La razón absoluta

Dos personas que piensan de diferente manera, con diálogos sinceros, pueden ayudarse mutuamente a enriquecer sus conocimientos. Miembros de partidos diferentes, unos en el gobierno y otros en la oposición, pueden llegar a descubrir las benevolencias de sus mutuas proposiciones.  Un nacionalista y otro que no lo es, sin llegar a ponerse de acuerdo, pueden llegar a entender y comprender, el uno la postura del otro. Un creyente puede exponer al ateo sus razones para creer y el ateo las que tiene para ser ateo. Pero cuando las diferencias se toman como principios de organización, cuando las diferencias ideológicas se convierten en “cordón sanitario”, en su sentido político, cuando el nacionalismo se toma como criterio para fingir las bondades o maldades de quien lo defiendo, cuando la fe o el ateísmo se toma como motivo para despreciar al ateo o al creyente, las diferencias se convierten en marginación, exclusión, motivo de odio. Para ser dialogantes, basta saber, pero hay saberlo y admitirlo, que todas las personas tienen una razón y que la razón de ninguna persona es absoluta.

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