Regreso a la vida misionera después de tres meses: impresiones, experiencias, aprendizajes... “Mi llegada ya sabe de adiós”

Procesión de Santa Eulalia de Mérida
Procesión de Santa Eulalia de Mérida Antonio Amores

Toca hacer balance de este tiempo. Se trataba de acompañar a mi papá y atravesar junto con mi familia el trance de la primera Navidad sin mi mamá. También de lograr “un reposo apacible, lento, sereno. Un descanso profundo, consciente”, según mis propias palabras. Bueno… he hecho lo que he podido, y luego la vida está jalonada de sorpresas que no se pueden programar.

Ya han pasado ¡tres meses! No puede ser, ¿tan rápido? Han sido las vacaciones (o lo que sea) más largas en los últimos 10 años, pero se han escurrido igualito que las más breves, allá por junio de 2015. Entonces recordaba aquella canción del p. Carreño titulada “La vuelta del misionero”, que me gustó desde niño, y que en la tercera estrofa decía: “Ya lo sé, la visita es muy corta / mi llegada ya sabe de adiós”.

Toca hacer balance de este tiempo. Se trataba de acompañar a mi papá y atravesar junto con mi familia el trance de la primera Navidad sin mi mamá. También de lograr “un reposo apacible, lento, sereno. Un descanso profundo, consciente”, según mis propias palabras. Bueno… he hecho lo que he podido, y luego la vida está jalonada de sorpresas que no se pueden programar.

Curiosamente, no importa si la estancia dura más o menos, el hecho es que no se consigue ver a todas las personas que pretendes, nunca alcanza. Y no solo porque es mucha peña y yo uno solo: el ritmo de vida es tan alto, todo el mundo tiene tantas historias, hay tan poco tiempo, que en ocasiones hallar huecos en las agendas ha sido como resolver un sudoku de los de nivel diabólico.

El estar en Badajoz y ya no más en Mérida no ha facilitado más de una cita. Y además me he visto en la tesitura de despedirme de mi casa y recoger mis cosas. El piso familiar, escenario de mi infancia y mi adolescencia, allá donde regresé varias veces, ya no es una referencia para mí desde que no está mi mamá. He experimentado de manera nueva aquello de “no tener dónde reclinar la cabeza” de Lc 9, 58. Y no ha sido fácil: recorrer junto a la Mártir Santa Eulalia las calles de mi niñez supuso encontrar a mi madre a cada paso, y al mismo tiempo decir adiós a Mérida, cerrar una etapa de mi vida.

“Siempre fueron muy cortos los besos / pero los que guardé para ti / en el cielo sin fin van impresos”, sigue la estrofa. Aunque aquel día –y otros- lloré, veo que los Ejercicios me prepararon para este paso adelante afectivo. Detecto una cosecha de gran libertad, certezas y serenidad. Ciertamente Diosito me ha concedido nuevas luces, pacificar y reubicar aspectos, ahondar en las vetas de mi entusiasmo y disponerme para remar hacia aguas más profundas.

Algunas otras impresiones de estos meses: el montonazo de gente comprando en el centro comercial, que haya tremendas colas hasta para tomarse un café, lo alto que habla todo el mundo… El hecho de que vas por la vereda y te tienes que tragar el humo de los que han salido de los locales a fumar, y dejan todo perdido de colillas, un asco. Y, claro, la cantidad de personas mayores que van a las iglesias en comparación con los pocos niños… Ya lo sabía, pero me impacta.

Hemos sobrevivido a la nostalgia de la Navidad, con su síndrome de “silla vacía”. Mis hermanas han sido valientes, porque se han esmerado en preparar los platillos que siempre hacía mi mamá: pierna de cordero al horno, bacalao de Natal, canelones, bomba de helado, dátiles con nueces acompañando el vermut del aperitivo… Tradiciones de años que nos han permitido sentirla con nosotros a través de sus comidas.

Menos mal que estaban mis sobrinos, con esa juventud desprovista de gravedad, el humor, las corbatas para la fiesta de Nochevieja, las acostumbradas y personalizadas bromas… Al empacar “mis tesoros” de adolescente me topé con viejos objetos, pequeñas cosas cargadas de candor: reloj del Atleti, boli de madera, pisapapeles, libreta de cuero, afilalápiz mecánico, bote de colonia en forma de pipa marca Avon… Mágicamente han reaparecido como regalos para mis sobrinos, así de ingeniosos son los Reyes.

En fin: una paliza emocional que necesito metabolizar estos días. Regreso a la vida misionera, en la que se suele decir que, desde que llegamos a un lugar, nos estamos despidiendo. Somos provisionales, siempre interinos, estamos de paso. Pero así es en realidad toda existencia. Me insufla esperanza el tener a mis sobrinos, y a otros hijos e hijas fruto de la misión: la vida continúa en ellos.

Ya me vuelvo a la grande faena / reza tú que allí brille la fe / cuando acabe la vida terrena / a ti, madre buena / juntito estaré.

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