El día en que gané al bingo

- Puuchaa padre, ¡a los tiempos! ¿Dónde has estado?
- De vacaciones un par de meses.
- Pero ¿te fuiste a tu país?
- Ajá, y estuve con todita mi familia: mis papás, mis hermanas, mis sobrinos, mis cuñados…
- Qué bueno. Pero dos meses es mucho tiempo. Acá hemos pensado: “capaz el padrecito no vuelve”…


Esta conversación se repite, con más menos variantes, estos primeros días de retorno a Islandia: “Has demorado bastante”, eso significa que tal vez me estaban esperando... En mi cuarto varios carteles me recibieron cuando llegaba con mi maleta: “¡Feliz regreso! La misión tiene nuevo brillo con tu presencia”. Parece que mis compañeras también me extrañaban; hasta había un chocolate aguardándome sobre mi mesa, y duró cero coma.

Pero no solo eso: hay sandwichera, concentrado de jugo de mango que está buenazo, la puerta de la iglesia se abre extrañamente bien (¡!), el tanque de 2000 litros está a full porque llueve en serio (se ducha uno sin tantos remordimientos), hay cubiertos nuevos, sartenes y olla a presión, ¡impresora! y tele recién estrenada porque la otra se quemó. Incuso están colocando las nuevas canalizaciones (podríamos tener agua incluso cuando el río suba), y dicen que para el 1 de enero habrá electricidad 24 horas según unos, o de 6 de la mañana a 11 de la noche según otros. ¡Un montón de avances! Voy a tener que buscar otra misión realmente austera, jeje.

Dos meses después, la vaciante del Yavarí ha modificado el paisaje prodigiosamente, es impresionante. La orilla es ahora un tremendo barranco de cinco metros mientras el río ha retrocedido el ancho de tres o cuatro pistas de tenis. Todo un mundo sumergido reaparece: gradas, canchas de fútbol y vóley, empalizadas, senderos, chacras… La tierra seca bajo nuestra casa sigue produciendo fauna que se empeña en visitarme: en dos días, una rana y una araña han perecido en acto de servicio, ambas tamaño XXL.

Es mi casa, aunque da un poco de reparo decirlo cuando todavía tengo en el paladar el gusto de mi casa y en mi cuerpo el calor del abrazo de los míos. Es misión, y como tal exige que rapidito me ponga las pilas y meta la cuchara: casi sin sacar los regalos, reuniones varias para preparar el encuentro de animadores del fin de semana próximo y armar la fiesta patronal. Así que además de adelantos y bolo de yuca, me esperaban chambas. Y música de los vecinos israelitas casi sin parar. Y una tormenta esta madrugada con unos rayos y truenos que estremecían la tierra, el agua y los cuatro palos entre los que duermo.

Los jóvenes también han cambiado su día de grupo al sábado, así que ayer noche tuvimos la suerte de estar juntos, y esa algarabía, esa bulla, esas bromas, esas sonrisas, ese desbarajuste… eso sí que me hace sentirme como siempre, en mi sitio. Los jóvenes son desde hace muchos años mi patria, allá por donde voy los encuentro, o ellos a mí, y estoy en casa. Gracias.

Pero antes, en la tarde, había programado un bingo a beneficio de la sacha-parroquia. El viernes, en un rato muy serio del Consejo de Pastoral, se vio que se había dejado todo para el final, faltaban premios, varios bingos eran ilocalizables, etc. Pero al final, y en un arrebato muy peruano, todo sale adelante sin que se sepa muy bien cómo. De pronto la puerta de la iglesia se llenó de gente (nunca he visto allí tal multitud), en un plis plas se acabaron toditas las papeletas, Susan agarró el megáfono y empezó a cantar. Regalo sorpresa, juego de vasos, cesta con víveres, otros que no me acuerdo, seis ollas y el último un ventilador. Nunca jamás gano a esto, así que no me sorprendió no sacar nada, hasta que llegó el final; bromeé con que me hace falta un ventilador para la misa, que sudo mucho… ¡y me tocó! Se hizo un silencio cuando canté bingo, y el más sorprendido fui yo.

Con la bajada del río, las balsas toititas se han movido, así que me perdí en Benjamín cargado de equipaje buscando los botes de Islandia, y al pasear por el muelle es como si mi sobrino hubiera cambiado todo de lugar haciendo el zonzo: casas, lanchas, botes, grifos. Estoy en proceso de reubicarme, y no solo geográfica o climáticamente, sino sobre todo personal y emocionalmente. Porque dos años es mucho tiempo… pero dos meses también, jaja. Triunfar en el bingo ayuda.

César L. Caro
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