Agenda apretada de visitas de animación a los puestos misioneros del Vicariato Apostólico San José del Amazonas (Perú) Como el enano de “Amélie” (viajes y más viajes)
Voy de un lugar a otro, muy seguido, intentando visitar casi todos los puestos de misión en estos cuatro meses entre la Semana Santa y las vacaciones. Pero vale la pena. La visita es la ocasión para estar con nuestra gente linda, y eso me da la vida; este es el cuarto año y ya nos conocemos, nos saludamos por nuestro nombre, por todas partes tengo mis vínculos sin necesidad de pasar por los misioneros, siempre hay quienes quieren conversar e incluso me invitan a su casa.
Además, este año voy predicando el Plan Pastoral todavía calentito, la necesidad de hacer el POA, y remachando los temas en que estamos centrados: la cultura del cuidado y el protocolo frente a abusos a menores, el trabajo en equipo, convocar nuevos agentes pastorales y entre ellos a las mujeres, la pastoral juvenil, la nueva Oficina de Defensa de la vida y de la cultura… Lo veo necesario.
O como “Willy Fog apostador, que se juega con honor la vuelta al mundo”, así estoy. Viajes, viajes y más viajes. Voy de un lugar a otro, muy seguido, intentando visitar casi todos los puestos de misión en estos cuatro meses entre la Semana Santa y las vacaciones. Como dicen en mi pueblo, vivo en un pie, o, más exactamente, en un remo.
Ya he recibido algunas riñas cariñosas y preocupadas porque es un calendario demasiado apretado, con muy poco tiempo entre un desplazamiento y el siguiente. Y tienen razón, he hecho una programación un tanto suicida, que cuadra sobre el papel pero que luego hay que vivirla, y ahí entra a tallar mi cuerpo, que también reclama y me muestra con diferentes evidencias que ahora ya no es igual que hace solo cinco o seis años. La otra semana, por ejemplo, llegué de Yanashi a las 10 de la mañana y salí para San Pablo el mismo día a las 4 de la tarde; reventao.
Hay quien se desorienta y ya no logra ubicarme. “Estoy en Pebas” – le dije hoy a alguien por teléfono. “¡¡¿¿Pero no estabas en Angoteros??!!” – me preguntó entre la sorpresa y el espanto. No todavía domino la habilidad de la bilocación, pero por descontado que me gustaría, tanto como volar como superman, o que el día tuviera 40 horas, o que hubiera un gemelo idéntico con quien poder trabajar en equipo, las mentes conectadas.
Cada vez que recibía una postal con la foto del enano de jardín en un país distinto, al padre de Amélie le salían sabañones en el cerebro: ¿cómo puede esa estatuilla recorrer el mundo a tal velocidad? En mi caso, en embarcaciones públicas que van por los ríos de nuestro territorio, y en avioneta si se trata de llegar a Soplín Vargas y Estrecho. Ferry, pongueros y rápidos cuyos horarios a menudo te obligan a embarcar de madrugada y pasar buena parte del día o de la noche navegando, con el consiguiente desgaste.
Las visitas suelen incluir todo un cronograma de reuniones, encuentros, conversaciones, almuerzos, Eucaristía… En unos puestos de misión la cosa suele ser más exigente y en otros más relajada, dependiendo del volumen de actividades y de los misioneros encargados. A veces todo es muy seguido, con pocas pausas. Y en medio de todo ello, me las tengo que apañar para componer proyectos, preparar cartas, órdenes del día y reportes, y por supuesto debo ir redactando el borrador del informe de visita que trabajamos con el equipo en la sesión conclusiva.
De regreso a Iquitos, después de doce o quince días fuera, me esperan normalmente reuniones de variado pelaje: de los consejos vicariales, del equipo de coordinación pastoral o las áreas pastorales, de la ODEC, de la comisión de becas… Un sinfín de historias en las que estoy implicado o soy directamente responsable, sin contar todas las tareas administrativas, siempre demandantes de chamba. Es decir, que en dos días y medio o tres, hay que lavar un bolo de ropa, atender todo ese cau-cau… e incluso hasta descansar un poco, si se puede, antes del siguiente zarpe.
Ni modo. No da tiempo ni a tirarte un peíto. Pero vale la pena. La visita es la ocasión para estar con nuestra gente linda, y eso me da la vida; este es el cuarto año y ya nos conocemos, nos saludamos por nuestro nombre, por todas partes tengo mis vínculos sin necesidad de pasar por los misioneros, siempre hay quienes quieren conversar e incluso me invitan a su casa. Es como si el Vicariato entero fuera mi parroquia, qué chévere.
Además, este año voy predicando el Plan Pastoral todavía calentito, la necesidad de hacer el POA, y remachando los temas en que estamos centrados: la cultura del cuidado y el protocolo frente a abusos a menores, el trabajo en equipo, convocar nuevos agentes pastorales y entre ellos a las mujeres, la pastoral juvenil, la nueva Oficina de Defensa de la vida y de la cultura… Lo veo necesario.
No puedo quejarme, simplemente porque soy yo mismo el que ha diseñado de esa manera el periplo de estos meses; es un ir y venir frenético, un reto algo loco, una suerte de experimento. Está claro que no puede ser así, que el año próximo debo bajar el ritmo, programar los viajes con más margen y descansar más… Lo comprendo y me sonrío, miro de reojo y silbo porque en el fondo me encanta. Es lo que hay