La segunda comunión

Me ha encantado verla a la hora de siempre pero sin aparejos raros, con un vestido normal (el traje de mini-novia debidamente archivado) y leyendo como de costumbre la oración de los fieles con el micro inalámbrico. Hemos estado ensayando en la sacristía la manera de comulgar en la mano, que a ella le gusta más, aunque aceptó que la primera vez era mejor en la boca por lo de la foto y lo de los guantes de encaje.
La he notado como ella es, natural; si acaso con un punto más de grave (y divertida) compostura porque hombre, ya es mayor, ya se pone en la cola como los demás. Como cada domingo ha subido conmigo al altar, me ha ayudado a colocar las cosas, ha sujetado el cáliz, nos hemos cogido de las manos para rezar el Padenuestro y, como siempre, me ha dado un beso en mi barba antes de bajar a la hora del Cordero.
Pero era encantadoramente diferente. Con la misma ternura que el día de la Comunión pero en zapatillas, sin aparato, llevando como único adorno la sencillez de lo cotidiano. Significa quizá que a Clau le gusta ir a la Eucaristía, y eso me encanta; o bien que se cree en el deber de ir, porque, como ha hecho la comunión... y eso me parece delicioso. Y me hace pensar que no todo está perdido, que siempre se las arregla Dios para sembrar en medio de nuestros surcos torcidos.
Eso sí, al acabar ha venido, como siempre, a por "pan" o sea, a por los recortes que les doy los domingos. "Qué panzá" ha dicho al recibirlos. Se lo merecía. La segunda comunión es mejor que la primera.
César L. Caro