"La misión es cara"
Para mí la misión se había desarrollado siempre dentro de una gran congregación internacional poderosa económicamente; y además habían sido experiencias cortas, veranos acompañando voluntarios con “todo pagado” desde España, sin muchos quebraderos de cabeza financieros. Pero ay, cuando vivimos acá, el día a día es menos poético y, como todo el mundo, hay que vigilar el bolsillo porque un sol es un sol.
Recuerdo, por ejemplo, muchos paseos en carro pero pocos repostajes. Y aquí en nuestra parroquia-provincia ese es el dispendio número 1: el combustible. Es tremendo el dineral que nos cuesta salir, visitar, llegar a los lugares más alejados. Importante pero costoso: la misión es cara (LMEC).
Los agentes de pastoral, que son nuestros pies y nuestras manos por esos mundos, están convocados a encuentros mensuales de coordinación y formación en Mendoza. Momentos imprescindible pero gravosos: ellos tienen que afrontar el pasaje, a veces fuerte si vienen de lejos, y la parroquia se hace cargo de su almuerzo, material, fotocopias, etc. LMEC.
Todo lo necesario para que una pequeña comunidad de pueblo funcione tiene su precio: materiales para catequesis, libros de liturgia, cancioneros, mantenimiento de la capilla, recibo de la luz… LMEC. Y a veces la limosna no llega a unos tristes 10 soles (menos de 3 euros). Pues aun así, hay sitios donde cuando vas te dan para tu carburante, además de cafesito acompañando el cariño.
Luego está el capitulo de la manutención de los curas diocesanos: acá no hay fondo de sustentación el clero, como en Mérida-Badajoz, así que hemos de vivir de lo que la parroquia genera, como era antes allí. El resultado es que, con las intenciones de misa, las entradas por sacramentos y las colaboraciones de los pueblos, no llegamos a fin de mes ni con una onda.Y cuando ocurre algo extraordinario, como por ejemplo una reparación gorda del carro, el virus del LMEC invade los ahorros y las ayudas de los padrecitos españoles…
En este Perú donde tantísima gente vive al día, en el que nuestros campesinos se parten el lomo para dar de comer a sus hijos, donde la miseria se esconde tras los celulares y el barro te mancha los zapatos, dinamizar una parroquia tan enorme como la nuestra cuesta harta plata. La misión es tan cara que hay momentos en que hasta me parece un lujo y me hace pensar: ¿Qué pasará cuando los misioneros extranjeros desaparezcamos de la diócesis (vamos disminuyendo porque cada vez somos menos necesarios)? ¿Es prudente armar una pastoral sobre el supuesto de ayudas del exterior? ¿Cómo ir logrando que la parroquia se autofinancie?
Jesús recomendó no llevar más que las cosas precisas para caminar, ni oro ni plata ni seguridad (Mt 10, 9-11). Nada habló sobre la eficacia y el éxito, pero sí sobre los medios, que deben ser discretos y sencillos, como el estilo de vida de los enviados. Seguramente estamos -¡estoy!- tan lejos de ese ideal que comprometemos la sostenibilidad evangélica de la misión.
César L. Caro