Era un hombre natural con la naturalidad de la naturaleza pura. Su palabra era dura y duradera como el granito. Maestro albañil, tiraba con los ladrillos y quedaban colocados con la precisión de las letras en un renglón escrito por un poeta. Pasé horas charlando con él sobre las cosas de la vida y horas en silencio para rumiar lo que no nos habíamos dicho pero nos habíamos dado a entender. Cuando me abrazaba, siempre que lo visitaba, me sentía abrazado por el mundo. Mil veces le he dicho: queroche, Antonio. Y él contestaba: Sabes ben que eu a ti tamén che quero. Su hija y sus nietos me dijeron ayer: ¡Cuánto os queríais!