En el Vicariato San José del Amazonas luchamos contra el COVID: una tarea inmensa que nos absorbe todo el tiempo, nos jala el sueño, nos exige nuestro mejor temple y nos saca el ancho Recuperar credibilidad ayudando a respirar
Si la Iglesia ha perdido parte de su prestigio a causa de la pederastia, esta pandemia la está haciendo recobrar popularidad, al menos por estos lugares tan bravos; la gente ve que los misioneros se están jugando literalmente la vida cada día, y sigue confiando en ellos
Días atrás le pasé el link de la web nueva del Vicariato (www.sanjosedelamazonas.org) al periodista Oraldo Reátegui, de la radio “La Voz de la Selva”, para que por favor la promocionase. “¿Te podría entrevistar mañana por la mañana?”. Le dije que con gusto. En directo en el programa de noticias me preguntó por la situación de nuestro territorio, la incidencia del virus, las ayudas que estamos gestionando… A los diez minutos de terminar la entrevista me sonó el celular: el director regional de salud de Loreto.
El hombre quería reunirse con nosotros para ver qué cosas hemos ya enviado por esas selvas. De pronto me vi surcando el Amazonas, aquel mismo día, rumbo a Iquitos. Mi vida parece a veces una película. Llegar y casi sin tiempo para almorzar, reunión del equipo vicarial de gestión de la crisis para preparar el encuentro con el director regional, que era a las 3 pm. Íbamos en motocarro y moto, y nos agarró tremenda lluvia. Al entrar empapado en la oficina de la DIRESA, que tenía el aire acondicionado a tope, se me pararon todos mis pelos (los que me quedan). Pensé que si no nos acaba el coronavirus, la especie humana dispone de un amplio muestrario para auto-exterminarse.
El director nos dio plantón, y al día siguiente también, aunque finalmente nos recibió. Creo que no hubo conexión porque los objetivos eran distintos. Nosotros queríamos concretar, coordinar el envío de medicinas, de oxígeno, presentar la situación de nuestro hospital de Santa Clotilde, y él nos escuchó, pero finalmente no aterrizamos en nada preciso y definido.
Era como estar sentado filosofando en el puente de mando de un barco que se hunde. En San Pablo el médico se encerró y no atiende enfermos COVID, sí al resto. Han enviado otro médico que se atreve, pero ya se enfermaron los viejitos de la Casa San José y las autoridades han decidido ¡que vayan sus familiares a cuidarlos! Sabia medida si quieren enviar a la población entera al matadero. En Santa Rosa una doctora se ha puesto en cuarentena; la otra tiene asma y ayuda de lejos, con el apoyo de solo dos enfermeras. Están cansadas y anteayer decidieron cerrar la posta de salud por una semana.
Hay historias muy duras también en el hospital de Iquitos. Personas que mueren asfixiadas sin que se las pueda socorrer con oxígeno; algunos compañeros acá lo han vivido. El reverso es reconfortante, los concentradores que estamos consiguiendo salvan vidas. En Indiana las personas llegan al colegio, donde ya hay más cincuenta enfermos, y les miden la saturación; la señora de la foto, que estaba apuradita, tenía 83 y al toque la conectaron al aparato. Dos horas después descansaba estable en una litera donde los demás pacientes.
Por eso estamos recibiendo muchas ayudas y comprando equipos de protección, concentradores y balones, y medicamentos, que es lo más difícil. La urgencia nos atropella a hacer un doctorado en material sanitario, y ahora resulta que la química me sirve al menos para distinguir los nombres de los compuestos y saber para qué es indicado cada uno. Lleva tiempo buscar y cotizar, y ahora es más difícil traer los insumos de Lima porque han suspendido los vuelos humanitarios de la FAP y hay que pagar entre 4,5 y 5,3 soles por kilo.
Esta mañana llegó un envío que estamos esperando desde ayer. Una parroquia cercana nos presta una camioneta que conduzco atónito por un Iquitos casi desierto que me hace recordar aquella escena de “Abre los ojos”, la película en que Amenábar consiguió vaciar completamente la Gran Vía de Madrid. Cómo debe estar sufriendo la gente en esas casas bajas, pequeñas y asfixiantes, sin poder salir a la calle a buscar el sustento de la familia. Los baches y charcos me hacen volver por un momento a tantas horas de carro en Mendoza y en África; como la química, todo suma.
Pasamos varios controles de policías y soldados de aspecto siniestro tras mascarillas negras o de camuflaje. Y ahí la palabra “Vicariato” hace magia, abre barreras y franquea caminos. “Mejor ponemos el número de cuenta del padre en la campaña”. Si la Iglesia ha perdido parte de su prestigio a causa de la pederastia, esta pandemia la está haciendo recuperar credibilidad, al menos por estos lugares tan bravos; la gente ve que los misioneros se están jugando literalmente la vida cada día, y sigue confiando en ellos.
Ya en los hangares de mercancías del aeropuerto, descargamos, cargamos y llevamos más de 1500 kilos de cariño y solidaridad para los más pobres de nuestra selva. Luego tendremos que abrir las cajas, colocar, preparar y enviar por lancha a los diferentes puestos de misión del Vicariato. Una tarea inmensa que nos absorbe todo el tiempo, nos jala el sueño, nos exige nuestro mejor temple y nos saca el ancho. Ni en las épocas más extenuantes de trabajos y recorridos he tenido tantas dificultades para escribir en mi blog, y esto lo subiré ahora mismo, sin poder retocarlo casi. Esta digresión en nuestra vida está resultando agotadora, y lo peor es que no sabemos muy bien adónde nos llevará. Ojalá la película acabe bien.