"Cuánta religiosidad inútil en el justo lugar y el justo momento en el que el grito de la buena noticia podría hacer tanto bien a tantos" Consuelen a mi Pueblo
"el Señor da la fuerza al cansado y hace crecer la valentía del débil”
"La oveja que sale del redil no necesita el ruido de las 99 que le hacen huelga al pastor por salir a buscar a aquella"
- ¿Cuándo fue la última vez que viste a tu mamá?
- Hace mucho no la veía, padre, yo vivo en Australia. Dijo entre lágrimas, la hija.
- Y, ¿Por qué no habías venido a verla?
- Ya sabe padre, mis hijos, mi trabajo, es un viaje que no es fácil de hacer. Mientras seguía llorando desconsolada.
- Y ahora, ¿cómo pudiste venir entonces?
- Bueno, tuve que hacer lo imposible.
- Y ¿Por qué no hiciste lo imposible antes?¿No era importante verla con vida y ahora sí es importante venir a verla cuando ya no está?¿Ahora te das cuenta de todo el tiempo que perdiste?
Y siguió con su alharaca de recriminación en pleno duelo. Lo contaba con admiración de sí mismo.
Dudo que aquella respuesta impertinente, irracional y totalmente carente de empatía sea fruto de la vocación. Dudo que hace 20 o 30 años ese adolescente con inquietudes vocacionales haya expresado que su intención era hacerse sacerdote para poder echar sal en las heridas de los creyentes. Dudo que la apatía y la desconexión con la realidad sean uno de los carismas que busquen los promotores vocacionales en los aspirantes al ministerio. Pero no es un caso aislado, es un patrón.
Dése una vuelta por youtube, por instagram, escuche a los predicadores católicos, o peor, a los influencers de la fe, y lo que han dicho en tiempos de pandemia: Profecías amenazantes, antipatía a los eclesiásticos que toman medidas de precaución, quejas lastimeras por la situación actual de la iglesia, la retahíla de su propia ecuación: “modernismo + apostasía + falsa misericordia = todo está perdido y somos pocos los que vamos a salvarnos”, o placebos intimistas de una espiritualidad en distanciamiento del prójimo y aislamiento de su angustia, como si dios mismo fuera su propia pandemia, que los obliga a estar lejos de los demás. Cuánta religiosidad inútil en el justo lugar y el justo momento en el que el grito de la buena noticia podría hacer tanto bien a tantos.
Al segundo libro de Isaías (Capítulos 40 al 55), se le llama el “Libro de la Consolación de Israel”, una sensible y muy honda colección de palabras para uno de los más duros lugares y momentos de la historia del Pueblo de la Alianza. Comienza diciendo “Consuelen!, Consuelen a mi pueblo dice su dios. Hablen al corazón de Jerusalén” y también “Dígan a las ciudades de Judá: Aquí está su dios, viene como un pastor que reúne a su rebaño con su brazo, toma en brazos a los corderos y hace recostar a las madres” y más tarde, cuando el pueblo en medio de su dura situación se queja “nuestra suerte está oculta al Señor, nuestro dios ignora nuestra causa” el profeta responde que el Señor “Da la fuerza al cansado y hace crecer la valentía del débil”… Tan parecido a nuestro ministro ordenado en aquel funeral. Cansando más a la hija cansada y quitándole la poca valentía que le quedaba en su debilidad.
No, el pueblo adolorido y temeroso del 2020 no necesita de sus lamentos ni de sus recriminaciones, así como la oveja que sale del redil no necesita el ruido de las 99 que le hacen huelga al pastor por salir a buscar a aquella, creyéndose las más importantes, autoproclamándose “el rebaño principal”. Si han decidido tercamente que no van a ponerse de parte de los más pequeños, y que todo su esfuerzo se va a concentrar en defender estas caducas estructuras de iglesia que les garantizan su efímero reconocimiento, adelante, acumulen pintura blanca para la fachada de sus sepulcros, pero no esperen ni por un instante que todas las voces se callen ante su impertinente gritería, pues hay quienes prestan oído al dios de los abandonados y toman nota de su urgente petición: Consuelen a mi pueblo.
Dice Cortés “No se puede creer en dios en un mundo donde los hombres mueren y no son felices, a menos de que se esté del lado de los que dan la vida porque todo esto no siga sucediendo”. Y en el momento de la enfermedad, del dolor, del temor por la amenaza inminente del contagio o la muerte, en momentos en que se ha disparado el desempleo, la angustia por la falta de ingresos, el hambre, la migración, es el consuelo la respuesta, la única oferta, el grito que debe salir de todas las voces que quieren hacer eco a la de dios.
Consuelo es acercarnos al duelo, respetarlo, acompañarlo en silencio, hacerse presente para que cada persona que ha perdido a alguien a causa de los terribles acontecimientos que vivimos, sepa que no tiene que sufrir en soledad, y que estaremos allí hasta que el dolor se apague y amanezca de nuevo. Consuelo es quedarse a ser soporte en medio de las dolorosas despedidas que tantos y tantos están teniendo que vivir.
Consuelo es darnos apoyo unos a otros en medio de las dificultades que han aparecido o se han agravado en este tiempo:
- Hacerse presente con café y arroz en la puerta de esos que hace meses no han podido generar ingresos.
- Aparecer con frecuencia en los múltiples medios que tenemos ahora para comunicarnos, ante aquellos que por causa del aislamiento y el distanciamiento han visto multiplicada exponencialmente su soledad.
- Considerar a las poblaciones que están sufriendo la cruda realidad de las restricciones: Personas mayores que de un momento a otro dejaron de recibir visitas, enfermos que se recuperan sin contacto alguno con sus familiares, personas que rebuscaban algún ingreso o alimento en las zonas que han quedado inactivas, vendedores informales que durante meses no tuvieron público alguno en las calles o las plazas.
- Consuelo es permitirnos aproximarnos a esas angustias, dejarnos tocar por esa incertidumbre, y darnos permiso de hacer algo.
La expresión de Isaías es contundente: “Díganles que aquí está su dios”.
Es simple, ¿Qué significa dios para nosotros? ¿Qué creemos que hace en los corazones rotos?
Hagamos eso, seamos eso, es urgente.
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