"La figura de Bergoglio nos da una idea del papa que podemos querer" El paso de Francisco y el futuro papa

"La muerte del papa Francisco ha impactado por la dimensión reformista de su papado. Su muerte, sentida profundamente por muchos, nos deja ante la elección de un nuevo papa"
"La propia figura de Bergoglio nos ayuda a establecer algunos criterios ligados al Vaticano II que pueden ser útiles para pensar en la figura del papa que podemos querer"
"La novedad, la reforma, el diálogo con el mundo y la historia profana son elementos básicos de la vida eclesial"
"El nuevo papa tiene que preguntarse siempre qué significa la Iglesia para el mundo y qué le da o le puede dar al mundo en su historia concreta y actual"
"La novedad, la reforma, el diálogo con el mundo y la historia profana son elementos básicos de la vida eclesial"
"El nuevo papa tiene que preguntarse siempre qué significa la Iglesia para el mundo y qué le da o le puede dar al mundo en su historia concreta y actual"
| José M. Tojeira
La muerte del Papa Francisco ha impactado por la dimensión reformista de su papado. Su amor a Cristo y su devoción personal, su capacidad de descubrir el rostro del Señor en los rostros sufrientes de los seres humano, impactaron a un gran número de católicos y de gentes de otras confesiones o incluso increyentes. El modo cercano de tratar con la gente, su austeridad personal incluso en los signos y ornamentos externos, su radicalidad en el acercamiento a los desposeídos y migrantes, su trabajo incesante para erradicar de la Iglesia el clericalismo y el carrerismo, la búsqueda de una nueva humanidad, el diálogo y la sinodalidad, son muestras de renovación y novedad en el ejercicio del papado.
Su muerte, sentida profundamente por muchos, nos deja ante la elección de un nuevo papa. Revisar el modelo del papado y tener criterios sobre el perfil del papa que necesitamos es importante para todos los cristianos. Y en particular para los católicos es importante desarrollar los criterios desde el Concilio Vaticano II. Desde el inicio de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, el Concilio insiste en que el Espíritu Santo, que la guía, “con la fuerza del Evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo” (LG 4). La novedad, la reforma, el diálogo con el mundo y la historia profana son elementos básicos de la vida eclesial.

A Francisco con frecuencia se le ha considerado un papa reformista. Incluso ha sido criticado por estar abierto a los cambios dentro de la Iglesia y profundamente comprometido con los derechos de los pobres. Sus críticas a una “economía que mata”, su defensa de la dignidad de los migrantes, su insistencia en algo tan tradicional en la Iglesia como el destino universal de los bienes para conseguir fraternidad y amistad social en el mundo en que vivimos ha puesto tensos a algunos católicos comprometidos con una buena dosis de ceguera con el capitalismo existente.
Sus documentos, Evangelii gaudium, Laudato Si y Fratelli Tuttimarcaron líneas claras de conversión personal, reforma eclesial, preocupación social y ecológica y deseos de cambios estructurales, incluso a nivel internacional. Su muerte ha dejado a la Iglesia en un ambiente de cambio y reforma. Un ambiente que había tenido un cierto freno iniciado pocos años después de terminado el Vaticano II y que con la sencillez, apertura y capacidad de diálogo de Francisco se ha visto renovado. Pablo VI decía en su discurso final clausurando el Concilio Vaticano II que “nunca como en esta ocasión ha sentido la Iglesia la necesidad de conocer, de acercarse, de comprender, de penetrar, de servir, de evangelizar a la sociedad que la rodea y de seguirla; por decirlo así de alcanzarla casi en su rápido y continuo cambio”. Francisco ha sido fiel a ese espíritu conciliar que no debemos abandonar nunca.
A la Iglesia, institución con algo más de 1.400 millones de bautizados, cinco mil y pico obispos, 400.000 sacerdotes y 700.000 religiosas, en números aproximados, no es fácil moverla desde arriba. Y a los papas les corresponde moverla desde arriba hacia un espíritu evangélico creciente. No solos, por supuesto. Pero las costumbres, tradiciones, formulaciones heredadas de pasados lejanos y no traducidas al vocabulario y pensamiento actual, tienden a mantener a la Iglesia estática o al menos lenta en su evolución. Los cambios asustan con frecuencia y la misma tendencia institucional a convertir los carismas en rutina, muchas veces normativizada, pueden paralizar la novedad.
El propio Francisco, ante algunas críticas, recordaba que si bien la Iglesia trajo novedad a la esclavitud, considerando desde sus orígenes al esclavo como un verdadero prójimo, se acostumbró con exceso a la esclavitud y la vio incluso como normal. Bartolomé de Las Casas, defensor de los indios y considerado hoy con razón como uno de los padres de los derechos universales desde su exigencia de contemplar a los seres humanos como parte de una única humanidad, llevaba esclavos consigo cuando llegó a Chiapas a tomas posesión de su obispado. El Concilio Vaticano IIrompió la lentitud de una Iglesia que tendía a mirarse como sociedad perfecta y la relanzó como Pueblo de Dios que peregrina en diálogo e interacción con el mundo.

Fiel al Concilio, Francisco trató no solo de mover a la Iglesia desde arriba, sino sobre todo, desde la cercanía personal con los de abajo y desde la solidaridad con los “descartados” de la historia, con sus sufrimientos y marginaciones. Defensor de la vida, la defiende en todas sus dimensiones, desde considerar inadmisible para los cristianos la pena de muerte hasta defender los derechos a la vida de los no nacidos todavía. Mover a la Iglesia desde la palabra y el testimonio, aportar novedad evangélica al mundo en que vivimos desde el diálogo y la promoción de la amistad social es el reto permanente de todo Papa.
La propia figura de Francisco nos ayuda a establecer algunos criterios ligados al Vaticano II que pueden ser útiles para pensar en la figura del papa que podemos querer. En la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual, se nos dice que “el género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia caracterizados por cambios profundos y acelerados”. Y en este mundo de descubrimientos vertiginosos, la Iglesia debe moverse manteniendo su tradición evangélica y su fidelidad al Señor, pero dialogando con las culturas, logrando síntesis de humanidad, desprendiéndose de deseos de poder y privilegios y acercándose cada vez más al que “siendo rico se hizo pobre por salvarnos”.
Hablar de sinodalidad, de caminar juntos, de diálogo social e interreligioso resulta indispensable en un mundo cuya velocidad en los cambios culturales y económicos tiende descartar a los más débiles y favorecer a “los más poderosos, lo que con frecuencia es tanto como decir los más violentos y desprovistos de conciencia” (QA 107) como decía ya Pío XI en 1931. No hay que tener miedo a defender a los pobres y a recordar a los ricos y poderosos que servir “a los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta” no es más que una idolatría que implica sacrificios humanos. Si a causa de un falso irenismo se eligiera un Papa que no quisiera problemas con los poderosos de este mundo, no solamente se haría daño al elegido sino a toda la Iglesia. En un mundo acelerado, con todos los problemas que encierra una cultura en rápida evolución, no se puede ver la realidad como algo que nos aleja del Evangelio, sino como oportunidad y desafío para hacer creíble la Palabra hecha carne, en diálogo, crítica y discernimiento permanente.
"Si a causa de un falso irenismo se eligiera un Papa que no quisiera problemas con los poderosos de este mundo, no solamente se haría daño al elegido sino a toda la Iglesia"

El sucesor de Francisco debe continuar viajando a los lugares donde está el sufrimiento. Poner en las páginas de los periódicos a los rohinyá de Birmania, a los olvidados de Mongolia, a los migrantes de Lampedusa o de la frontera de Estados Unidos, a Irak; al Papa le toca consolar y reconciliar creencias diferentes y si fuera posible ir también a Gaza y a las cárceles del tercer mundo, mostrando siempre las entrañas de misericordia del Dios que nos amó primero. Debe confiar en el Espíritu que habla en todos los cristianos y decirle a los laicos que lo bendigan, como hizo Francisco en sus primeras palabras como Papa desde las ventanas del Vaticano. Al igual que Francisco debe continuar con el espíritu de reforma que exigen los tiempos. La transparencia, el control de instituciones vinculadas a diferentes formas de corrupción dentro de la Iglesia, la oposición al clericalismo, son temas pendientes.
Necesitamos un papa con capacidad de advertir tanto a la Curia romana como a los Nuncios que aspirar a tener una carrera brillante no consiste en crecer en poder o dignidades sino en servir con humildad al pueblo de Dios. La participación de la mujer en el servicio de autoridad en la Iglesia debe continuar creciendo. Es absurdo que no haya mujeres cardenales, cuando se puede dar ese título con una simple reforma de la normativa que exige que los cardenales pertenezcan al estado clerical. Los cargos episcopales con temporalidad señalada, la consulta más amplia para el nombramiento de obispos y con mayor participación de las iglesias locales, el diaconado femenino son temas que quedan pendientes.
La misma forma de elegir al Papa debía repensarse. Históricamente ha habido diversas fórmulas. ¿Será para siempre la mejor una decretada el año 1059 por el Papa Nicolás II? Que ni siquiera fue seguida por el que la inspiró y uno de sus principales sucesores, Gregorio VII. Digamos que fue un buen sistema para la Europa de aquel tiempo en comparación con la intromisión sistemática de reyes y señores feudales que había dominado en los años anteriores. Es cierto que el sistema ha ido mejorando especialmente a partir del pontificado de Juan XXIII, que elevó el número de cardenales a 90 y, lo mismo que los papas que le sucedieron, se comenzó a nombrar un mayo número de cardenales no europeos.
La limitación de la capacidad de los cardenales hasta los 80 años para elegir Papa también fue positiva. Pero la pregunta de por qué las mujeres no pueden participar en la elección quedan pendientes. Sin necesidad de recordar que las mujeres fueron testigos privilegiados de la resurrección del señor, bastaría con reflexionar sobre el hecho de que son mayoría en la Iglesia tanto en número como en devoción. El hecho de que fueran las Conferencias Episcopales las que eligieron delegados tanto del estado clerical como del laical para participar en la elección del Pontífice se ha mencionado en algún momento. Discutir los pros y contras de otras alternativas diferentes de la existente pudiera ofrecer caminos creativos de participación.

No se trata de cambiarlo todo, pero sí de dar espacio al diálogo. Francisco recomendaba siempre orar antes de proponer ideas o proyectos pastorales. Y someter a la oración de otros los propios proyectos. Pensar si aferrarse a lo que uno piensa, debatir poniéndose en la posición del otro para entenderlo mejor, dialogar y rezar juntos, da siempre como fruto creatividad y esperanza.
Como jesuita, Francisco sabía que para que un proyecto apostólico salga adelante es necesario crear una especie de unión de ánimos, de esperanzas y generosidades que generen no solo impulso sino confianza en la fuerza del Espíritu. La Iglesia tiene que estar siempre en actitud de reforma porque el espíritu crea siempre novedad. Y al papa próximo le corresponde guiar a la Iglesia hacia esa novedad del Espíritu que como dice la oración, renueva la faz de la tierra. Y que también desde la vocación profética eclesial, sepa decirle al mundo que sus sueños de un futuro perfecto, prescindiendo del don y de la gracia, conducen con frecuencia a fracasos notables. Como decía Francisco que ocurrió con “un sueño prometeico sobre el mundo que provocó la impresión de que el cuidado de la naturaleza es cosa de débiles”. En el pensamiento teológico suele considerarse a la Iglesia como el sacramento primordial. Y también en teología suele decirse que un sacramento es un signo que da lo que significa.
El nuevo papa tiene que preguntarse siempre qué significa la Iglesia para el mundo y qué le da o le puede dar al mundo en su historia concreta y actual. Todos los cristianos debemos participar en ese esfuerzo de dar significación evangélica y evangelizadora a la Iglesia. Y una de las mejores maneras de hacerlo desde nuestra fe, es dando significación, esperanza y resistencia a quienes el mundo les quita el significado de su humanidad.

Etiquetas