a la reivindicación por la justicia
En esta V Jornada Mundial de los Pobres, la denuncia de la situación de pobreza que viven tantos debe ser, a la vez, una reivindicación por otra estructura, un mundo más justo para todos.
En DiáLogos hoy deseamos, además, unir esta conmemoración al recuerdo del asesinato de los mártires de la UCA, del que se cumplirán 32 años el próximo martes, 16 de noviembre. Aun transcurridos más de treinta años, su memoria sigue siendo un grito permanente frente a toda injusticia.
| Rafael Ruiz Andrés y Francisco Javier Fernández Vallina
Querido Javier:
Los primeros destellos de la mañana son ese momento en el que el calor de la luz despuntada no es suficiente para hacer frente al frío del alba y del rocío. Más en este noviembre, que ha comenzado su andadura con temperaturas particularmente gélidas. Al hilo de la “crisis del gas”, por el conflicto entre Argelia y Marruecos, sentía particularmente la fortuna de poder encender la calefacción en casa y me preguntaba a mí mismo si podría siempre hacer ese gesto con tal facilidad.
Sin embargo, no hace falta pensar en el futuro. Hoy, en las calles de todas las ciudades de nuestro mundo, miles de personas duermen al raso. Lejos queda de su situación Argelia, pues la crisis del gas comenzó para ellos hace años, con un desahucio, una mala coyuntura personal, familiar, social que les arrojó a unos márgenes que, paradójicamente, muchas veces se ubica en el centro de nuestras ciudades: a la calle.
Desde el año 2017, la Iglesia conmemora la Jornada el Día Mundial de los Pobres, que en su V edición se celebra durante este día 14 de noviembre a través de iniciativas como la XI Jornada Social Diocesana de la archidiócesis de Madrid (celebrada en la víspera) o el día de convivencia que la Comunidad de Sant’ Egidio de Madrid vivirá con los amigos de la calle y que culminará con una misa en la Iglesia de Nuestra Señora de Maravillas a las 19:00 de este domingo.
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— elJartista (@elJartista) November 13, 2021
En su primera edición, la instauración de esta Jornada fue una particular llamada para finalizar el “Año de la misericordia” volviendo el rostro de la Iglesia entera a los pobres que, según señalaba el Papa Francisco en el texto de la convocatoria, nos permiten “entender el Evangelio en su verdad más profunda”. Esta Jornada es un revulsivo a las inquietudes que colman nuestros quehaceres cotidianos, que nos ocupan y alejan las preocupaciones de aquellos espacios donde se encuentra la vocación samaritana del cristianismo más primigenio y auténtico.
Ciertamente la pobreza es un concepto con muchos matices y dimensiones. Podemos ampliarlo hasta sentirnos todos “pobres” de algo, sentir nuestra fragilidad existencial. Sin embargo, no cabe distorsionarlo: existe una pobreza radical, estructural, socioeconómica que continúa caracterizando a nuestras sociedades de la supuesta abundancia. Para redactar este texto, estuve tentado a buscar estadísticas. Evidentemente las cifras importan, pero la única reflexión posible es que con que hubiera tan solo una persona en nuestra sociedad que viva esa situación de injusticia estructural sería un fracaso de todos. Esa es la meta a la que debemos caminar.
Por eso, esta conmemoración no puede sino ser a la vez reivindicación de una sociedad más justa, una crítica a la sociedad del descarte en la que vivimos -solo hace falta recordar la cifra de fallecidos en residencias durante la primera oleada de la pandemia- y que afecta particularmente a aquellos que denominamos “pobres”, que duermen en la calle o no, pero que en todos los casos viven con la soga al cuello del “no tener” en una sociedad donde la máxima es “tener”. Esta Jornada debiera ser a la vez, una reclamación contra el “no tener” de tantos, pero también contra las lógicas del “tener” que tantas veces nos invaden. Los pobres no son solo un punto desde el que clamar contra la injusticia, sino también desde el que caminar hacia un futuro distinto para todos.
Si comenzábamos con el alba frío de este día en Madrid, la semana que comienza debe ser cálida en nuestra memoria, templada con el acento oceánico de un país particularmente querido: El Salvador. En la noche del 15 al 16 de noviembre, se cumplirán 32 años desde que Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, Elba Julia Ramos, y su hija Celina, de tan solo 15 años, fueron brutalmente asesinados en las instalaciones de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, popularmente conocida como la UCA, por las fuerzas militares salvadoreñas en 1989.
Hace unos días terminaba la lectura del libro Noviembre, del escritor Jorge Galán, que describe magistralmente la historia y, sobre todo, explora las razones de tal asesinato a partir de relatos y testimonios. Voces contra la injusticia estructural del sistema, murieron por desear acabar con una de las lacras que más pobreza genera y perpetúa: la guerra, una guerra que asoló a este pequeño país durante más de una década. La memoria de los mártires de la UCA se convierte en conmemoración y en reivindicación permanente del Día de los Pobres en la Iglesia y nuestro mundo, más allá de los límites de esta jornada. Callaron sus voces hace 22 años, pero su grito por la justicia aún se puede oír en las calles de nuestras ciudades, de todas, particularmente a la hora del alba de invierno, cuando las personas que duermen en la calle sufren las inclemencias del tiempo y, sobre todo, del sistema en el que vivimos.
Rafael
Querido Rafael:
A pesar de mi pasión, que bien conoces, sobre el “deber de memoria”, te confieso mi distancia conceptual y emocional sobre los días convencionales de “celebración” sobre realidades de la vida cotidiana, sean más o menos triviales (los “días del padre o de la madre), hasta convertirlos en sustancialmente mercantiles, o profundamente estructurales, como los que afectan a lo que prefiero llamar los desafíos de la “dignidad pendiente” (de cada mujer, de cada pobre, etc.). Pero también conozco la importancia de los mojones simbólicos en nuestro devenir y cómo el recuerdo anual sirve para aunar y hasta incrementar los esfuerzos necesarios para la superación de ese sufrimiento diario de cada persona que pervive sustancialmente por nuestra incapacidad colectiva y por ello deviene en deber necesario de todos.
Y haces bien en proponernos la reflexión sobre la de la preferencia evangélica por los pobres unida a la memoria de los mártires de la UCA. Parece distante en el tiempo y en la sensibilidad general aquel noviembre de 1989, cuando concluía simbólicamente el siglo segura y paradójicamente hacia un tiempo más cruel y de mayor progreso de la humanidad para sí misma con la “caída del muro de Berlín”, justo unos días antes del salvaje asesinato de aquellos ejemplares jesuitas. Contradicción que en la estela de la Escuela de Frankfurt ha producido un pensamiento crítico y profundo sobre el desarrollismo desbocado con su lógica perversa en dialéctica con la ética civil de la responsabilidad, imprescindible, en mi criterio, pero que no goza aún de los consensos necesarios para ordenar las complejas decisiones sobre el bien común desde la legitimación democrática.
En nuestro tiempo del siglo XXI, en el que para muchos la propia palabra “mártir” resulta casi incomprensible y hasta “sospechosa”, es preciso enfatizar su legado espiritual para señalar ante todo que eran “hombres hacedores de paz” en un contexto bélico que tantas vidas y sufrimiento venía costando y creían, trabajando y viviendo por ello, en que tal condición necesaria de convivencia, para que recibiera su propia dignidad, debía proceder de la superación de las injusticias estructurales que causan pobreza y dolor. Mensaje y testimonio a la vez de tal necesidad en cuanto sigue incumplida en el mundo y especialmente en nuestra querida sociedad latinoamericana.
Por ello, quizá la memoria de aquellos mártires, unida a la constatación de del incremento de la pobreza, radical y relativa, más allá de las posibles y a veces tan diversas lecturas estadísticas, que la evolución de nuestro mundo globalmente mercantilizado acentúa tras las crisis aún no superadas de la pandemia y de las tan negativas consecuencias de la económica desde el 2008, resulta aún más pertinente y plena de significación. A mi ver, nos interpela sobre la dirección que la Iglesia debe tomar para dar testimonio, de mensaje y acción, sobre su compromiso con la opción preferente de dedicación a los pobres y contribuir así a las políticas de los estados y organizaciones mundiales relevantes en la superación estructural de esa lacra de la humanidad.
No se ha trabajado en vano desde su ejemplo en no pocas direcciones y en relevantes ejemplos, desde la propia toma de conciencia a favor de la loable labor de las múltiples instituciones religiosas y laicas que han hecho de ese compromiso social su prioridad de vida, hasta la propia encarnación de aquellos ideales y su sustento conceptual en el actual papa Francisco con su auctoritas, seguramente la de mayor respeto en el mundo. Pero también en esta prioridad esencial de la Iglesia, como en otros temas importantes, estamos aún lejos de la ejemplaridad evangélica, cuyas exigencias son sin duda nada fáciles de cumplir. Todavía existen en el pensamiento cristiano común al respecto no pocas reticencias y lagunas, son en las estructuras eclesiales insuficientes los instrumentos eficientes que demuestren la opción invocada, hay en la vocación de servicio a los más desfavorecidos contradicciones e insuficiencias en conductas y comportamientos colectivos, y la posesión, ordenación y uso de los bienes patrimoniales muestran una falta de rigor y demasiado apego aún al privilegio y escasa voluntad en sus poderes fácticos de de realizar una iglesia con ese sello evangélico…, lo que debe promover, con fortaleza y esperanza, un mayor compromiso radical, si buscamos la necesaria credibilidad.
Las recientes palabras de Francisco para conmemorar esta Jornada resuenan con inusitada fuerza: es la palabra de los pobres la verdaderamente autorizada e imprescindible para nuestro pensamiento y acción. Por fortuna, tenemos en los mártires que recordamos también hoy al unísono un testimonio y guía ejemplares.
Javier