"Lima es más selva que donde vives habitualmente"
Mi viaje de vacaciones apenas se había iniciado. Tras una intensa semana en Iquitos participando en el encuentro de misioneros de mitad de año, me quedaban tres días en Lima antes de tomar el avión y había pensado aprovechar el tiempo a full: estar con los amigos, hacer visitas, compras... César Valdivieso, chofer de confianza y tocayo, me fue a buscar al aeropuerto y me llevó de frente a San Felipe, a la casa del Vicariato, donde estuve unas horas; de ahí pasaría a las Formacionistas paisanas en la avenida Brasil, donde normalmente me hospedo. El carro que agarré ya me dio mala espina, pero como es un trayecto de menos de 10 minutos, pensé que no había peligro. Error.
El taxista me dejó un poco más arribita de la puerta de la casa (que es la que se ve en la foto, el lugar de los hechos), recogió su sencillo y se fue rápido. Toqué el timbre repetidas veces pero nadie me abría; a veces ocurre cuando las hermanas están en el tercer piso. Estuve allí de pie solo, con mi mochila y mi maleta, unos 7 minutos; es una calle que desemboca en la valla del Colegio de Jesús, y a esa hora recién anochecido, sobre las 6:20 pm, no había nadie.
De pronto pasa una camioneta negra, se detiene en la vereda de enfrente y bajan dos tipos, cada uno con una pistola. En un instante los tengo apuntándome en los costados, tapando con sus cuerpos la visión de carros o personas que pasaran. Levanto las manos instintivamente: "¡Baja los brazos!" - me dice uno con voz imperativa pero susurrante. El otro me cachea y me quita el celular, que estaba en el bolsillo. Me jalan la mochila. Todo transcurre en menos de 10 segundos.
- ¿Qué hay en la maleta?
- Ropa y regalos. Soy sacerdote y voy a visitar a mi familia.
- Sacerdote dice...
Así que la maleta me la dejaron.
Mientras tanto, el vehículo negro ha cuadrado en nuestra acera, a unos tres metros de nosotros. Cuando están subiendo les digo que me devuelvan los documentos, que no se los lleven. "¡Los documentos los botamos a dos cuadras! ¡Mucho cuidado con moverte de acá!". La camioneta acelera violentamente con dirección al mar, Judith abre la puerta (Diosito, ¿qué hubiera pasado si llega un momento antes...?), corro tratando de no perderlos de vista mientras se alejan, pero no he distinguido la placa ni el modelo. Pronto un sereno me ve y se acerca, me pregunta... Al toque llega otro. Llaman a la policía y en diez minutos estoy en la comisaría de Pueblo Libre poniendo la denuncia.
No me pareció en ningún momento que fueran a dispararme, aunque uno de ellos estaba mucho más nervioso que el otro. Cruzó fugazmente por mi mente la idea de lanzar la mochila por encima de la valla, fuera de su alcance, pero eran dos contra uno y armados... El resto de la noche lo pasé anulando tarjetas, el chip telefónico, y cambiando las contraseñas de todo. Solamente ayer, casi dos semanas después, he podido dormir siete horas relajado.
Al día siguiente veo en Facebook que alguien desconocido me ha contactado. Parece que mi mochila la han botado junto a una obra en la avenida del Ejército, los operarios la han encontrado y cuidado, han visto algún documento con mi nombre y me han ubicado. De modo que fui a recogerla y comprobé que los choros me han devuelto algunas cosas: los documentos peruanos, mis lentes, una estola, las tarjetas bancarias, el chip de Movistar, cables, las llaves de la maleta (menos mal), una carpeta... y la funda del teléfono. Se han llevado los documentos españoles, la computadora, el celular, mi ebook, un disco duro donde hago copias de seguridad, dos o tres pendrives, unos 80 € y 60 soles. Y un abanico y la gorra de Perú que me regaló Cristina.
Aparte del susto, lo peor es el trastorno: como me habían robado el DNI y el pasaporte, tuve que ir al Consulado para que me dieran un salvoconducto (como a Miguel Strogoff) y poder viajar. Y ya en Mérida los funcionarios de la policía me hicieron amablemente, sin cita, los duplicados de mis documentos; quedan todavía algunos por recuperar, pero poco a poco lo lograré. Más que los gastos extra que se avecinan, me duele que he perdido mi trabajo del último año y medio, el tiempo que llevo en la selva. Los choros friegan bastante, se arriesgan mucho y a veces sacan poca cosa.
En fin. Esto es Lima. A veces te toca. Para lo que podía haber pasado, una mera anécdota. Cuando estaba sintiendo el shock, unos minutos después del asalto, mientras los agentes informaban por radio, una chica se aproximó y me preguntó: "¿Se encuentra bien?". Esto también es el Perú. Por eso lo sigo amando a pesar de todo. Lo más misterioso no es si los choros estaban compinchados con el primer carro, o con los de la obra, sino... ¿por qué no querrían la funda de mi celular? Era muy chula, 20 lucas en Polvos Azules. Zonzos hay por todas las latitudes.
César L. Caro