"La liturgia cardenalicia está plagada de símbolos de soberbia, distinción, elevación y arrogancia" De la silla gestatoria a la silla de ruedas
"En los últimos tiempos han llamado la atención “franciscana” sus reiteradas advertencias a los Cardenales de la Curia Romana y al resto del personal eclesiástico avecindado en el Vaticano, para que se apresten a finiquitar cuanto antes la privilegiada situación en la que trabajan y viven"
"El papa Francisco ha decidido algo tan elementalmente laboral y cristiano como es que también los Cardenales vivan de sus sueldos respectivos y no gratuitamente"
"El protocolo por el que se rige la “vida y milagros” de los Cardenales méritos y también la de los “eméritos”, es para algunos, cristianos o no, invención diabólica. No puede ser más discriminatorio en relación con el resto del clero y de la feligresía en general"
"El protocolo por el que se rige la “vida y milagros” de los Cardenales méritos y también la de los “eméritos”, es para algunos, cristianos o no, invención diabólica. No puede ser más discriminatorio en relación con el resto del clero y de la feligresía en general"
No pierde comba el papa Francisco y, oportuna o inoportunamente, no ceja en el empeño de hacer de los más altos jerarcas de la Iglesia otros tantos objetivos sagrados de sus dicterios a favor de la renovación y reforma. Aprovecha cualquier ocasión que de alguna manera se relaciona con el Colegio Episcopal o “supra”, para “leerles la cartilla” -el Catecismo- de la austeridad, del servicio a los demás, con mención reverencial y evangélica para los pobres, de la comprensión y del respeto, de la tolerancia, de la apertura, de la cultura y de cuanto es y significa la Iglesia por sí misma y por su sagrado ministerio.
En los últimos tiempos han llamado la atención “franciscana” sus reiteradas advertencias a los Cardenales de la Curia Romana y al resto del personal eclesiástico avecindado en el Vaticano, para que se apresten a finiquitar cuanto antes la privilegiada situación en la que trabajan y viven.
Y es que, por aquello de la concesión pagana y contractual firmada y confirmada por el “emperador-dictador“ Mussolini, cuando los llamados “ Pactos de Letrán”, los Cardenales adquirían nada menos, a perpetuidad y al pie de la letra, la condición de “Príncipes de Sangre Real”. Por Cardenales y por su calificación de herederos, en su día, del Romano Pontífice -Vicario de Cristo, es decir, “Vice-Dios”- habrían de ser merecedores de vivir y ser tratados con los mismos derechos de representantes de la divinidad, con argumentos humanos y bíblicos incuestionables.
A los Cardenales, con sus villas y estancias feudales, atuendos, servicio, personal a sus órdenes, títulos, consideraciones sociales, atributos canónicos y litúrgicos y todo ello “por la gracia de Dios”, muy razonablemente ni se les habría ocurrido pensar, por ejemplo, que todos los gastos fastuosos que suponía conservar tal estilo de vida principesca no habría de correr a cargo de la Iglesia “oficial”, hasta con inclusión en el capítulo “santo” del llamado “Óbolo de san Pedro”, sin que ni siquiera una parte les correspondiera completar a ellos, con el pingüe sueldo que perciben como “trabajadores” de la “fábrica”- piedra, a la que se dice haber hecho expresa referencia Jesús, dirigiéndose a un pescador, un tal Simón de nombre, quien desde entonces se transfiguraría en “Pedro” -piedra angular, base y fundamento de la institución.
El papa Francisco ha decidido algo tan elementalmente laboral y cristiano como es que también los Cardenales vivan de sus sueldos respectivos y no gratuitamente, lo que a estos -y más a los “conservadores” que por eso lo son-, les ha parecido rematadamente mal, con protestas que han transcendido los muros de sus palacios y villas. Digno de mención, rebeldía y reseña es el comportamiento de quien fuera “Secretario Plenipotenciario” de Benedicto XVI, el arzobispo alemán Mons. Gänswein, autor además de un pingüe y fructífero libro de confidencias intra-eclesiásticas.
El protocolo por el que se rige la “vida y milagros” de los Cardenales méritos y también la de los “eméritos”, es para algunos, cristianos o no, invención diabólica. No puede ser más discriminatorio en relación con el resto del clero y de la feligresía en general. A quienes lo idearon y hacen cuanto es posible y más, por llevarlo a la práctica con toda clase de cuidados y urgencias, ni siquiera se les ha ocurrido pensar que el mismo papa Francisco es ejemplo y testimonio de “Iglesia” y de “hoy”.
Las “sillas gestatorias” y la automatización – conversión en “papamóviles”, no son instrumentos propios de Iglesia. Para algunos moralistas, rondaron y rondan la condición de pecado grave. Para otros no moralistas de profesión u oficio, lo de “sátrapa”, con rigor académico de “personas que gobiernan o mandan abusando de su autoridad o poder”, se acerca bastante más a sus hábitos y proceder, antes o después de haber suscitado en los mismos compasión e hilaridad.
De todas maneras, y gracias sean dadas a Dios, muchos ya les encontraron explicación certera y veraz a la proliferación de matices del color rojo -intenso, escarlata, granate, burdeos, carmín, anaranjado, amaranto y cien tonos más diferentes, de los que hacen uso los eminentísimos y reverendísimos purpurados Cardenales o aspirantes a serlo. Tal sinfonía de tonalidades no tiene otro origen y explicación que el de la vergüenza que algunos de sus usuarios padecen o gozan al revestirlos la Liturgia de forma tan esperpéntica e inusual, además con “capa magna” y con mitras
¡Que cunda el ejemplo que tan generosa y pastoralmente nos proporciona el papa Francisco y que las indevotas alusiones a la sangre martirial y a la cruz de Jesús, se borren cuanto antes de determinados libros y prédicas¡. La liturgia cardenalicia está plagada de símbolos de soberbia, distinción, elevación y arrogancia.
Con colorines violentos, en palacios, y sin inspirar otros olores que el del incienso administrado por los turiferarios de turno, no es posible el cardenalato y ni siquiera el acolitado. La persona auténticamente religiosa no anda por la vida calculando ganancias ni para ahora ni para después.
Y quede limpia, transparente, elocuente y cristiana constancia de que en la “silla de ruedas” se puede ser y se es, tanto o más papa que en la “silla gestatoria”.