Homilía
Queridos hermanos y hermanas, algunos de los cuales sois familiares, amigos y conocidos de nuestros hermanos sacerdotes y bienhechores difuntos.
Estamos llegando a final de año. Aunque no queramos, sin darnos cuenta, hay que rendir cuentas, hacer balance. Y hoy quiero hacer balance de la gente que nos ha dejado, de estos sacerdotes que han dejado huella en la diócesis y en muchos sacerdotes y laicos que los han conocido.
La celebración de hoy me lleva a decir a Dios GRACIAS. Gracias por el regalo de estos sacerdotes que durante este año nos han dejado. No los conocía, cuando alguno falleció llevaba días, cuando otros fallecieron llevaba meses, pero siempre en su biografía me encontraba con un servicio y entrega generosos. Una entrega sin límites, y una entrega a gente sencilla y humilde de nuestros pueblos. Mucha pastoral rural en la Navarra vaciada. Cuando llegaba a presidir el funeral se me acercaban sacerdotes a concelebrar, o gente que me encontraba en la entrada de la iglesia, y todos me decía, no sus cualidades intelectuales ni sus posesiones, sino su calidad humana, me decían “era un gran hombre” “era un gran sacerdote” y así quiero despedirlos en esta eucaristía, como alguien grande. Pero su grandeza viene por su entrega a la obra de Dios. Por eso estoy convencido que en ellos se hace realidad la primera lectura “la vida de los justos está en manos de Dios (Sab. 3, 1)”.
Hoy nuestros hermanos sacerdotes están en la gloria, y están descansando en paz. Todos hermanos sacerdotes que he enterrado eran mayores, lo cual quiere decir que ha sido una larga vida entregada a Dios. Y aquí la muerte no la vemos como un fracaso, ni como un tiempo de espera, no, estoy seguro que nuestros hermanos sacerdotes “recibirán grandes favores” (Sab. 3, 5), que son estar en la gloria del Padre. El Padre los ha “hallado dignos de sí” (Sab. 3, 5), porque su vida siempre fue sí, y reconozco que hubo momentos que no fue fácil mantenerse fiel. A algunos de ellos les tocó vivir el nuevo tiempo de Iglesia al finalizar el Vaticano II, les tocó asumir el cambio eclesial, y en algunos casos el cambio político. Todo fueron grandes cambios en su vida, y ellos siempre dijeron que sí. Imagino que para el obispo de entonces estos cambios no estarían exentos de tensiones y conflictos, pero al final todos han fallecido como sacerdotes, han fallecido fieles. Es decir, han valorado más su consagración a Dios, que sus inclinaciones políticas o los nuevos vientos eclesiales del Vaticano II. Para mí, son modelo de Iglesia sinodal, de una iglesia participativa.
Quiero tener un recuerdo, no menor, ni tangencial, sino central, para la gente que ayuda a nuestro seminario, sea el conciliar o el Redemptoris Mater. De los bienhechores no conozco ni sus nombres, y este año han fallecido varios. Y aquí sí que se hace realidad lo que nos dice el evangelio “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha” (Mt. 6, 3). Hay bienhechores generosos, anónimos, a veces ni sus propias familias saben de su generosidad, ni de la ayuda que nos han prestado. Y en cambio su ayuda ha sido muy valiosa para el trabajo vocacional. Gracias a su ayuda, mayor o menor, para que el seminario pueda seguir acogiendo nuevas vocaciones. Hoy la diócesis quiere tener un recuerdo y una oración especial por ellos.
La Iglesia necesita vocaciones. De tal manera, es tan importante la pastoral vocacional que el año que viene, los días 7, 8 y 9 de febrero de 2025, la Iglesia española va a celebrar un gran Congreso sobre las vocaciones. Van a participar más de 3.000 personas de toda España y de todos estados, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos y laicas, porque necesitamos la ayuda de todos. Por eso nuestros bienhechores hoy son más necesarios que nunca, y necesitan nuestro reconocimiento y agradecimiento.
Como nos ha dicho el evangelio, también yo como obispo tengo un deseo, que con la ayuda de todos, sacerdotes mayores, jóvenes, laicos/as, vayan surgiendo vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa, para el anuncio del evangelio. Y que los “que me confiaste estén conmigo”, es decir, que surjan vocaciones para nuestro seminario. Y en esto los bienhechores ayudan y mucho.
Como he dicho al principio hoy es un día de acción de gracias, por haber puesto en nuestro camino a estos sacerdotes que han hecho de su vida una entrega generosa a Dios y que han sido ejemplo y modelo para los que hemos venido detrás. Disfruto cuando me cuentan anécdotas de sacerdotes fallecidos, lo hacen con cariño, y asumiendo el ejemplo de su vida para su propia vida.
Nuestra Iglesia diocesana tiene que trabajar para que la memoria de nuestros sacerdotes que han fallecido en este año no se olvide. Ellos han marcado la diócesis en vida, deben seguir marcándola después de su entrega al Padre. Nuestra sociedad, nuestra Iglesia necesita de referentes, de modelos, de lo contrario seríamos una Iglesia y una sociedad huérfana, sin modelos ni referente. Hoy la Iglesia nos regala estas figuras con nombre, sacerdotes y bienhechores fallecidos, para que nuestro seminario sea semillero de vocaciones.
Hermanos sacerdotes fallecidos, hermanos/as bienhechores difuntos. Descansen en paz.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela