Caminaron escuchando, como olas fugaces, el ruido de sus pisadas sobre las piedras del sendero, y recordando que al levantarse, antes de echarse en brazos de la incertidumbre del camino mascaban una corteza de pan duro reblandecida con una copa de aguardiente; el tañido de las campanas pregonando la muerte, las escaleras llenas de mendigos los días de fiesta esperando una tajada de carnero, las boñigas de las vacas estrellándose contra los guijarros del camino; más allá de la media noche, alumbrados por los titubeos de la luna que se reflejaban en los charcos, la vuelta de la feria con las alforjas vacías por no haber vendido el ternero ni el cerdo y el desasosiego de no dar mañana las rosquillas de la feria a los niños; el miedo de encontrarse en la curva con el tricornio que pesaba como un narigón sobre la conciencia, y la voz suave como susurro de juncos de la abuela. Casi cansados se sentaron al lado de a Fonte da Cunca y siguieron recordando los recuerdos que recordaban los abuelos de cuando niños.